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26 de enero de 1684, siendo enterrado en el convento de Santa Isabel la Real, en cuyas inmediaciones vivía.

      6.2.José de Mora: periodo formativo

      Aunque nacido en Baza, será en Granada donde se verifique su decisivo periodo formativo en el que desarrolla la tradición familiar bajo la influencia de Cano desde 1652, quien marcaría decisivamente el credo estético de José de Mora, en una paulatina asimilación de conceptos que en su madurez revelarían los contenidos teóricos aprendidos del racionero y su propia personalidad creadora. Sobre la estela de Cano, pues, Mora acentúa el idealismo y la sublimación, codificados en tipos muy característicos, en un modo figurativo cada vez más propio y personal, pero de increíble éxito en la devoción popular. Asimila de Cano, igualmente, la fusión de escultura y pintura en un mismo sistema de representación, lo que no debió revestir gran dificultad para un Mora solvente en recursos pictóricos y buen dibujante, del que aun puede dudarse si no se atrevió con la pintura de caballete.

      Las esculturas de la portada de la iglesia de las Angustias, ya citadas, son las primeras obras documentadas de José de Mora que ya avalan la completa formación técnica e iconográfica del joven escultor bastetano y su conocimiento del trabajo de la piedra. Lo demuestra también la Inmaculada de la antigua iglesia de los jesuitas (hoy parroquia de San Justo y San Pastor) que debió realizar hacia 1671 al tiempo que una imagen de san Francisco de Borja con motivo de las fiestas de su canonización. Esta Inmaculada, con respecto al modelo de su maestro Cano, desarrolla el movimiento de paños, la torsión de la figura (que se hace más dinámica) y enriquece la movida angelería de la base. Con un concepto también muy canesco, la figura es muy pictórica en el ritmo de gubiazos y pliegues entrecortados y curvos, como a base de pinceladas, que enriquecen los efectos plásticos y lumínicos de la imagen.

      6.3.La aventura de Mora en la corte

      6.4.Obras de madurez

      Entre tanto, a comienzos de 1671 recibe un encargo capital: la imagen de Nuestra Señora de los Dolores (conocida después como Virgen de la Soledad) para el Oratorio de San Felipe Neri de Granada (hoy en la parroquia de Santa Ana). El de la Dolorosa (Fig. 15) parece uno de sus temas favoritos, pero no se trata de una elección personal, fruto de un temperamento melancólico o depresivo, sino de la expresión plástica de unas creencias y prácticas religiosas absolutamente cotidianas en la sociedad de su época. Se trata, que sepamos, de la primera gran imagen de devoción de José de Mora, imagen entera, exenta, aislada, que tiene que ser completa y perfecta en sí misma, expresión acabada y legible de una idea. Esta imagen marca un modelo de madurez, reinterpretando el modelo de Dolorosa más difundido de su tiempo, el de la Soledad de Gaspar Becerra del convento de los Mínimos de Madrid. Plasma una imagen devocional, en la que la seguridad en el corte de la gubia —a pesar de estudiar y repasar sin cesar hasta conseguir el matiz— y en la aplicación de la pincelada —tan estudiadas como precisas y efectistas, siempre con gran economía de color y buscando los contrastes lumínicos— dimana una extraordinaria concentración expresiva. De este modo, exige la contemplación cercana, la lectura espaciosa, la intimidad de la proximidad, ante el rostro orlado por la sombra del manto, como si se tratara de expresar y comprender la intimidad de un sentimiento: la soledad. Es digno fruto de las enseñanzas de Cano.

      Fig. 15. José de Mora. Busto de Dolorosa. Último cuarto del siglo XVII. Museo Nacional de Escultura, Valladolid. [Foto: José Roda Peña]

      Otras obras le ocuparían por entonces y avalan su intermitente estancia cortesana: el San Francisco de Borja (1671) para los jesuitas granadinos y quizás también una imagen de Jesús Nazareno, el contrato de un retablo para la catedral de Jaén finalmente no realizado y un san Pedro (1672) desaparecido para la iglesia de San Torcuato de Guadix. En opinión de Sánchez-Mesa, entre 1673 y 1674 debió realizar el genial Crucificado para la Congregación de Clérigos menores de San Gregorio de Granada, hoy Cristo de la Misericordia, en la parroquia albaicinera de San José. Pese a su evidente originalidad cabe sopesar, de nuevo, el influjo de su maestro Cano, sobre todo en versiones pictóricas, como los Crucificados de las Academias de San Fernando, de Madrid y de Granada, o la muy retocada versión escultórica de san Antonio de Pamplona, que procede de la iglesia de los benedictinos de Montserrat de Madrid, donde pudo conocerla Mora. Como sugiere también Sánchez-Mesa, en Granada solo pudo encontrar un referente de equilibrio y clasicismo en el italiano Cristo de San Agustín, de Jacopo Torni (hacia 1520-1525). La sensualidad del bellísimo desnudo, apolíneo, no exento de cierto eco heroico, queda revalorizada en la severa caída del Crucificado, al modo italiano, estática y aplomada; las exquisiteces virtuosas de la gubia se funden, y de qué manera, con las del pincel, de modo que el volumen de la talla se prolonga en la huella de la pincelada. Queda configurado definitivamente el tipo de Mora en la interpretación del rostro alargado, de barba bífida, nariz afilada, pómulos resaltados y ojos como incrustados en las órbitas, versión libre del tipo judaico, quizás con bastante de su propia fisonomía, que desgraciadamente ignoramos por no conocerse ningún retrato ni descripción física del escultor. Late, en definitiva, un concepto escultórico que bebe mucho de las composiciones pictóricas, como aprendió de Cano, plasmado en una imagen conceptual, sublime, casi simbólica, honda reflexión teológico-plástica del drama cristiano, pero al mismo tiempo de irresistible atractivo para la devoción popular. Arquetipo definitivo, admite variantes especulativas en pequeño formato como las atribuidas en el convento de San Antón de Granada (Cristo de los agonizantes) y en el Victoria & Albert Museum de Londres.

      6.5.Desde la Casa de los Mascarones

      Retornado

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