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El Sacro Imperio Romano Germánico. Peter H. Wilson
Читать онлайн.Название El Sacro Imperio Romano Germánico
Год выпуска 0
isbn 9788412221213
Автор произведения Peter H. Wilson
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Los papas de comienzos de la Edad Media hubieran preferido un emperador fuerte que pudiera protegerlos, para poder así dedicarse a su misión espiritual. Roma fue uno de los ducados militares establecidos en Italia tras la Guerra Gótica, pero el poder bizantino se apagaba: Bizancio tenía que hacer frente a sus propios problemas. Como obispos de Roma, los papas estaban ligados a la sociedad local por medio de la ley canónica. Se trataba de la ley consuetudinaria, todavía no codificada, que regía el gobierno de la Iglesia y de sus miembros. Los obispos tenían que ser elegidos por el clero y por los habitantes de su diócesis. Se solía preferir a hombres jóvenes de la región: 13 de los 15 papas de la centuria que precedió al año 654 fueron romanos que, a menudo, tenían una relación incómoda con los clanes o familias prominentes locales, que ostentaban la mayor parte de la riqueza y el poder local. El más importante de estos pontífices fue Gregorio I. Descendiente de una familia de senadores romanos, logró que el papado ocupase el vacío dejado por el poder bizantino en retirada. En menos de un siglo, sus sucesores habían asumido autoridad ducal sobre la ciudad y su hinterland, el llamado patrimonio de san Pedro (Patrimonium Petri), una franja costera a uno y otro lado del Tíber.5 Con el tiempo, este territorio se convirtió en la base material de las aspiraciones papales de supremacía sobre la Iglesia occidental. Los papas se apropiaron de forma sistemática de los símbolos y aspiraciones de los emperadores bizantinos, al tiempo que oscurecían o minimizaban, de forma deliberada, sus vínculos con Constantinopla. Así, por ejemplo, a finales del siglo VIII, los papas pusieron en circulación su propia moneda y databan sus pontificados de forma similar a los reinados de los reyes.6 Su influencia espiritual creció al tiempo que la autoridad política bizantina se reducía. Gregorio I y sus sucesores enviaron misioneros a cristianizar Gran Bretaña y Alemania, áreas que hacía mucho que habían quedado fuera de la órbita imperial romana. Los papas, no obstante, no siguieron el ejemplo de los líderes islámicos del siglo VII, pues no crearon su propio Estado imperial. La cristiandad latina, por sí misma, no era suficiente para reunir a los reinos y principados surgidos del antiguo Imperio romano de Occidente. El papado todavía seguía necesitando un protector, pero Bizancio cada vez era menos útil. En 662-668, Constante II hizo un último esfuerzo por expulsar a los lombardos del sur de Italia y fue el último emperador bizantino que visitó Roma, pero el tiempo que pasó allí lo empleó en enviar antiguos tesoros a Constantinopla. Los roces aumentaron a partir de 717 a causa de las exigencias de tributo de los bizantinos y de sus interferencias en las prácticas de los cristianos occidentales. Los lombardos aprovecharon la ocasión para tomar Rávena en 751, con lo que, prácticamente, extinguieron la influencia bizantina. El pontífice se quedó solo ante los lombardos, los cuales reclamaban ahora para sí antiguos derechos bizantinos, incluida la jurisdicción secular sobre Roma y, por tanto, sobre el papa.
Los francos
El papa buscó en el noroeste un protector alternativo: los francos. Al igual que muchos de los pueblos de la Europa occidental posrromana, los francos eran una confederación de tribus. En su caso, provenían del noroeste de Alemania, de la región del Weser-Rin conocida en aquella época como Austrasia y, más tarde, con el nombre genérico de Franconia. Al contrario que sus vecinos del sur, los alamanes de Suabia, los francos asimilaron mucho de Roma a medida que se expandieron hacia el oeste y se adentraron en la Galia a partir de 250.7 Hacia el año 500, acaudillados por el gran guerrero Clodoveo, controlaban toda la Galia. Este unificó todas las tribus francas y fue proclamado rey. Clodoveo recibió bautismo de la Iglesia de Roma, en lugar de hacerse arriano, como era habitual entre los germanos; sus sucesores cooperaron con los misioneros papales, en particular con las actividades de san Bonifacio en los confines orientales y septentrionales de su reino.
Es probable que esos factores influyeran en la decisión del papa, si bien también fue importante la extensión y proximidad del reino franco. En torno a 750, este se extendía más allá de la Galia y del noroeste de Alemania hasta incluir Suabia y –algo crucial– Borgoña, que abarcaba el oeste de Suiza y el sudeste de la actual Francia, por lo que controlaba el acceso a Lombardía a través de los Alpes. Estos enormes territorios, conocidos como Francia, eran regidos por los merovingios, descendientes de Clodoveo. Los merovingios, injustamente criticados por los historiadores galos posteriores, que los denominaron les rois fainéants («los reyes holgazanes») habían logrado mucho, pero padecían a causa de la endogamia y de la costumbre franca de dividir la propiedad entre los hijos, lo que provocó repetidas guerras civiles durante el siglo VII y principios del VIII. El poder acabó en manos de la familia carolingia, que ostentaba el cargo de «mayordomo de palacio» que controlaba el patrimonio real.8
En consecuencia, el papa no dirigió su primera solicitud al rey merovingio, sino a su mayordomo Carlos, llamado Martel («martillo») tras su victoria contra los moros en Poitiers, en 732. La cooperación se fustró menos de un año después a causa de la muerte de Carlos, que fue seguida por una nueva contienda civil franca. El deterioro de la situación del pontífice a causa de la caída de Rávena le llevó a elegir la osada medida de adoptar la estrategia romano-bizantina de ofrecer estatus a un líder «bárbaro» a cambio de lealtad y apoyo. Por mediación de Bonifacio, el papa Zacarías coronó en 751 al hijo de Martel, Pipino el Breve, como rey de los francos, lo que daba así validez al derrocamiento de los merovingios. Pipino mostró su subordinación al papa en dos reuniones, en 753 y en 754. En ambas, se postró, besó el estribo papal y ayudó al pontífice a descabalgar. Como era de esperar, las crónicas francas posteriores no dejan constancia de este «servicio de palafrenero», que asumió una considerable significación en las relaciones posteriores entre papado e imperio, como forma de visualizar su superioridad.9 Por lo demás, en 754-756, Pipino invadió Lombardía y capturó Rávena, con lo que alivió la presión sobre Roma, pero no por completo.
La alianza franco-papal la renovó en 773 Carlomagno, primogénito de Pipino, el cual acudió numerosas veces en ayuda del papado, pues los lombardos trataban de volver a imponer jurisdicción secular sobre Roma. El futuro emperador, de 1,80 m de estatura, se alzaba a considerable altura sobre sus contemporáneos (también tenía un vientre prominente a causa de comer en exceso). Aunque Carlomagno detestaba la embriaguez y vestía con modestia, es indudable que disfrutaba siendo el centro de atención.10 Los recientes intentos de desacreditarlo como jefe militar son poco convincentes.11 Los francos eran, simple y llanamente, el reino posrromano mejor organizado para la guerra, como Carlomagno demostró de sobra en su campaña de 773-774 para rescatar al papa (vid. Lámina 4). Carlomagno asedió Pavía durante un año; su captura, en junio de 774, puso fin a doscientos años de reinado lombardo. De acuerdo con la costumbre franca, Lombardía no fue anexionada de forma directa, sino que siguió siendo un reino separado con Carlomagno.