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aplicando a esta carrera, cerraron ese departamento. Entonces decidí matricularme en Artes Liberales. Tomé clases de dibujo, artes en metales y clases generales sobre historia del arte y técnicas pictóricas.

      Papá me visitó en Miami en una ocasión y asistió a una de mis clases en la universidad. Justo aquel día nos llevaron un modelo que entró en bata de baño, la cual se retiró con mucho estilo quedando como Dios lo mandó al mundo, ante los ojos asombrados de mi padre y los míos, ya que no me esperaba tal actividad ese día, o ¡habría impedido que mi papá asistiera! A su regreso comentó con mamá ¿Cómo es posible que tu hija esté pintando un hombre desnudo, cuando lo más difícil de dibujar es la mano del hombre? ¿Por qué te la tienen que poner a pintar un hombre desnudo?».

      Yo era muy apegada a mi mamá. El estar separada de ella nos causó a las dos una inmensa tristeza. Había pasado un año en el Barry College. Tuve que renunciar a mis estudios, más por la añoranza de mamá que no resistía nuestra separación. Había creado un alto nivel de dependencia hacia ella y decidí regresar a su lado; ambas nos necesitábamos. Esta experiencia me enseñó que la dependencia no es buena. Mamá no conducía vehículos y su chofer , ¡que era yo! siempre estaba lista para llevarla a las tiendas; ambas nos acompañábamos mucho y pasábamos el tiempo muy contentas estando juntas. ¡Qué lindos momentos!

      Ingresé a la Universidad Centroamericana (UCA), la primera universidad privada creada en Centroamérica. Hice tres años de Humanidades e Historia, con grandes maestros que recuerdo con especial admiración.

      Nuestro noviazgo continuaba. Carlos nunca fue un hombre difícil. Jamás se detenía, siempre andaba a mil. Era complaciente y ¡también incansable! aunque algunas veces dominante. Mi seguridad en lo que deseaba hacer con mi vida se acrecentaba. Las condiciones materiales de Carlos no eran para mí el centro de atracción. Mi amor por él era más grande que la ambición que puede sentir cualquier mujer, al encontrarse con un hombre de su posición económica.

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      Vivian y Carlos en una fiesta de disfraces. Granada, Nicaragua, 1973.

      La distancia terminó fortaleciendo nuestro amor. El deseo de encontrarnos en cada viaje de Carlos a Nicaragua era cada vez más fuerte, y sentíamos la necesidad de compartir nuestras vivencias diarias. Un par de veces fui a California, a escondidas de mis padres, para ver a Carlos. Viajaba el fin de semana y me quedaba cuatro días. Al regresar, le escribía cartas para contarle lo que hacía en su ausencia. En otras oportunidades, cuando él llegaba y mi papá no me daba el permiso para salir, me escapaba por la puerta de la cocina con el consentimiento de mi mamá. Ella giraba hacia atrás las manecillas del reloj para que disfrutara un poco más, cuando salía con la aprobación de papá. Nunca me dieron las llaves de casa y siempre mamá me esperó despierta en el sofá de la sala.

      Otra de las formas que encontramos para comunicarnos fue el sistema de radioaficionado. Carlos era gran amante de ese sistema, capaz de apoyar a las comunidades en riesgo ante situaciones de emergencia. Durante muchos años, se requería demostrar habilidad con el código Morse para obtener licencias de aficionados. Carlos obtuvo la suya y, donde estuviera, lo instalaba. Por otra parte, hacer una llamada de larga distancia en esos tiempos era excesivamente caro; ¡la formulita nos ahorró durante cinco años una buena suma de dinero!

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      Vivian y Carlos el día de su compromiso. Managua Nicaragua, 1975.

      En efecto, nuestra relación funcionó a larga distancia. Yo hablaba por el teléfono y Carlos por su radio. No era fácil hablar con esta tecnología, porque todo era «Carlos, te quiero mucho, cambio y fuera»… y cualquiera podía escuchar la conversación. Debíamos contar con una clave para lograr la ansiada comunicación, la mía era: «Dos corazones contentos»; y la de él: «Charlie papa, un corazón partido».

      Establecimos la fecha de septiembre del siguiente año para casarnos. Carlos debía concluir su maestría y al final trabajar por espacio de dos meses en un banco en EE.UU., y así alcanzar mayores conocimientos en la especialidad de Finanzas. Ese período nos sirvió a mamá y a mí para preparar la boda. Carlos, después de sus dos meses de trabajo en el banco, decidió regresar desde San Francisco por tierra a Nicaragua. Lo hizo en compañía de su hermano Alfredo. Un viaje que debía ser de una semana les tomó mes y medio. Yo estaba enojada porque deseaba que él estuviese conmigo para decidir ciertos detalles de la boda. Se apareció en el mes de agosto con una gran sonrisa de oreja a oreja, a un mes del compromiso, aduciendo que ese viaje era su «despedida de soltero».

      En sus últimas vacaciones en diciembre de 1975, me entregó el anillo de compromiso. Estábamos en casa, delante de mis padres, mis abuelos y sus padres.

      Mi familia estaba feliz, su hija del alma se casaba.

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      Vivian y Carlos el día de su matrimonio. Managua, Nicaragua, 4 de septiembre de 1976.

       La felicidad toca a mi puerta

      Carlos llegó a mi vida para quedarse. Sin saber a qué hora se convirtió en parte de mi ser. Era más de lo que habría podido esperar; era el sueño soñado pero también representaba mis ansias de libertad. Su presencia me llenaba completamente. Su gran inteligencia y personalidad cautivan siempre y no fui la excepción.

      También el amor era una especie de independencia. Carlos me transmitió su seguridad y empecé a tener mayor confianza en mí misma. Y con él aprendí a decir “No”... (bueno..., ¡a veces!).

      Los cinco años de noviazgo a distancia avivaron el fuego de un amor que aún no se extingue. Me enamoré de él totalmente, con ese amor puro y verdadero. Él como persona llenaba mis espacios. Sin duda la enseñanza de papá en cuanto a estimar a la gente por su verdadero valor, por lo que son y no por lo que tienen, sumado a la forma como me marcó la salida de Cuba, nos puso los pies en la tierra; podía no tener nada y mi moral siempre estuvo alta respecto a eso. Mis padres se relacionaron con las personas por lo que eran, no por lo que tenían. Mi matrimonio con Carlos fue por amor.

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      Vivian y Carlos el día de su boda. Managua, Nicaragua, 1976.

      Para mis padres Carlos fue un hijo que llenó en gran medida el vacío que dejó mi hermano Alejandro.

      La boda eclesiástica fue organizada por mis padres, y en algunos detalles se pusieron de acuerdo con doña Nena, mi suegra. Nos casamos en la iglesia de San Francisco. Carlos nombró sus padrinos y yo los míos. Pero tuvimos como padrinos al presidente Anastasio Somoza y su esposa doña Hope Portocarrero Debayle, quienes por protocolo debieron ser los padrinos principales. Fue un trago amargo para la familia de Carlos, particularmente para don Alfredo Pellas, por ser parte de la oposición. Mi padre había hablado previamente con él para explicarle que tenía dentro de sus invitados al presidente dado el buen trato que éste había dado a los cubanos exiliados. Don Alfredo Pellas, como el caballero que era le respondió: «Pepe, lo que tú quieras está bien».

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      Vivian y Carlos el día de su boda, en la iglesia de San Francisco. Managua, Nicaragua, 1976.

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      Vivian y Carlos, acompañados de sus

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