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el objeto de los estudios de cultura visual hasta aquí esbozadas sacan a relucir nuestra tarea más urgente, la de dilucidar si el destino de los estudios visuales o el análisis visual es desarrollarse como una sola disciplina o como colaboración interdisciplinar entre distintas disciplinas. Más que describir artefactos concretos y su proveniencia, como haría la historia del arte, o describir (aspectos de) la cultura, como haría la antropología, los estudios de cultura visual deben analizar críticamente los objetos visibles y los eventos de visión. Deben analizarse en detalle, teniendo en cuenta los entresijos y articulaciones de la cultura visual, al mismo tiempo que se minimiza la persistencia naturalizada de las formas en las que se encuadran dichos eventos. Deben centrarse en los intersticios en los que los objetos de naturaleza principal pero nunca exclusivamente visual se cruzan con los procesos y prácticas que estructuran una determinada cultura, incluyendo las relaciones de poder y las fuentes de injusticia que contribuyen a dicha estructuración[45].

      Conclusión: el objeto del análisis visual

      He extraído este último ejemplo, al igual que los anteriores, del ámbito del arte y de las instituciones establecidas. Lo he hecho intencionadamente con el fin de enfatizar que el análisis visual no se distingue esencialmente por la elección de los objetos. Estoy cansada de la obsesión fetichista con Internet y la publicidad como objetos ejemplares. En cualquier caso, las implicaciones de estos cuatro principios metodológicos deberían quedar claras. Ni la división entre cultura «popular» y «alta» cultura puede ya sostenerse ni tampoco la que existe entre la producción visual y su estudio. Si, como he argumentado, el objeto es también partícipe del desarrollo del análisis, entonces crear y controlar divisiones de cualquier clase se me antoja la más fútil de todas las futilidades en las que se pueda implicar el trabajo académico.

      Desde luego, atrapado como está en la dialéctica académica, el análisis visual se hace cargo de lo que otras disciplinas más establecidas han rechazado: las obras de arte no canónicas, las escenas callejeras, las instantáneas privadas, los dibujos de los niños; así como de los pequeños rituales que ningún antropólogo consideraría dignos de tal denominativo, los comportamientos raros que no percibiría ningún psicólogo, las configuraciones visuales en las calles de una ciudad que cualquiera daría por descontadas. Otros objetos quizá en la sombra son los anuncios publicitarios cuyo burdo racismo merece gritos de indignación, pero que con frecuencia permanecen sin ser vistos por resultar demasiado familiares, o también las extrañas yuxtaposiciones en las exposiciones de los museos, que naturalizan las relaciones coloniales de subordinación, o las configuraciones homosociales desfasadas en el siglo xxi. No obstante, la cuestión no es la elección de objetos, aunque pueda resultar útil como crítica a las exclusiones que durante tanto tiempo hemos dado por sentadas. La cuestión es qué preguntas realizamos a estos objetos: preguntas sobre su uso, su afecto, sobre el pirateo; interrogaciones sobre el poder, la materia, el contexto. En la práctica del análisis de las manifestaciones visuales, a los profesionales de los estudios visuales nos gusta dar cuenta de las relaciones cargadas de afecto entre la cosa vista y el sujeto que lleva a cabo el visionado y, por ello, es necesario

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