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a vivir con esas ambigüedades. Es decir, que aunque no siempre tendremos respuestas fáciles a nuestras preguntas difíciles, aprendemos que, con Dios, a veces lo único que tenemos que hacer es aceptar el misterio.

      Religión de aeropuerto

      “La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz” (Rom. 8:6, NVI).

      La semana pasada, leí una carta al editor que me puso a pensar. Un cristiano sincero escribió a la Revista adventista preocupado por cuán bajo han caído los estándares de nuestra Iglesia. Antes –según él– se podía identificar a un miembro de la iglesia con solo mirarlo, pero ahora la mayoría se ven iguales a las demás personas porque, de hecho, se visten igual.

      Me pregunté si aquel “escritor” de cartas sería un viajero como yo. En el mundo hay personas que coleccionan figuras de porcelana, muñecas Barbie o cromos… yo colecciono aeropuertos (y dispensadores de caramelos Pez, aunque esto último no viene al caso). La última vez que saqué la cuenta, yo ya había estado en más de sesenta aeropuertos. Y a pesar de lo agotador que puede resultar viajar –horas intempestivas, comida basura, retrasos y maletas– sigue siendo una de las mejores formas de practicar uno de mis deportes favoritos: observar a la gente.

      La gente parece perder la compostura cuando viaja (y no me refiero a un tipo al que vi gritándole a su celular). Se les sale el verdadero yo, que no siempre es bonito. El otro día, por ejemplo, mientras esperaba en el aeropuerto de Baltimore tras enterarme de que mi vuelo llegaría demasiado tarde para tomar mi conexión a Perú, vi cómo un hombre se salía de sus casillas. No vestía de manera diferente, pero su actitud y comportamiento dejaban muy claro que el Espíritu Santo no moraba en él.

      Regresando del mismo viaje, abordé un avión donde viajaba un grupo de misioneros a los que no conocía, y a pesar de que usaban pantalones cortos, sandalias y camiseta como cualquier turista, no me costó reconocerlos. Era evidente su relación con Dios en la paz que transmitían y la sonrisa que llevaban puesta.

      Nuestra relación con Cristo debería influir en absolutamente todo lo que hacemos: desde la ropa que compramos hasta lo que vemos en nuestras pantallas, pero no porque tengamos miedo a que Dios nos juzgue o a que hablen mal de nosotros. Nuestras decisiones cambian porque Dios cambia nuestras prioridades.

       Cuando entendemos el precio que Jesús pagó para salvarnos, el sufrimiento del mundo que nos rodea, y que lo que hacemos a los demás en realidad se lo hacemos a Jesús, no volvemos a ver al mundo de la misma manera.

      Cómo fue escrita la Biblia

      “El Maestro se esmeró por encontrar las palabras correctas para expresar las verdades con claridad” (Ecl. 12:10, NTV).

      Cuando algunos cristianos piensan en cómo escribían los autores de la Biblia, se imaginan algo así como cuando yo tomaba notas en la clase de Biología durante mis años de universidad. El profesor comenzaba cada clase diciendo: “Preparen sus lapiceros”. Mis compañeros y yo íbamos tomando notas apresuradamente mientras él hablaba y hablaba.

      Aunque ocasionalmente los escritores de la Biblia registraban palabra por palabra lo que escuchaban en visiones y sueños, lo cierto es que también se valían de diversos métodos adicionales. Muchas veces, escribían de su experiencia personal, como cuando el apóstol Pablo describe sus viajes misioneros. Otras veces solo empezaban a escribir después de haber realizado una cuidadosa investigación; como por ejemplo Lucas. Él mismo dice que escribió su Evangelio “después de investigar todo con esmero” (Luc. 1:3, NTV). No recibió su Evangelio ya expresado palabra por palabra, por medio de una visión directa de Dios, sino que habló con testigos oculares de los hechos de Jesús en esta tierra, y con otras personas que podían darle la información que Dios quería transmitir a las generaciones futuras. Quizá Lucas utilizó escritos compilados por otros (Elena de White nos dice que cuando era niño, Timoteo estudió una colección de “enseñanzas y lecciones de Cristo” que ya existía antes de que se hubiera escrito un Evangelio completo). Finalmente, cuando Lucas reunió todo el material, el Espíritu Santo lo ayudó a elegir los mensajes que debía presentar y lo dirigió en la escritura.

      Los autores de Reyes y de Crónicas consultaron registros históricos, como los anales de los reyes de Israel y Judá. También obtuvieron información de escritos que no están incluidos en la Biblia, como los de los profetas Natán, Ahías e Iddo (ver 2 Crón. 9:29). El Espíritu Santo inspiraba al escritor bíblico en cuanto al significado espiritual de algún acontecimiento, mientras el autor humano verificaba documentos históricos en busca de detalles.

      Algunas veces, los escritores de la Biblia incluían información que habían recopilado de fuentes no israelitas. El libro de Proverbios, por ejemplo, contiene dichos tomados de la literatura sapiencial de Egipto y Asiria. Igualmente, algunos Salmos y partes del libro de Lamentaciones hacen eco de diversos himnos y poesías no israelitas conocidos en la época. Pero lo clave es esto: siempre el Espíritu Santo dirigió a los escritores de la Biblia, para que nosotros hoy podamos confiar en que presentaron fielmente los mensajes de Dios.

      GW

      La evolución – parte 1

      “¡Maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas” (Gén. 3:17, 18, NVI).

      Desde que Darwin se basó en ideas preconcebidas sobre los orígenes de la vida para presentar su teoría de la evolución en El origen de las especies, se ha venido librando una dura batalla. Los cristianos se han mostrado dubitativos en sus respuestas, aferrándose, por supuesto, a lo que dice la Biblia. Han acudido a la ciencia para demostrar que Dios es el Creador de todo, aunque con resultados ambiguos. En su intento por defender a Dios, han terminado haciendo declaraciones que van más allá de lo que dice la Biblia (como, por ejemplo, que las especies jamás han cambiado en lo más mínimo). Mientras tanto, los científicos han ido descubriendo cada vez más cómo funciona la vida, aunque nadie sabe con certeza a dónde llevan sus descubrimientos. Han ido añadiendo puntos pero no han sido capaces de conectarlos.

      Al creyente que se atreva a participar en este debate le esperan varios desafíos. Uno es no reducir la obra de Dios a una simple fórmula matemática. Otro es permitir que la Biblia cuente su historia a su manera, no a nuestra manera moderna. El tercero es mantener la humildad y recordar que Dios nos ha dado suficiente información y evidencias para creer, a pesar de las preguntas que plantea la teoría de la evolución.

      Echemos un breve vistazo a algunos de los principios que moldean el debate creación-evolución, y lo que podemos y no podemos decir. Hoy veremos dos, mañana más.

      1. Según la Biblia, el mundo ha experimentado al menos dos cambios importantes desde que Dios lo creó. Cuando Adán y Eva pecaron, Dios cambió la forma en que operaban la naturaleza y nuestro cuerpo. El cuerpo humano comenzó a envejecer y morir; en la naturaleza, aparecieron “cardos y espinas”, y podemos deducir que también virus, parásitos y venenos, que simplemente no existían antes de la entrada del pecado. El mundo no funciona hoy bajo las mismas reglas que cuando Dios lo creó. El pecado lo ha trastocado todo.

      2. El segundo cambio ocurrió durante el diluvio, cuando Dios reorganizó el planeta de maneras que no podemos conocer del todo. Lo que la ciencia puede estudiar sobre los orígenes de la vida está distorsionado por esta realidad, que dejó incompleta la información disponible.

       También significa que lo que conocemos como milagros –curaciones, la voz de Dios que se revela repentinamente– ocurren cuando el mundo funciona por un instante como se suponía que debió funcionar siempre, antes de que cayeran sobre él las sombras.

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