Скачать книгу

mi Capitán. Le cuento: todos los días entran por vez seis camiones con su box vacío, o sin nada, según las necesidades. Siempre en el horario de la mañana, alrededor de la 8:00 horas. Aunque, las primeras semanas, también venían al mediodía. La cuestión es que ingresan por estos portones, continúan por esta calle y, luego de varios desvíos, estacionan en el patio trasero donde están los escombros de la obra. Pero, a veces, los boxes de desechos se llenan en dos o tres horas y entonces regresan igual cantidad de camiones con contenedores vacíos y se llevan las cajas de basura a reventar de desperdicios.

      »No todas las semanas siguieron iguales, debido a que la cuantía de escombros y la basura se hallaban en un volumen mucho menor. Entonces los camiones, comenzaron su intervención en forma más espaciada, no diariamente como al comienzo de la demolición. Tenemos todo filmado y, por supuesto, registradas las matrículas de todos los camiones o camionetas que ingresaron y salieron del presidio.

      —¿Y su gente cómo requisa?

      —A la entrada y a la salida; tanto que los camiones estuvieran llenos o vacíos, el método era el mismo. Los camiones quedan “atrapados” entre el primer y segundo portón. Los rodados entran y salen en caravana para mantener abiertos los portones el menor tiempo posible. Además, hacemos bajar a los choferes para revisar sus cabinas.

      —Muy bien, jefe. Eso me gustó. ¿Y qué más?

      —Luego, dos guardias de mi equipo se ponen uno a cada lado de un camión. Cada guardia utiliza un espejo cóncavo de treinta centímetros de diámetro con un mango de dos metros en el extremo. Lo mueven entre el piso y la parte de abajo del camión, revisando la zona inferior del vehículo, de punta a punta. Esto incluye las ruedas, guardabarros y el chasis completo, por si alguien hubiera tenido la intensión de ocultarse debajo del vehículo. Con ese espejo, lo detectamos inmediatamente —explicó el Jefe de Custodia.

      —¿Y arriba?

      —Por arriba del camión y los vertederos, tenemos una batería de cámaras que están filmando en todos los ángulos y además el ojo humano, a través de los francotiradores que están apostados en sus cabinas elevadas y pueden observar cualquier movimiento. Imposible no ver o detectar un movimiento anormal. ¡Imposible!

      —¡Imposible un carajo! —gritó enfurecido el Capitán—. Fue posible. ¡Recontra posible! Porque el famoso Charly les pasó a todos por delante, por delante de sus chingadas narices, y nadie pudo ver nada. ¡La madre que me parió! ¿Cómo putas hizo para escaparse sin que ustedes vieran o detectaran nada? Con toda la parafernalia tecnológica que tenemos y personal entrenado. ¿Me lo puede explicar, jefe...? ¿Sabe por qué le pregunto, jefe?

      —No, Capitán.

      —Porque cuando le explique al Gobernador lo que usted me acaba de decir, rodará mi cabeza por el piso y atrás mío vienen la suya y las del resto. ¿Lo entiende ahora?

      —Lo siento, Capitán. Veo la gravedad de la situación.

      —¿Gravedad...? ¡Esto es catastrófico!

      —Sí, Capitán. Asimilo la crisis que se nos viene.

      —La cuestión es que el famoso Charly ya no está con nosotros. Y por culpa de eso, el Gobernador pide que me aten en la plaza de la ciudad y me prendan fuego. Y mientras, ustedes irán haciendo cola detrás de mí para que siga la fogata… de uno en uno. ¿Lo capta, jefe?—Así que manga de imbéciles, no me vengan con “imposible”. Intuyo que recibió ayuda de Tom Cruise y se escaparon juntos. Entonces, la fuga se convirtió en “posible”.

      Al promediar la tarde, la comisión de crisis de investigación, comandada por el Capitán, iba procesando exiguos hallazgos y las primeras conclusiones.

      —García, hágame un resumen. ¿Qué tenemos investigado hasta esta hora?

      —Sí, Capitán. Hemos analizado que, en la última semana, el control de ingreso de camiones siempre fue ejecutado con los métodos precisos habituales. En ningún momento se vio una escena anormal. Eso lo chequeamos verificando, tanto las cámaras de ingreso, como las del fondo de la calle interna. —Sin embargo, detectamos una cuestión sorprendente.

      —¿De qué se trata, García? ¿Es una buena o mala noticia? —entusiasmado, al Capitán le surgió una leve sonrisa en su cara de bulldog—. No se ande con vueltas y dígalo ya.

      —Pues hemos chequeado las tres cámaras del patio del fondo donde se ubican los volquetes y lo que aconteció resultó increíble, pero sucedió.

      —Vaya al grano, García.

      —Las cámaras 68 y 69 están por encima de la hilera de las seis cajas aliviadoras de escombro que allí depositan cada día. Las filmaciones que verificamos no ofrecen nitidez, apenas se ven, están borrosas, por lo tanto, todas esas filmaciones aéreas están inservibles. No nos permiten ver o detectar una imagen nítida. Bah, en realidad, como si les hubieran “tapado” la lente.

      —¿Qué dice, García? No logro entenderlo bien —sarcástico, el Capitán reinició la metamorfosis de escupir en todas las palabras que emitía por sus labios—.¡Quiero saber quién saboteó las cámaras! ¡Son todos unos chingones come mierda! Quiero a los culpables aquí. Ya mismo. ¡Ahora!

      —Con todo respeto, Capitán, nada de eso ocurrió. Cruzamos la filmación con la unidad número 70, que es la otra cámara que existe en el patio, y allí la filmación es nítida. Además, con esa cámara vimos el enfoque desde otro ángulo y detectamos el motivo de porqué las unidades 68 y 69 están borrosas.

      —Dígalo de una cojonuda vez, García, que me va a dar un infarto.

      —Las cámaras ostentan una lente auto limpiante, pero en la madrugada baja la temperatura. A la mañana, con los primeros rayos de sol, la lente, todavía fría, se condensa y, cuando los obreros tiran los escombros a través de las mangas de descarga, el material cae al basurero y levanta polvo, una pequeña nube de polvo. Ese polvillo se pega al lente como una manada de pulgas a un perro. Y eso es lo que ocurrió. Ningún sabotaje. Fue un hecho fortuito. Igual que la cámara 70 que también filmó borroso, pero en menor medida. Aparentemente, esta mañana hubo menos polvillo en suspensión contiguo a ésta última cámara —concluyó García.

      —Híjole, la suerte que ha tenido ese Charly. ¿Y qué atestiguaron los 29 compañeros del GOB-30? ¿Qué vieron, qué escucharon, qué saben?

      —Nadie se dio cuenta de sus movimientos, Capitán. Cada uno asumía a su cargo una tarea asignada en ese momento y estaban en diferentes lugares de la obra. No saben nada. Nadie se enteró del incidente.

      —Vamos, García, no me joda. ¿O me ve cara de estúpido? Si ellos siempre andan todos juntos como conejitos y se cuidan unos a otros. Cuénteme hechos que no sé. Seguro que todos estaban al tanto y se confabularon para cubrirlo. De eso no me cabe duda. ¿O me toman por pendejo?

      —Por favor, Capitán.

      —Entonces dígame qué farsa le contaron.

      —Pudimos averiguar que dos reos apodados “Jalisco” y “Popeye” son sus mejores camaradas, al menos los más cercanos. Los dos, junto a Charly, fueron seleccionados y se hallaban trabajando en la remodelación. Los tres provienen del mismo bloque, pero confesaron que desconocían los hechos. Ninguno sabía nada, ni siquiera estaban al tanto de lo que había sucedido esta mañana.

      —Aquí tengo una copia del careo que le hizo uno de los guardias —continuó García—. Jalisco le confesó: «Esta mañana el Jefe de Obra nos llevó al patio de atrás, porque iba a necesitar más gente en la sala de restauración. Nos quedamos charlando en pequeños grupos, antes de separarnos según los equipos de trabajo que armó el contratista».

      —Lo que nos contó Jalisco fue verificado en las filmaciones de la unidad 70 y coincide con sus declaraciones.

      —Analizamos días anteriores la asignación matinal de cada grupo y, por lo general, se los distribuía en equipos diferentes. Y ahí nosotros no tuvimos ni teníamos ninguna injerencia. Tampoco interferimos

Скачать книгу