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Oscuridad total.

      Estaba tan convulsionado, como si hubiera caído un misil destruyendo su bunker. Como si la explosión lo hubiera hecho volar por los aires, quedando colgado del borde de su ventana hacia el patio, y sólo sus dedos lo retuvieran suspendido desde el tercer piso. Imaginaba esa película, y a los reos allí abajo, vigilando hacia arriba, señalando con sus dedos lo que veían. Hasta fantaseaba con la multitud burlándose de él. Se morían de risa, gritaban y saltaban de felicidad, al verlo colgado por la ventana de su oficina, con su uniforme hecho añicos. «El Capitán está “nocaut”», imaginaba que gritaban los reos. En su delirio, de esa manera suponía la escena. Era el fin del Capitán Arnoux, que había volado por la ventana.

      Era su apocalipsis, un final catastrófico. Porque sabía lo que vendría a continuación: amonestación por incumplimiento de funciones; disminución de sueldo; investigaciones del gobierno, los diarios, la TV; y hasta posible jubilación anticipada. Y eso era solo para empezar. Podría ser echado y pateado como perro malo.

      Durante los próximos meses, su vida sería un calvario, atendiendo tantas solicitudes, llamadas, inspecciones, auditorías, y mil respuestas que dar. Y no estaba seguro si iba a soportar todo eso.

      Posteriormente, luego de tanto cavilar, llegó caminando a la sala que le había indicado el jefe Rosty, donde lo estaban esperando.

      Cuando entró, uno de los reos dijo en voz baja: «ahí entró el bulldog francés. Lo veo más feliz que nunca, ¿Qué opinas?». Y otro le respondió: «Sí, cállate, y no me hagas reír, que nos pescarán y nos meterán en “el agujero” a pan y agua por treinta días, mínimo».

      —Caballeros, buenos días. Aunque solo es una expresión de deseos. Este es el peor día de la institución en los últimos treinta años. Saben muy bien por qué lo digo, y ustedes son parte de estos hechos —así iniciaba su réplica el Capitán, intentando dar una imagen de gran templanza ante lo ocurrido, aunque por dentro comenzaba a agrietarse su solidez personal—.Y por supuesto que nosotros también. Nuestro deber era controlarlos, y fallamos.

      —Jefe Rosty, ¿ya sabemos el reo que falta?

      —Sí, señor.

      —Perfecto. Que sus compañeros se queden aquí formados y no se muevan de esta sala. Iniciaremos investigaciones en este preciso momento—exigió el Capitán.

      —Señor García, jefe Rosty, acérquense —se separaron de los reos, sin que puedan escuchar lo que ellos conversaban—. Acompáñenme al patio once. Agente García, llame al arquitecto Pucci y dígale que las obras se suspenden por 48 horas, por causas de fuerza mayor. Examinen el registro de los GOB-30 y determinen de qué pabellón viene cada reo. En una hora, quiero sus fichas completas, sus fotos, un reporte integral de cada uno, desde qué ingresaron al Palacio. Ah, y quiero que el que se escapó aparezca en primer lugar del listado. ¿Han entendido?

      —Sí, Capitán.

      —¿De quién se trata, jefe Rosty?

      —Un tal “Charly”. Todos lo conocen por ese apodo.

      —Bueno, quiero que averigüen sus amistades en la cárcel, sus aliados y enemigos, sus gustos, movimientos, todooooo. ¿Me escuchó, Rosty?

      —Sí, Capitán.

      —¿Señor García?

      —Sí, Capitán.

      —Para usted también tenemos acción, no se preocupe. Las sirenas sonaron a las 12:17 horas y para esa instancia ya había tomado posición el nuevo personal de relevo de guardia, que generalmente entra quince minutos antes de las 12:00 horas. ¿Estoy en lo cierto, García?

      —Correcto, Capitán. A las 12:00 horas, había entrado en funciones el nuevo equipo de guardias del turno tarde. En realidad, lo hacen siempre diez minutos antes.

      —Pues, entonces, quiero aquí a todos los guardias del primer turno que estuvieron de custodia desde la mañana. Y los quiero de regreso en dos horas, máximo. —Luego necesito que hable con el Jefe de Monitoreo. Le pide además que retire la unidad de back up de grabación donde se almacenan todas las filmaciones y grabaciones de las cámaras de vigilancia, incluidas las unidades de memoria. —Que seleccione todo lo grabado entre las 7:30 y 12:30 horas de hoy. Además, muden equipos, guardias y ayudantes a la sala de reuniones que tengo en el tercer piso, junto a mi oficina. Les propongo que instalemos allí la “base de operaciones”. Que acarreen monitores, proyectores, computadoras y todo lo que sea necesario para nuestra investigación. Tenemos que ejecutar esto contrarreloj. —¿Va anotando, García?

      —Sí, Capitán.

      —Que el jefe junte diez guardias y que los suba a todos a la nueva base de operaciones. Cuando se ubiquen y conecten todo, cada uno deberá ver “con lupa” treinta minutos de la filmación por separado y en secuencia, e ir anotando cualquier cosa que les llame la atención, por mínima que sea. En una hora, quiero el primer reporte sobre mi escritorio ¿Me va captando, García?

      —Sí, Capitán.

      —»Con todo respeto, Capitán, discúlpeme. Deducía haciendo una cuenta y, entre todos los lugares a monitorear, en las áreas involucradas, deben sumar como veinte cámaras para revisar. Un cálculo rápido: a cinco horas por cámara serían cien horas de filmación para analizar. Lo veo difícil...

      —Problema del jefe, entonces. ¡No mío!

      —Sí, Capitán.

      —Otra cosa, García, le avisa usted a la Central de Policía de nuestra jurisdicción para que implemente el plan de emergencia para estos casos. Que cubran las rutas de salida y entrada del estado. Envíen las fotos del famoso Charly a los diarios y TV. Y que sea la más actual que tengamos registrada de él. ¿De cuándo es la última foto?

      —No lo sé. Voy a averiguar y le aviso.

      —Muy bien. En marcha. No en primera, ¡ponga sexta directa, García! Y a mí me toca la más fácil. Yo me encargaré de avisar al Gobernador de este hecho. Y si no me ven mañana por aquí, ustedes saben los motivos —se sinceró el Capitán con sus colaboradores.

      —Caballeros, voy a mi oficina a efectuar la llamada. En quince minutos nos encontramos de nuevo aquí. Iremos a recorrer la obra y los patios anexos, y me van detallando los pormenores de lo que ocurrió en la mañana de hoy.

      —Sí, señor.

      El Capitán, como prometió, tuvo que asumir la difícil tarea de llamar al Gobernador para contarle lo que acababa de suceder en su prisión: la primera fuga de un reo, en los últimos treinta años. Una bonita noticia que encantaría al Gobernador, justo a escasos meses de intentar su reelección política.

      El máximo funcionario de la gobernación lo escuchó y no lo interrumpió en la breve explicación del Capitán. Pero, luego de su resumen, ya no lo dejó hablar más. La respuesta del Gobernador fue un monólogo. Le dijo de todo, menos bonito, lo cual ya era mucho decir. Lo amenazó con reducción de sueldo, sanciones, suspensión de francos y días de vacaciones, además de sumarios administrativos y toda la parafernalia legal de investigaciones.

      La justicia federal y carcelaria en pleno aterrizaría en Lecumberri para levantar hasta la alfombra de su oficina y rastrear hasta el último alfiler perdido por allí. Los próximos días serían un martirio para el Capitán y su equipo.

      —Capitán, ¿cómo pudo ocurrir esto? —permanecía interrogando el gobernador del otro lado del teléfono— ¿Tanta mala suerte puedo tener? ¿Por qué este año, justo que hay elecciones de gobernador, sucede esto? —continuó—. La primera evasión en treinta años en la cárcel más segura del estado. ¿Justo en esta precisa oportunidad y bajo el periodo de mi gran gobernación? ¿Cómo fue posible? ¿Cómo pudo suceder? ¿Qué perverso complot ha provocado esto para tirar por la borda los últimos años de esfuerzos de mi carrera? ¿Me lo puede explicar? —concluyó el gobernador muy alterado.

      El funcionario levantaría un sumario administrativo a todos los involucrados. En un plazo de 48 a 72 horas enviaría una comisión

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