ТОП просматриваемых книг сайта:
El Sacro Imperio Romano Germánico. Peter H. Wilson
Читать онлайн.Название El Sacro Imperio Romano Germánico
Год выпуска 0
isbn 9788412221213
Автор произведения Peter H. Wilson
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Las tradiciones romanas podían adaptarse, pero la ciudad de Roma era otra cuestión. En 754, el papa había otorgado a Pipino el título de patricio romano, lo cual indicaba la concesión de cierta tutela sobre la ciudad. Pero los nobles francos eran guerreros terratenientes que no tenían la menor intención de residir en Roma como senadores. Algunos emperadores posteriores también aceptaron el título de patricio, es probable que porque esperaban que este les permitiera influir en las elecciones papales, pero no estaban dispuestos a recibir su dignidad imperial de los romanos. La mejor oportunidad para forjar vínculos más estrechos con los habitantes de Roma llegó en la década de 1140, cuando el Senado resurgió para cuestionar el control papal sobre la ciudad. A pesar de su problemática relación con el pontífice, los Hohenstaufen rechazaron a las delegaciones romanas que vinieron a ofrecerles el título imperial en 1149 y 1154. El papa no dejaba de ser la cabeza de la Iglesia universal, mientras que los senadores eran los meros gobernantes de una gran ciudad italiana. Los romanos se sintieron traicionados; en 1155, los caballeros de Federico Barbarroja tuvieron que impedir que una turba furiosa interrumpiera su coronación, oficiada por el papa Adriano IV. Tan solo Luis IV aceptó una invitación romana, en enero de 1328, pero con la circunstancia especial de un cisma papal y solo después de haber sido excomulgado por Juan XXII. Cuatro meses más tarde, una vez su posición hubo mejorado, se hizo coronar por su dócil pontífice, Nicolás V. La última oferta vino de Cola di Rienzo, que se había hecho con el control de Roma en 1347, en una fase posterior de ese mismo cisma. Su llegada a Praga provocó una situación embarazosa para el rey Carlos IV, el cual le hizo arrestar y enviar de regreso a su ciudad, donde fue asesinado por adversarios locales.48
¿Un imperio sin Roma?
En el año 800, Roma solo la habitaban unas 50 000 personas. A pesar de alguna reconstrucción carolingia, las abundantes ruinas antiguas indicaban el mucho tiempo transcurrido desde que la ciudad había sido capital del mundo conocido. Seguía siendo grande conforme a los estándares de la época, pero no lo bastante como para albergar al papa y al emperador. En 843, tras la partición del imperio carolingio en tres reinos (Francia occidental, Francia oriental y Lotaringia) el título imperial recayó de forma habitual en los reyes francos de Italia hasta 924, pero estos eran relativamente débiles, en particular tras 870, y solían residir en la vieja capital lombarda de Pavía o en la antigua sede bizantina de Rávena. Aunque las coronaciones imperiales solían necesitar años de planificación, los emperadores posteriores rara vez permanecían mucho tiempo en Roma. Otón III construyó un nuevo palacio imperial, pero, tras su coronación, él también retornó a Aquisgrán e inició allí nuevas obras.
Los romanos, aunque algunas veces quisieron despojar al papa de su papel de hacedor de emperadores, compartían con el pontífice su hostilidad hacia una presencia imperial prolongada. Los emperadores podían ser festejados con opulentos banquetes e incluso ser aclamados por destituir a papas impopulares, pero no debían permanecer más tiempo del requerido. Roma, en todo caso, estaba demasiado lejos de Alemania, que, a partir de 962, se convirtió en el centro principal del poder imperial. Las expediciones francas a Italia de 754-756 y de 773-774, lideradas por Pipino y Carlomagno, respectivamente, se atrajeron sólidos apoyos de los nobles carolingios, los cuales recibían de buena gana cualquier excusa para saquear a los lombardos. Pero tales oportunidades declinaron una vez que Italia fue incorporada al reino de Carlomagno. Aún cabía la posibilidad del saqueo si el emperador se lanzaba a una expedición de castigo contra los rebeldes italianos, a deponer a un papa o a hacer valer su dominio sobre la parte sur de la península, que continuaba siendo prácticamente independiente. Sin embargo, una presencia prolongada requería métodos más pacíficos, lo cual eliminaba el incentivo que impelía a cooperar a la mayor parte de norteños, cuyo apoyo solía trocarse con rapidez en acusaciones de abandono de sus súbditos del norte de los Alpes.
La posibilidad de desprenderse de Roma fue más fuerte a principios de la era carolingia. Tras la primavera de 801, Carlomagno nunca regresó a Italia y pasaron 22 años antes de que otro emperador visitase Roma; los papas habían franqueado los Alpes en tres ocasiones, entre ellas la coronación del hijo y sucesor de Carlomagno, Luis I, en Reims (816). Luis ya había sido coronado coemperador en 813 sin participación papal (antes de la muerte de su padre, que acontecería al año siguiente). Cuatro años más tarde, su hijo mayor, Lotario, también fue coronado sin intervención del pontífice. Aquisgrán fue sede de un importante palacio desde 765, ciudad que desde antes de la coronación de Carlomagno ya era conocida como nova Roma y Roma secunda. La capilla de Aquisgrán siguió el modelo de la del palacio bizantino de San Vital de Rávena e incorporó antiguas columnas y estatuas que se creía que representaban a Teodorico. Con esto, se simbolizaba el vínculo tanto con el glorioso pasado gótico como con el romano.49 No obstante, las turbulencias de la política carolingia, a partir de la década de 820, hizo imperativa la participación del papa en la legitimización del título imperial y redujo los incentivos para que este cruzase los Alpes para complacer a los francos. Se considera que la decisión de Lotario de hacer coronar coemperador a su hijo Luis II, en 850, fue lo que estableció el uso de coronar en Roma al emperador. Después de eso, resultó difícil romper lo que aparentaba ser una tradición.
Si bien se hizo imposible convertirse en emperador sin ser coronado por el papa, la participación de este no era necesaria para gobernar el imperio. Los llamados «interregnos» son engañosos. El imperio tuvo una sucesión casi ininterrumpida de reyes; sucedió que no todos ellos fueron coronados emperadores por el papa (vid. Tabla 1 y Apéndices 1 y 2). Otón I estableció la norma de que el rey alemán era automáticamente imperator futurus o, como afirmó Conrado II en 1026 antes de su coronación, «elegido para la corona de emperador de romanos».50 Sin embargo, para la ulterior historia del imperio fue fundamental el que Otón no fusionara el título real germano con el título imperial. A pesar de ser proclamado emperador en Lechfeld por su ejército victorioso, esperó hasta su coronación, en 962, antes de presentarse a sí mismo como tal. Otón y sus sucesores, al contrario que los historiadores nacionalistas posteriores, nunca consideraron el imperio como un Estado nación alemán. Desde su punto de vista, lo que les hacía dignos de llamarse emperadores era el hecho de reinar sobre territorios muy extensos. A principios del siglo XI era ya un hecho aceptado que quienquiera que fuese el rey alemán también lo era de Italia y de Borgoña, incluso sin que hubiera coronación por separado. El título de rey de romanos (Romanorum rex) se añadió a partir de 1110 para afirmar su autoridad sobre Roma y reforzar la pretensión de que tan solo el rey germano podía ser emperador.51
Tabla 1. Reinados imperiales y reyes germanos
Translatio imperii
Las pretensiones germanas surgieron en respuesta a la dificultad de tratar con el papado, más que por el rechazo a la tradición imperial romana. De hecho, la idea de una continuidad ininterrumpida fue fortalecida por la difusión de la nueva idea de la «traslación imperial» promulgada en 800 por León III y Carlomagno. Como ocurría con todas las ideas medievales poderosas, esta también se basaba en la Biblia. El libro de Daniel (2:31) narra la respuesta del profeta del Antiguo Testamento cuando se le pide que interprete el sueño de Nabucodonosor acerca del futuro de su imperio. Gracias a la influyente lectura de san Jerónimo (siglo IV), en la Edad Media se consideró que este sueño describe una sucesión de cuatro «monarquías mundiales»: Babilonia, Persia, Macedonia y Roma. La noción de «imperio» era singular y exclusiva. Los imperios no podían coexistir,