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por eso. No hay ninguna razón para que me fíe de ti y te deje conocer a Lillie. ¡Eso nunca!

      Él alzó las manos.

      —Tienes razón. No hay motivos para que confíes en mí, pero eso no cambia el hecho de que sea el abuelo de Lillie y quiera poder conocerla. Quiero formar parte de su vida. Te estoy pidiendo una oportunidad para verla.

      —¿Qué plan tienes? ¿Vas a presentarte unas cuantas veces y hacer que acabe apreciándote para luego desaparecer y partirle el corazón?

      —No —respondió en voz baja—. Me he mudado aquí. Quiero estar cerca de la única familia que me queda. Estoy dispuesto a hacer lo que haga falta por ganarme tu confianza —vaciló como si tuviera algo más que decir y después sacudió la cabeza—. Por favor, piensa en ello.

      Patience odiaba que un «no» rotundo no fuera una opción, porque aunque no había nada que pudiera decirle para hacerla confiar en él, esa no era la cuestión. A menos que Steve fuera un completo cretino, Lillie merecía conocer a su abuelo. Se merecía tener más familia, tener a más gente que se preocupara por ella.

      Steve sacó una tarjeta de visita del bolsillo de su camisa.

      —Aquí tienes mi número de móvil. No estaré lejos. Puedes limitarme las visitas, supervisarlas o hasta puedo dejarte una fianza como garantía —esbozó una breve sonrisa—. Haré lo que haga falta, Patience. Siento cómo te han afectado mis actos. Si pudiera cambiarlos, lo haría. Créeme.

      Le pasó la tarjeta y se marchó. Ella se la guardó en el bolsillo trasero e hizo lo que pudo por olvidarse del tema. No quería tener que enfrentarse a la situación de que el abuelo de su hija se hubiera presentado de pronto.

      Justice llamó a la puerta de la casa y un par de minutos después, Ava la abrió y le sonrió.

      —Patience no está aquí —le dijo a modo de saludo—. Esta tarde le tocaba trabajar en la peluquería.

      —He venido a verte a ti.

      Ava se rio y lo invitó a pasar.

      —Lo interpretaré como lo que has querido decir en lugar de deducir cualquier otro motivo.

      Justice sonrió.

      —Gracias.

      Ella lo condujo hasta el salón. Ese día sus pasos no eran tan firmes como antes y usaba un bastón. Ahí estaba su enfermedad, pensó él, deseando poder hacer algo para que se recuperara.

      Una vez los dos estuvieron sentados, Ava le preguntó:

      —¿En qué puedo ayudarte?

      —Lillie ha venido a verme —le contó lo de Zack y lo incómoda que se sentía Lillie cuando el niño estaba cerca—. Quiere que descubra qué está pasando para que pare. Dice que no la están acosando, pero no estoy muy seguro. En circunstancias normales yo mismo iría a hablar con el problema, pero en este caso el problema es un niño de diez años.

      —Entiendo que pueda hacerte sentir incómodo. No sabía que a Lillie le preocupara alguien.

      —Creo que ha venido a mí porque soy profesional, pero esto se sale de mi campo.

      —Lo comprendo —respondió Ava, quedándose pensativa un segundo—. Voy a llamar al colegio y concertaré una cita con la orientadora y con la profesora. A lo mejor así obtengamos una respuesta. Se lo diré a Patience, pero le diré que nos deje ocuparnos de esto a ti y a mí. Así si Lillie te pregunta si ha intervenido su madre, podrás decirle que no.

      —Agradezco tu ayuda.

      Ava sonrió.

      —Siempre has sido muy dulce con mi niña, incluso cuando eras mucho más pequeño. Me alegra poder ayudarte ahora.

      No estaba seguro de poder definir sus sentimientos como «dulces», pero tampoco era una conversación que fuese a mantener con la madre de Patience. Ni siquiera estaba seguro de que fuese a mantenerla con Patience. No sabía qué estaba pasando entre ellos. Sabía lo que quería, pero ir por ese camino implicaba llamar al peligro. Su deseo de protegerla era más importante que el deseo físico que sentía por ella y eso lo situaba en un gran dilema.

      —Gracias por reunirte conmigo —dijo Patience al sentarse en un banco en el Fox and Hound—. Seguro que por teléfono he sonado muy misteriosa.

      —Tu petición tenía cierto aire de James Bond —le respondió Justice, además de farfullar algo parecido a «es cosa de familia», pero como no le encontró sentido, ella lo dejó pasar.

      Lo había llamado esa mañana y le había preguntado si estaba libre para almorzar. Tenía un millón de cosas que hacer, pero el asunto era demasiado importante como para posponerlo. Además, ¿quién podía resistirse a almorzar con un hombre atractivo por mucho que ese hombre la confundiera?

      Wilma, la camarera de unos sesenta y tantos años que no dejaba de mascar chicle miró a Justice.

      —No te conozco, pero tienes la mirada de mi Frank. Es un cumplido, por si te lo estás preguntando.

      —Gracias —respondió Justice.

      Wilma se giró hacia Patience.

      —¿Está contigo?

      —Más o menos.

      Las perfiladas cejas de Wilma se enarcaron.

      —¡Vaya! ¿No es maravilloso? Bueno, ¿qué vais a tomar?

      —Yo quiero una Coca Cola Light —respondió Patience, sabiendo que pretender evitar que el pueblo dejara de interesarse por ella y por su vida privada era lo mismo que pretender querer parar la rotación de la tierra.

      —Yo quiero café —le dijo Justice a la camarera—. Solo.

      La mujer anotó el pedido.

      —Antes ha habido un pequeño accidente en la cocina. No es preocupante, pero si fuera vosotros me limitaría a tomar unos rollitos.

      Patience contuvo un gruñido. Estaba claro que tenían que haber elegido otro sitio.

      —Gracias por la información.

      Justice la miró.

      —¿Me recomienda alguno?

      —El London es el mejor —dijo Wilma—. Con patatas fritas. Te gustará.

      Él le devolvió la carta.

      —Seguro que sí.

      —Lo mismo para mí —dijo Patience sin muchas ganas.

      —Chica lista.

      Cuando Wilma se marchó, ella miró a Justice.

      —Puede ser un poco enérgica.

      Justice parecía más divertido que molesto.

      —Me parece bien. Es parte del encanto de este pueblo.

      —Eso lo dices ahora, espera —respiró hondo—. Gracias por ayudar en el asunto Lillie-Zack. Mi madre me lo ha contado todo. Estoy de acuerdo en que yo debería mantenerme al margen para que Lillie no piense que has traicionado su confianza.

      —Gracias. No quiero que me odie. Es una niña genial.

      —Y una niña que despierta un gran afecto entre sus compañeros de clase —se estremeció—. Me temo que voy a verme en serios problemas cuando cumpla dieciséis.

      —Enciérrala en una torre.

      Ella se rio.

      —Es una opción que no había contemplado —se aclaró la voz sabiendo que tenía que ir al grano y al motivo de ese almuerzo—. Sobre el motivo de que te haya pedido quedar contigo...

      —¿Sí? —le preguntó él mirándola.

      —Me ha visitado el abuelo de Lillie

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