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las telas, de planos contrastados y traza desenvuelta, ayuda al aliento vital de esta escultura cuyo rostro atesora un poderoso efecto de concentración expresiva. La economía de medios gestuales y narrativos y la expresividad absorta se convierten en el tamiz por el que parecen pasar los maestros de la escuela granadina, a modo de prueba de la asimilación de las lecciones recibidas, dotándola de singular originalidad en el contexto hispano.

      Fig. 18. Diego de Mora. San Juan de Dios. Hacia 1690. Iglesia parroquial de San Gil y Santa Ana, Granada.

      Tardía colaboración de taller considera Sánchez-Mesa las esculturas de santos fundadores de la capilla del cardenal Salazar de la catedral de Córdoba (entre 1697 y 1705), y cercanos en fecha deben ser los bustos de Ecce-Homo y Dolorosa del Museo de Bellas Artes de Granada, procedentes del convento del Ángel Custodio de la misma ciudad, tan afectos a la serie de esta iconografía de su hermano José. Sin perder un ápice de calidad técnica, el modelado se vuelve más fluido y parece coadyuvar a la intensidad emocional, como subrayando un gesto que en realidad no existe. El San Gregorio para el retablo de Santiago de la catedral de Granada (1707), una Inmaculada no conservada para Villacarrillo (Jaén) en 1710, o las imágenes granadinas del San José de la parroquia de la Magdalena, el San Juan de Dios de la de Santa Ana, el Niño Jesús de la basílica de San Juan de Dios o la Virgen de la Paz del convento del Ángel Custodio (procedente de la capilla de la Orden Tercera del convento de San Francisco Casa Grande), certifican una producción sostenida y estimable, que con innegable calidad y ciertos matices peculiares prolonga la estética de su hermano José, conformando una herencia duradera en sus propios discípulos. Su fama creciente, la aceptación de lo melifluo de su estilo y la vejez y demencia de José benefician el prestigio de Diego, que capitanea la escuela granadina de escultura desde principios del siglo XVIII.

      En su última etapa de trabajo, Diego de Mora llega a conocer los nuevos aires que trae a Granada el escultor sevillano Pedro Duque Cornejo, acordes a la moda europea del momento de figuras movidas y briosas, lo que, sin embargo, no parece afectarle, en una línea sostenida de plástica serena y amable, espiritual y sensible, que dará frutos hasta el final de sus días. Solo la Asunción que se le atribuye en la abadía del Sacromonte de Granada llega a esos extremos de movimiento y teatralidad. Su última obra conocida es la Virgen de las Mercedes de la parroquia de San Ildefonso de Granada, que labra en 1726 para el vecino convento de los Mercedarios Calzados y que marca un modelo de Virgen sedente, de gran finura y delicadeza en el corte de la gubia y en los matices de la policromía, blando modelado y gesto amable, tan grato a la devoción popular en una difícil ecuación de dulzura, majestad e idealización. Fallece en 1729, y aunque su fama nunca llegó a la de su hermano José, su quehacer y sus modelos perviven con notable fortuna en las gubias de sus discípulos durante todo ese siglo, lo que ha asegurado la pervivencia de la memoria de su figura.

      7.2.José Risueño (1665-1732)

      Fig. 19. José Risueño. Cristo del Consuelo. Hacia 1698. Iglesia de la Abadía del Sacromonte, Granada.

      La escultura de pequeño formato en barro es quizás la faceta más original del arte de Risueño. La sinuosidad y alardes plásticos que el modelado de este blando material hace posible se ponen al servicio de un tipo de personajes sagrados altamente humanizados pero no vulgarizados, aportando un acento cálido e íntimo al que conviene la técnica virtuosista, sobre todo en el tratamiento del cabello, que otorga increíbles cualidades plásticas a la figura de las que solo la visión cercana y espaciosa es capaz de disfrutar y comprender. Las figuras del Niño Jesús de Pasión (Museo de Bellas Artes de Granada, abadía del Sacromonte), la Magdalena penitente (catedral de Granada) o la Sagrada Familia (Museo de Bellas Artes de Granada, San Francisco de Priego) atestiguan la seguridad en el modelado, como dibujado, de Risueño y marcan un acento doméstico e íntimo llamado a tener gran éxito en la plástica granadina.

      7.3.Los discípulos de Diego de Mora

      La huella de los Mora en la escultura granadina se convierte en signo visible y perdurable en todo el siglo XVIII a través de unos modelos de amplia aceptación popular basados en la suave idealización, la contención expresiva y la habilidad técnica, a lo que se une una creciente riqueza cromática, hasta el punto de conformar unos tipos muy reconocibles pero cuya homogeneidad dificulta enormemente la atribución a los distintos maestros documentados en esta época. Esa herencia se gesta en el taller de Diego de Mora, donde se forman una primera generación de escultores dieciochescos —nacidos en las postrimerías del siglo

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