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el siglo V, los papas emplearon el argumento de la sucesión apostólica para reclamar el derecho a pronunciarse sobre la doctrina sin contar con el respaldo de ninguna autoridad política. Esto se amplió al derecho a juzgar si los candidatos escogidos por los reyes y nobles cristianos bárbaros eran adecuados para convertirse en obispos o arzobispos. La autoridad se simbolizaba por medio de la práctica de la investidura papal, desarrollada en el siglo VII; un arzobispo no podía asumir su cargo sin recibir del papa una vestidura, el llamado pallium. A su vez, los papas encargaban a los arzobispos la tarea de revisar las credenciales de los obispos de su archidiócesis, con lo que, de forma indirecta, extendían la influencia papal a las provincias. Wynfrith, un monje anglosajón que llegó a ser más tarde conocido como san Bonifacio (fue el primer arzobispo de Maguncia y una figura clave en la historia de la Iglesia del imperio), recibió en 752 a modo de pallium una tela que había yacido sobre la tumba de san Pedro. El mensaje era diáfano: oponerse al papa venía a ser lo mismo que desobedecer a san Pedro.

      Los francos

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