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Cada día era una vivencia apasionante. Me asignaban la tarea de falsificar los mensajes que supuestamente nuestros padres enviaban para justificar las ausencias en las clases. Tenía una habilidad especial para hacer diferentes letras y firmas de nuestras mamás. Llegaron a ser tantas las excusas que fuimos descubiertas y llevadas una a una a la dirección, porque eran demasiadas coincidencias. Nos encontramos todas frente a frente con la directora, que, refunfuñando, nos amenazaba con llamar a nuestras madres. La suspensión fue de tres días. Inmediatamente, Rogelia llamaba a su casa para advertir a «La Chepona», una doméstica alcahueta que la quería mucho y acataba todo lo mandado por ella, para que se hiciera pasar por la mamá cuando llamaran del colegio. Esta, muy presurosa, imitaba la voz de la señora.

      La directora del colegio aún no contenta con la explicación de «La Chepona», citaba a mi mamá. Como ella no hablaba inglés, yo le servía de traductora, aprovechando para decir todo lo contrario a lo que me indicaba. Por ejemplo, la directora sentenciaba, «Lydia, su hija no pone atención en clase», y yo le traducía a mamá, está diciendo que soy excelente alumna; ella seguía enumerando sus quejas: «Lydia, su hija viene tarde a clase y yo le decía «mamá, no le hagas caso a esta señora que está un poco loca y a la directora le decía que mi mamá aseguraba que pondría mano dura conmigo. Era una escena para morir de la risa. Al final, mi pobre mamá solo asentía con su cabeza y la directora terminaba satisfecha. Después le contaba a mi mamá la verdad del discurso de la directora y me decía con su cubanísimo acento: «Ay, por tu madre, Vivian, no me hagas esto», y ambas reíamos.

      Cuando no celebrábamos los cumpleaños en alguna de nuestras casas, nos íbamos al Drive Inn, situado frente al antiguo Hospital El Retiro, a tomar refrescos.

      En ese lugar vi por primera vez a Carlos Pellas. No imaginaba lo que el destino tenía preparado para mí.

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      Vivian y Carlos, su esposo. Miami, FL. 1977.

       Carlos Pellas: mi destino

      Nunca imaginas, cuando te cruzas en tu camino con alguien, cuánto tiempo permanecerá en tu vida, qué papel desempeñará en ella y menos, qué tramo de la ruta te acompañará.

      El día que conocí a Carlos yo estaba con mis amigas María Enriqueta, Rogelia, Mariel y mi hermano. En otra mesa, estaba Carlos con Mike Wood, su mejor amigo y compañero de la Universidad de Stanford. Carlos llamó a Ernesto, que se encontraba en otra mesa, sin saber que era mi exnovio, para preguntar si me conocía. Repitió mi nombre varias veces, pues nunca lo había escuchado. En ese momento alcancé a oír que deletreaban «V- i-v i-a-n» y comentaban: «la cubanita aquí y la cubanita allá»; luego lo veo pasar guiñando un ojo en señal de conquista. No paraba de indagar por mí. Algunos le decían que nos iban a presentar. Por Mariel me enteré de su nombre y además, que vivíamos muy cerca.

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      Vivian y Carlos, en la Laguna de Xiloa. Managua, Nicaragua, 1972.

      No hizo falta tal presentación. Carlos llegó a mi casa al día siguiente de haberme visto en el Drive Inn. Tocó la puerta y abrió mi abuelita. Inmediatamente pidió verme. Ella contestó que yo no estaba. Después cuando llegué, me dijo, «Vivian, vino un muchacho a buscarte. Traía una boina española. Es guapísimo».

      Carlos regresó después. Me encontró sentada en el piso a la entrada de la casa. Iba a invitarme a salir, pero le dije que no podía. En realidad, hasta entonces, nunca me habían permitido salir sola con un amigo a pesar de mis diecisiete años y a los varios pretendientes que tenía. Así pasaron varios días, hasta que en otra ocasión Carlos regresó, y me dijo: «Bueno, tú eres como los abogados, lo que no ganas lo enredas». Pero como me gustaba, decidí pedir permiso para salir con él y lo obtuve… ¡claro que con la condición de ir acompañada por una «chaperona»!

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      Vivian el día de su graduación, con su padre. Managua, Nicaragua, 1974.

      Carlos me encantó desde que lo vi. Era de una mentalidad más abierta. Distinto a todos los que había conocido. Yo era muy joven todavía, pero desde entonces me cambió la vida. Mis abuelas lo adoraban. Él siempre ha sido un ser de contrastes, extrovertido, abierto al mundo. Tuvo muchas novias, pero no duraba demasiado con ninguna. Dice que desde el primer momento, le impresionaron mis ojos y al mirarme sentía la vida correr por todo su cuerpo. Efectivamente, cuando nos conocimos se quedó observándome. Luego me contaría que la sensación que tuvo fue de un golpe en el pecho; que su corazón se agitó hasta sentirlo palpitar aceleradamente. No hay duda: me casé con el hombre de mi vida.

      Transcurría el año 1971; Carlos cumplía dieciocho años y yo diecisiete. Vivíamos bajo el esplendor de la vieja Managua. Una ciudad con identidad, con costumbres arraigadas, de sitios pintorescos, una ciudad en desarrollo. Era lindo apreciar aquella Managua.

      Desde su niñez, Carlos se desenvolvió en un ambiente familiar, viviendo en la finca de Café San Dionisio al lado de sus tres hermanos Alfredo, Silvio y Lucía y doce primos hermanos. El origen de su familia se remonta a los días en que su bisabuelo, don Francisco Alfredo Pellas, un comerciante genovés, facilitó la navegación mercantil en el Lago Cocibolca, con la adquisición y operación del Vapor Victoria, toda una leyenda en la historia del país. Don Francisco Alfredo Pellas invirtió en la histórica y famosa Compañía del Tránsito. Y en 1890 fundó Nicaragua Sugar State LTD., empresa que recientemente cumplió 129 años de existencia.

      La vida de Carlos en el campo se disipó al trasladarse a Managua para cursar el cuarto grado en el Instituto Pedagógico. Su padre, don Alfredo, vio la necesidad de que sus hijos iniciaran otra forma de vida y otras relaciones. Carlos hizo su primer año de bachillerato en el Centroamérica de Granada, colegio de Jesuitas, para luego trasladarse a uno en el norte de California, el Woodside Priory School, donde concluyó su High School.

      Luego se matriculó en la Universidad de Stanford, en California, para hacer su carrera de Economía, no sin antes dar sus bandazos en Ingeniería. Era la carrera de su padre y quería que también Carlos la cursara, olvidándose del test de aptitud que le practicaron en el Centroamérica de Granada, al concluir la primaria, donde le descubrieron gran habilidad para los negocios. Esto lo supo su padre al recibir una nota de los jesuitas argumentando por qué Carlos debía seguir los pasos en la carrera de Administración, Economía y Finanzas.

      Carlos se encontraba de vacaciones en Managua aquel verano en que nos conocimos. Siempre ha manifestado que, desde que me vio en el Drive Inn, pensó: «Esta es la mujer de mi vida».

      Mi hermano Alejandro no era ajeno a nada de lo que me sucedía. Siempre fue extremadamente celoso; espantaba a todos mis enamorados. Me sacaba de las fiestas para llevarme a casa. La última vez que me hizo esto fue antes del terremoto. Me abochornó tanto que cuando llegamos le di un zapatazo. Pasados algunos días, nos olvidamos del asunto.

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      Vivian a los diecisiete años. Managua, Nicaragua, 1972.

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      Pensamiento de Vivian registrado en la Memoria del Colegio Americano Nicaraguense. Managua Nicaragua, 1974.

      Mi hermano obtuvo su graduación, en 1970. Tiempo después se instaló en Miami; allí se casó y tuvo dos hijas: Vanessa y Yamilee. La

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