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Dios hace tronar su voz, se producen maravillas; suceden grandes cosas que nadie puede comprender” (Job 37:5).

      Continuemos hablando del tema de ayer: el debate creación-evolución. Retomémoslo en el punto número 3.

      3. Las especies cambian (esta es una realidad que a los creacionistas les costó reconocer), pero jamás cambian de la manera en que afirma la evolución. Por ejemplo, las diversas especies de felinos (leones, tigres, leopardos o gatos) tal vez descienden del mismo ancestro que viajó en el arca, pero los experimentos no han podido demostrar evidencia alguna de que sea posible que los animales desarrollen nuevos órganos o estructuras corporales.

      4. Los argumentos principales de la evolución a menudo se reducen a presuposiciones. Por ejemplo, los llamados “órganos vestigiales” (supuestos restos de especies anteriores) se consideran evidencia de la evolución; sin embargo, se ha descubierto que casi todas las partes del cuerpo humano que alguna vez fueron consideradas “vestigiales” son en realidad bastante útiles.

      5. Darwin y evolucionistas posteriores han argumentado contra la idea de un Creador divino, sugiriendo que los patrones que vemos en la naturaleza son ilógicos. Stephen Jay Gould escribió: “Las disposiciones extrañas y las soluciones singulares constituyen la verdadera prueba de la evolución, caminos que un dios sensato jamás habría adoptado, pero que un proceso natural, constreñido por la historia, se ve obligado a seguir” (El pulgar del panda, cap. 1). Pero esto ignora la realidad de un mundo deformado por el pecado.

      6. El registro fósil presenta desafíos tanto para la evolución como para el creacionismo. La ciencia ha descubierto que el registro fósil coincide con la secuencia de desarrollo que propone la evolución, pero con grandes espacios en los que no vemos a las especies intermedias que serían necesarias para un cambio masivo. Stephen Gould y Niles Eldredge propusieron la teoría del equilibrio interrumpido para explicar esto, sugiriendo que en ciertos momentos, la evolución simplemente actúa muy, muy rápido. Es decir, si parpadeas, te lo pierdes.

      Continuará…

      La evolución – parte 3

      “El Señor, el que forma las montañas y crea el viento, el que da a conocer sus planes al hombre, el que convierte la luz en oscuridad, el que recorre las regiones más altas de la tierra, el Señor, el Dios todopoderoso: ese es su nombre” (Amós 4:13).

      Es fácil dejarse atrapar por todo lo que implica el debate evolución-creación: microevolución y macroevolución, contradicciones en el registro fósil, la explosión cámbrica, los dinosaurios y los neandertales... Sin embargo, tanto el creacionismo convencional como la teoría de la evolución dejan una multitud de preguntas sin respuesta.

      El rey David escribió: “¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!” (Sal. 139:14, NVI). Génesis nos dice que fuimos creados a la imagen de Dios, con la capacidad de apreciar la belleza, la sabiduría y las maravillas. Aunque el pecado lo corrompió todo en nosotros y en nuestro entorno, deformando y distorsionando aquello que debería ser una vislumbre de su Creador, Dios aún nos ama y promete restaurarnos.

      El biólogo Ariel Roth escribió: “Se estima que hay cerca de 100.000.000.000.000 de conexiones entre las células nerviosas del cerebro humano. El hecho de que podamos pensar con claridad (¡esperamos que la mayoría pueda hacerlo!) da testimonio de un maravilloso y complejo orden de partes interdependientes que desafía cualquier sugerencia de un origen producido por meros cambios evolutivos aleatorios. ¿Cómo podrían desarrollarse órganos tan complicados mediante un proceso no planificado?” (In Six Days: Why 50 Scientists Choose to Believe in Creation, p. 89).

      Finalmente, un cristiano tiene que sopesar tanto la evidencia material como la inmaterial; lo físico así como lo sobrenatural; el misterio y la historia de su propia relación con Dios; así como ejemplos de personas que conozca que viven una vida diferente debido a su relación con Dios.

      Personalmente, la mayor evidencia de un Dios amoroso y creador que conozco son las increíbles transformaciones que he presenciado, y que es obvio que no han ocurrido por evolución. Son los amigos y familiares que han pasado, de forma lenta pero segura, de ser personas cínicas y egocéntricas a seres leales a Dios, con una esperanza. Solo el poder del Espíritu Santo puede convertir la amargura y la tristeza en afecto y unión.

       Antes del diluvio, la gente podía ver evidencias asombrosas del Dios Creador, incluyendo a un ángel que vigilaba las puertas del Edén; pero, aun así, decidió ignorarlo. Las creencias y las convicciones no son meros asuntos externos. Deben provenir del corazón.

      Mis locos cumpleaños

      “Si el Señor no construye la casa, de nada sirve que trabajen los constructores” (Sal. 127:1).

      Cuando cumplí trece años, me pasé el día pintando la que sería mi habitación en nuestra nueva casa. Pero mis padres me dijeron que el color les parecía horrible. ¡Demasiado verde! Querían algo azul. Todo un día esforzándome en pintar (hasta me causó dolores musculares) para nada. Así que dejé que mis padres pintaran de nuevo, a su gusto. ¿De qué sirve hacer algo que nadie aprecia? Juré que jamás volvería a esforzarme en un trabajo físico.

      El día que cumplí catorce, tuve edad suficiente para comenzar a trabajar de forma remunerada en mi escuela, pero preferí quedarme en casa celebrando mi cumpleaños. Quería posponer eso del trabajo físico el mayor tiempo posible, y mi cumpleaños era una buena excusa. Pero al día siguiente, me tocó presentarme como parte del equipo de jardinería de la academia. Tenía que cortar el pasto y desmalezar arbustos. El jefe conducía cómodamente un tractor con techo mientras nosotros empujábamos segadoras bajo un sol abrasador. El hombre se paraba a dar indicaciones mientras nosotros llevábamos troncos de un lugar a otro. Aprendí mucho sobre el trabajo duro (específicamente, cómo evitarlo) y le tomé más fobia al trabajo físico.

      Gracias a lo que podríamos catalogar como una intervención divina, después de solo dos semanas me transfirieron al feliz mundo del trabajo de oficina. Cuando cumplí quince años no le tenía miedo al trabajo. Claro, me refiero a fotocopiar, escribir, enviar faxes, ¡dénmelo a mí! Pero Dios aún no había terminado conmigo. Un día, puso en mi corazón viajar a la República Dominicana con misioneros de Maranatha. Yo aún tenía recuerdos poco gratos del trabajo duro al aire libre, pero Dios seguía llamándome a realizar aquel viaje misionero.

      Me preguntaba cómo podía Dios pensar que yo era el adecuado si él había visto mi desempeño trabajando ocho horas diarias bajo el sol... Pero Dios es persuasivo, así que recaudé fondos y me sacrifiqué para pasar dos semanas trabajando en construcción en Dominicana. “¿Será diferente esta vez?”, me pregunté.

      Al comienzo del viaje estaba un poco reacio a probar cosas nuevas, pero pronto me ambienté. Durante mi cumpleaños número dieciséis, en Santo Domingo, recogí tierra con una pala, me agaché una y otra vez para recoger rocas, empujé decenas de veces una carretilla llena de bloques de hormigón, vertí cemento en agujeros... Y fue divertido. ¿Por qué fue distinto esta vez? Porque en vez de hacer algo pensando en mí mismo, estaba haciendo algo por los demás.

      La caricatura

      “Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen” (Gén. 1:27).

      A todo el mundo le gusta tener una maestra sustituta. Bueno, a todo el mundo no. Yo logré mantener la cordura durante la ausencia por maternidad de mi maestra de tercer grado única y exclusivamente gracias a las predicaciones de la oradora invitada para la Semana de Oración, la reconocida autora Sally Streib. Y cuando la maestra Zane, sustituta, nos impartió la clase de arte de octavo grado, bueno, lo menos que la consideré en ese momento fue “amiga”.

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