ТОП просматриваемых книг сайта:
La dama triste. M.ª Concepción Regueiro Digón
Читать онлайн.Название La dama triste
Год выпуска 0
isbn 9788417829285
Автор произведения M.ª Concepción Regueiro Digón
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Sí, hola —respondió—. Verá, yo necesitaba contactar con una persona de su anuncio de patatas…
—Pero ¿es usted de la empresa de alimentación?
—No, qué va. Solo quiero contactar con una de las actrices.
—Entonces hable con su agencia.
—¿Con su agencia?
—Claro, nosotros contratamos a través de agencias, la Zen-casting y la Mistral Actors, son ellas quienes se ocupan de los repartos. Buenos días —se despidió la voz de hombre antes de colgar, sin darle la menor oportunidad de preguntar por cuál de las dos debía empezar. Aun así, no daba por perdida la mañana: aquella era una pista importante.
Es en este punto donde parece conveniente una recapitulación sobre amores y deseos de la joven empleada de la copistería, imprudentemente divergentes cuando se mantienen relaciones con una persona, en líneas generales, simpática y agradable como Gaby, pero, a quién queremos engañar, las personas simpáticas y agradables suelen ser las primeras víctimas en los terrenos dificultosos de las pasiones y la obsesión amorosa. Hay una especie de fascismo sentimental que lleva a despreciar sin cortapisas a este tipo de gente, y la buena de la opositora al grupo C de la Administración del Estado está llamada a ser una de esas sacrificadas en algún momento de la historia. Cierto es que, como anteriormente se ha señalado, Alba la reconoce no ya como una de las relaciones satisfactorias, sino como la mejor que ha tenido en esos trece años de vida amorosa, desde aquel día de su decimotercer cumpleaños en que ella, medio en broma, medio en serio, había decidido llevar a rastras a uno de los retretes a una compañera del centro de menores donde estaban y, ya en la intimidad del estrecho cubículo, besarla apasionadamente, como hacían tantos chicos con las chicas de allí en los pasillos y en los oscuros rincones. Que esa compañera respondiera a su beso con más entusiasmo que pericia sirvió de pistoletazo de salida para una carrera sentimental de abundantes relaciones cortas, aunque tampoco en un número claramente excesivo (la más larga de ellas de año y medio, y más por el tesón de la pareja, aquella reponedora con gafas de Lolita), aunque, en la medida de lo posible, honradas, ya que ella nunca ha engañado a nadie: es lo que hay, y no va a haber más, bien para quien lo quiera, bien para quien no lo quiera, en un rápido resumen de su argumentario.
No obstante, en los últimos tiempos sucede un hecho sorprendente que nunca le había pasado: está obsesionada con una imagen, pues así es como debe describirse todo ese comportamiento conocido de visionado continuado de anuncios, grabación en un DVD, reproducción en bucle y sesión extremadamente satisfactoria de autosexualidad subsiguiente.
La silueta de esa actriz morena, casi con seguridad fracasada en otras empresas interpretativas de mayor calado, que representa con la misma convicción a una madre de familia que a una joven de vida regalada la paralizó la primera vez que la vio, y no es que Alba sea de esas personas que se enamoran de los personajes catódicos, en absoluto. Su vida ha sido lo suficientemente dura para saber con conocimiento de causa que no existen los cuentos de hadas en el día a día de nuestra existencia. Sin embargo, sufre un proceso hipnótico ante la pantalla cada vez que ella aparece, ya desde aquel episodio, cuando sobresalió como una llama entre el conjunto de figurantes en una escena ambientada en una cafetería de una serie nacional de efímera existencia y calidad infame.
La escena en cuestión reflejaba el diálogo en una mesa de los dos aburridos protagonistas, pero un cámara incapaz no había sabido hacer el encuadre preciso de la pareja y le había regalado durante cuatro preciosos minutos las evoluciones de una mujer de aire misterioso que comía lentamente un helado atendiendo a las explicaciones de un invisible interlocutor. Esa interpretación, a priori destinada a pasar sin pena ni gloria, al igual que los demás elementos de aquella producción audiovisual, había conmovido a Alba como nunca antes nadie lo había hecho. Aquella mirada atenta, pese a lo innecesario del esfuerzo interpretativo, le había parecido directamente destinada a ella, como si la estuviese llamando a su lado desde el agujero en el que parecía instalada. Era su rescatadora personal, equipada con las únicas armas de unos ojos perturbadores y probables promesas de una historia común donde ni el gris ni el negro de otras épocas existirían, tan solo deseables encuentros amorosos en dormitorios limpios y luminosos, con el don de la intimidad dichosa, características todas absolutamente inexistentes para ella en esos momentos concretos, pues también creía adivinar una pasión por descubrir en aquella mujer, cuyo talento debía quedar enterrado en una serie sin pena ni gloria. Cierto es que estamos hablando de un par de años antes a esa sesión de DVD, en lo que quizás era su bache vital más gigantesco, pero hay que concluir que única y exclusivamente esos movimientos suaves y esa mirada especial le habían servido como el impulso específico para salir de él y encontrarse por fin en la situación que le parece más conveniente, dadas las circunstancias.
Para su desgracia, ese auténtico filón aún no ha podido encontrarlo, pues en esas fechas no estaba para recordar series ni películas ni nada por el estilo y, pese a que en diversos foros de internet ha ofrecido hasta mil euros por quien pueda ofrecerle una grabación de ese capítulo, sus datos son lo suficientemente vagos y la recompensa es extravagantemente elevada como para que nadie haya atendido su solicitud.
En realidad, su interés se había reavivado hacía apenas dos meses, en una ocasión en que estaba con Gaby en la habitación de esta. Como siempre, hacían el amor con la televisión encendida a todo volumen, para amortiguar en la medida de lo posible los ruidos de sus gemidos consiguientes y no escandalizar a las demás inquilinas (y aquí es donde cabe preguntarse qué es mejor o peor: los sonidos gozosos del placer o la barahúnda enlatada del electrodoméstico). Quizás podría decirse que fue el azar quien guio su cuerpo en busca de una postura más cómoda y la colocó de cara al aparato en el mismo instante en que el anuncio de la multinacional alimentaria era emitido en un canal generalista durante el intermedio de un talk show cualquiera, pero, al igual que en aquella ocasión de dos años atrás, volvió a quedar petrificada ante los movimientos y consejos a cámara del ama de casa que regalaba a sus hijos una comida hecha con patatas precocinadas desbordantes de grasas saturadas. Su reacción había sido tan inesperada que Gaby se había incorporado inquieta para preguntarle qué le pasaba. Se había tranquilizado al comprobar que su novia solo estaba observando con curiosidad el spot, pero lo más peculiar del caso fue su comentario antes de reemprender sus tareas amatorias: «Esa tipa de las patatas debe de entender, ¿verdad?». Fue ese comentario, y nada más, el verdadero golpe de timón que llevó a Alba a emprender esa búsqueda donde la hemos conocido, pues una de las habilidades más curiosas de la opositora al grupo C era la de reconocer la homosexualidad de cualquiera, aunque en vez de en un armario estuviese encerrada en una cámara blindada bajo combinación secreta de veinte cifras.
Para su desgracia, entre las virtudes de nuestra empleada de la copistería no estaban las dotes detectivescas: casi sesenta días de olfateo por todas las cadenas, revistas de televisión y páginas de la red correspondientes para un pobre bagaje de dos anuncios y una única pista fiable de unos nombres de agencias de casting, nombres que, por otra parte, podría haber tenido desde el primer día si hubiese aplicado en los buscadores de la red los filtros apropiados. Pese a ello, dio esos resultados por un triunfo en toda regla, así que, en la llamada a la primera agencia, esa dichosa Zen-casting, su voz era incluso optimista, pero la persona que la atendió no parecía especialmente avispada y solo supo emplazarla a acercarse en persona por las oficinas centrales de Madrid (como si fuese tan fácil desplazarse hasta la capital del Estado) o enviar un correo electrónico con más detalles sobre la actriz buscada.
En aras de la mayor precisión, imprescindible en este punto de la historia, se reproduce seguidamente el diálogo mantenido con la telefonista de Mistral Actors y acción posterior:
—Mistral Actors, buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
—Hola. Verá, yo quería contactar con una de sus actrices.
—¿A qué actriz se refiere?
—A la que hace de ama de casa con dos