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mi familia toda la vida.

      Esos instantes de nostalgia los debí cambiar por mis deseos de crecer y desarrollarme como persona. Me gradué de High School, y al mismo tiempo, obtuve el título de Secretariado bilingüe en el Colegio Americano.

      Mis anhelos de trabajar se disipaban cada vez que papá se aferraba a su filosofía de que mientras él trabajara, yo no debía hacerlo, puesto que nunca me haría falta nada. Todas mis amigas trabajaban y empezaron a desenvolverse como profesionales. Pero él, con una mentalidad sobreprotectora, pensaba que bastaba con que hubiera estudiado. Yo quería más. Me di cuenta de que la dependencia no conducía a nada.

      Papá era un hombre noble, muy caballeroso, brillante y con una habilidad tremenda para desenvolverse en la vida como gran profesional y ser humano, tal como lo demostró a lo largo de su trayectoria, sobreponiéndose a todas las adversidades.

      Yo acompañaba a mamá al supermercado y a todos lados; me encantaba compartir con ella. Disfrutábamos estar juntas, reíamos cantidades, y era como si estuviera con una muchacha de mi edad. Tenía un gran sentido del humor, y eso es básico en la vida. En resumen: yo era su chofer.

      Sin embargo, había en mí muchas aspiraciones y en su oportunidad, las reflejé en el libro de memorias del colegio. Debajo de mi foto quedó plasmada mi respuesta a la pregunta:

       ¿Qué es lo que usted quiere hacer en la vida?

       «Ser feliz y tratar de hacer felices a los demás».

      Expresé lo que sentía, no dije nada tirado al aire o porque debía decir algo. Quizá en ese momento, si bien era aún adolescente, se manifestaba en mí la fuerza y el deseo de ayudar a las personas menos favorecidas.

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      Discoteca El Plaza. Managua, Nicaragua, 1972.

       Terremoto en Managua: 6.3 Escala Richter

      Intempestivamente la tierra despertó. En fracciones de segundo, el viejo centro de Managua se vino al suelo. Una inmensa estela roja se apoderó del cielo. Los presagios de las abuelas supersticiosas, que olfatearon el siniestro, se cumplían. El reloj de la antigua Catedral se estacionó en su propio tiempo: el tiempo de la calamidad. La catástrofe entró sigilosamente en la noche. Para algunos, apenas empezaba la vida nocturna, para otros, ya adormecía. La ilusión de la Navidad se evaporó. La gente despertó entre escombros y caminó por encima de ellos. El brillo de la bella capital se desplomó al colapsar las construcciones de taquezal, adobe y concreto.

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      Restos de un edificio en Managua, después del terremoto. Managua, Nicaragua, 1972.

      A las 12:35 de la media noche del 23 de diciembre de 1972, Managua sucumbió con un terremoto oscilatorio de magnitud 6.3 en la escala de Richter, seguido de dos réplicas; tuvo una profundidad de apenas 5 kilómetros. Perdieron la vida cerca de 20 000 mil personas. De nuestra querida Managua solo quedarían los recuerdos y la destrucción.

      Esa noche, Carlos, Alejandro y yo estuvimos en la Discoteca El Plaza, ¡la misma que una hora después se derrumbo! Salimos de allí a una fiesta. El sismo hizo retumbar el agua de la piscina alrededor de la cual nos encontrábamos. Carlos tuvo que sostenerme para que no cayera, debido a las heridas que sufrí en mis pies luego de caminar sobre los vidrios rotos de unos ventanales. Corrimos despavoridos hacia nuestras casas, para ver cómo estaban nuestras familias.

      En el camino, Carlos me dijo que fuéramos primero a mi casa porque la suya estaba construida para soportar un terremoto de esa magnitud, pero que donde yo vivía sí podría haber inconvenientes. En el trayecto veíamos hoyos enormes separados por grietas profundas, abiertas debido al fuerte movimiento. Afortunadamente, todos se hallaban bien y la casa estaba en pie, aunque tuvo algunos daños. Después corrió hacia la suya y para su sorpresa y espanto, encontró la casa en el suelo. Su hermana Lucía se salvó por segundos, ya que estaba acostada pero con el movimiento de la tierra se levantó antes que la pared del cuarto cayera sobre la cama. Sus padres y sus hermanos también estaban vivos de milagro. Los padres de Carlos trataban de encontrar a Silvio, el hermano menor porque este no salía, hasta que Carlos les dijo que se tranquilizaran pues él no estaba en casa ya que esa noche se había escapado. Efectivamente estaba de fiesta. La casa de Carlos debieron reconstruirla por completo.

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      Edificio en Managua después del sismo. Managua, Nicaragua, 1972.

      Fue una experiencia terrible, sobre todo para mis padres y abuelos, porque no se podían imaginar un terremoto después de todas las adversidades por las que habían pasado. Ellos disfrutaban de una fiesta en la casa de unos amigos. Tiempo después, mamá contaba con su mejor estilo cubano, que después de bailar tan sabroso al ritmo de una orquesta, salieron tumbados por el suelo en cuatro patas.

      En nuestra casa se movieron los muebles y adornos, se rompieron vidrios y aparecieron algunas grietas menores en las paredes. Debido a las réplicas, dormimos durante varias semanas en la calle, después de sacar el sofá y algunas camas. DIASA, la empresa de papá fue saqueada, como todos los edificios que aún quedaban en pie.

      Mis padres decidieron enviar a mis abuelos a los EE.UU., ante el colapso pues no había hospitales y la situación se tornaba crítica; eran personas mayores delicadas de salud y no podían permanecer con nosotros. Por su condición, con ayuda de unos amigos guatemaltecos de papá, enviaron un avión para trasladarlos. Alejandro regresó a continuar con sus estudios en Missouri y yo me quedé, por un tiempo en casa, hasta que fui a estudiar a Miami pues, en Managua no quedaron colegios en pie. Otra separación más.

      El terremoto trajo un nuevo cambio a nuestras vidas y tampoco Managua volvió a ser la misma. El desarrollo económico del país se truncó. Nicaragua retrocedió cinco años. Las estadísticas reportaban 20 000 muertos, 40 000 heridos, y entre 280 000 a 300 000 damnificados. La tragedia conmovió al mundo y la ayuda internacional mitigó, en parte, las necesidades de la población más vulnerable, que lo perdió todo. Poco a poco, estas personas resurgieron con gran esfuerzo para reconstruir sus vidas y hogares.

      Nuevamente desolados por una tragedia y el alejamiento de mis seres queridos; papá, con la actitud emprendedora que lo caracterizó en todo momento, construyó una casa propia, la que habitamos hasta el año 1979, cuando comienza otra historia para la familia.

      Y después… la revolución sandinista.

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      Vivian en el Colegio Americano a los diecisiete años. Managua, Nicaragua, 1971.

       Cambiando el rumbo

      Mi vida tomó otro rumbo. Estaba decidida a arrancar con pie firme. Carlos insistía en que debía estudiar una carrera, y ese fue el empuje que necesitaba. Ingresé al Barry College de Miami, en 1975. Fue mi opción después que el Colegio Americano quedó aplastado piso contra piso. Por suerte, el terremoto sucedió pasada la medianoche, porque de lo contrario, la cantidad de muertos hubiese sido mayor.

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