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Las llaves de Lucy. José Luis Domínguez
Читать онлайн.Название Las llaves de Lucy
Год выпуска 0
isbn 9789874935670
Автор произведения José Luis Domínguez
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
Cierto día, en que almorzábamos con Jalisco y varios chavos, nos avisaron que un preso nos había puesto un apodo a todos los que habíamos sido convocados para la obra. Ahora éramos los “GOB-30” ¿Qué significaba?: “Grupo de Obras Bulldog 30”.
Era extraordinaria la velocidad y el ingenio que tenían varios chavos para ponerte un “alias”.
Acelerado, uno de los compas, siguiendo la broma, nos propuso una locura. Mientras almorzábamos sentados en el comedor, comenzó a idear su novela:
—Oye, chavo, tenemos que hablar entonces con el jefe Rosty para que mande a bordar una etiqueta y que la peguen en nuestras camisas. ¿No lo creen muchachos?
—Sí, sí —respondieron diversos cuates en la mesa—. Es una muy buena idea.
—¡Tú estás chiflado! —aportó un güey.
—Le voy a pedir al jefe —alentó el primer chavo— que envíe a coser con hilo dorado y nos borde el nombre de cada uno de nosotros debajo del GOB-30. (Risas y palmadas de aprobación con la idea.)
—¿Se imaginan la cara del Capitán bulldog? Se sentiría desconcertado cuando nos hicieran el conteo y nos viera a todos formados sacando pecho.
—Me lo veo parado frente a mí —teatralizó Jalisco asomando en la conversación, y simulando la escena del Capitán parado frente a él—. “Caballero, muy bonita esa identificación. ¿Me puede explicar que significa esa sigla?”. Sí, mi Capitán, pensamos que, con ese logo, nos identificábamos mejor como equipo. Este nombre es un símbolo de unión y permitirá que nos acordemos que formamos un equipo, y, al pertenecer a distintos bloques, es difícil reconocernos. La mayoría de nosotros es la primera vez que nos miramos las caras entre la población carcelaria.
—En eso coincidimos —respondía el capitán—, imaginamos que esa sería la respuesta que daría el bulldog. Y también le facilitaría al director de obra y su equipo —prosiguió la novela Jalisco— para cuando arman los sub-equipos de trabajo. Así nos identificarían rápidamente a cada uno.
—Ajá, no se me hubiera ocurrido —respondió imaginariamente el Capitán Arnoux. —¿Y lo que se ve arriba... ese “GOB-30”? —preguntó el Capitán—. ¿Qué significa?
—¿GOB-30? Esa sigla es la que nos representa, Director. Es que somos “Grupo de Obreros Bravos”. Y los “30” obviamente por la cantidad de cuates.
—Muy interesante, muy interesante, recluso —concluyó el Capitán, dirigiéndose a Jalisco, en su entrevista imaginaria con el francés.
Y todos nos matamos de risa con los aportes y actuaciones que hacía cada uno, allí reunidos en la mesa del comedor, imaginando la reunión delante del “bulldog”.
Lógicamente, esa ocurrencia de la etiqueta “se quedó” en el comedor. Lo que todos aspirábamos era pasarla lo mejor posible. Y las salidas ingeniosas de ciertos güeys nos permitían reírnos un rato y soñar que estábamos en una obra, pero en una ciudad a cien kilómetros fuera de los muros del presidio.
En la práctica, lo que todos clamábamos era que nos vieran a los treinta iguales. Sin ninguna identificación de ningún tipo. Las cámaras filmaban todo y todo el tiempo. Poseer una identificación en el cuerpo o en una gorra significaría que te podrían rastrear en las filmaciones y controlar hasta cuánto tardaste en el baño, si te fuiste a mear.
Lo que sí quedó grabado a fuego, a partir de ese día, fue el “GOB-30”. Para nosotros y el resto de los presos seguíamos siendo Grupo Obreros Bulldog. Para los guardias y el Capitán éramos sus “Obreros Bravos”. Alguien de la administración se enteró lo de la identificación y se le ocurrió que era una buena idea bordar el “GOB-30” en nuestros mamelucos. Al final, ellos tomaron la decisión por nosotros. Por suerte, no grabaron nuestros nombres en la “etiqueta”. Suspiramos aliviados cuando nos la entregaron terminada.
Al tercer día de iniciadas las tareas, durante la formación de las 8:00 de la mañana, en el patio habitual, se presentó diligente el Capitán Pierre Arnoux.
—Caballeros, buenos días. Les debo comunicar que el arquitecto de la obra ha tenido una reunión con el jefe Rosty para anunciarle el avance de la misma y cuáles serán los próximos pasos de aquí a una semana.
—El arquitecto Francis Pucci es nuestro director de obra. Nos ha redactado un informe relativo al desenvolvimiento de todos ustedes. Y tengo aquí una copia de ese resumen —el Capitán agitaba el papel en el aire, en medio de su discurso.
Mientras estábamos en formación, comenzamos a vislumbrar entre nosotros que algo no estaba bien, nos quedamos impávidos, con cara de: “La chingamos. ¿Qué hicimos mal?”
El rostro del Capitán bulldog era inmutable. Evocaba una pieza del museo de cera. No transmitía nada. Fuera una alegría o una desgracia, su rostro era el mismo. Nunca mejor que en este instante, entendí el porqué de su apodo. Cabía a las mil maravillas. Siempre ostentaba la misma cara de culo. Por eso, de ningún modo distinguíamos, si estaba enojado o feliz. Su cara de “bulldog francés” era imperturbable.
El director proseguía comentando su resumen y observándonos a todos. Por sus gestos y como exponía su discurso, pensábamos lo peor: que nos habíamos mandado una chingada, o que nos iban a reemplazar a todos por no estar a la altura de sus expectativas o por no estar alineados con los objetivos de este proyecto. Cualquier excusa podía ser válida para sancionarnos. Y entonces llegó directo al meollo:
—Caballeros, como les decía y para no olvidarme ni una coma, les quiero leer textualmente el párrafo que se refiere a vuestro desempeño —hubo un silencio absoluto, no se escuchaba ni la respiración de los compas—: “…y pasando al capítulo de su personal, deseo mencionar —escribió el Arq. Pucci— que sus muchachos no poseen ningún conocimiento de construcción, ni albañilería ni pintura, y menos sobre tareas de restauración”.
—Estamos fregados —dijo en voz baja uno de nosotros en la fila—; nos van a botar a todos, junto con los escombros.
—Sin embargo —continuó el Capitán con el mensaje del arquitecto—, les puedo mencionar que sus muchachos han entendido rápidamente el método de trabajo y se han complementado entre ellos, esforzándose en las tareas que les hemos asignado. Los pequeños desajustes ocurridos se irán puliendo con el correr de los días. Estamos muy satisfechos con sus labores y conformes con su trabajo en equipo. Envíeles mis saludos a sus “treinta bravos cuates”.
Todos respiramos aliviados y nos distendimos por la noticia. Incluso algunos de nosotros sonreímos y nos dimos unas palmadas, aunque el Capitán permanecía con su cara de bulldog, como si nos hubiera comunicado que la madre acababa de morir en un accidente.
—Caballeros, veníamos pensando en diferentes temas relacionados con vuestro comportamiento y colaboración en esta obra, pero con esta noticia lo pondremos en práctica en este día. Son reconfortantes para ustedes y para nosotros. ¡Felicitaciones!
—Rompan fila y buena jornada de trabajo.
El jefe Rosty nos fue guiando a cada pequeño equipo a distintos lugares de la obra para cumplimentar el cronograma y necesidades dispuestas por el arquitecto Pucci.
Y hablando del arquitecto, en uno de los momentos, mientras estábamos trabajando, se acercó a mí para darme unas instrucciones y entonces le agradecí a Francis Pucci sus palabras de reconocimiento sobre nosotros que le había transmitido al capitán. Aproveché el momento y le pregunté si conocía el tamaño y diseño del Palacio Lecumberri. «Sí, por supuesto —me dijo—. Hace años que me llaman para hacer reformas. Lo conozco bastante bien. Las celdas se agrupan en siete corredores que se asemejan a los brazos de una estrella; la más pequeña de 49 metros de largo y la mayor de 121. En el centro hay una torre de vigilancia de varios niveles, totalizando 35 metros de altura, desde donde los guardias pueden observar a todos los prisioneros recluidos en celdas individuales alrededor de la torre. La cárcel tiene forma de “una rueda cuadrada” de 248 por 222 metros, ocupando un