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su club estaban muy interesados en Luka. Que querían que jugara, como invitado, un torneo nacional, para ver cómo se sentía el chico enfundado en la camiseta blanca. Alberto le había dicho que, si aceptaban aquella invitación y Luka finalmente decidía pasar a formar parte del Real Madrid, tendría una excelente formación académica. Además, viviría en un entorno ideal para su crecimiento tanto humano como profesional. Alberto le había prometido el cielo, porque el cielo era el límite de Luka.

      Allí donde brillan las estrellas.

      Mirjam dispuso los platos del desayuno en la mesa de la cocina, exprimió algunas naranjas y sirvió el zumo en tres vasos que colocó junto a los platos. Tardó en hacer todo esto unos dieciséis minutos. Luka entró en la cocina vestido con su chándal del Olimpia. Era como su segunda piel. A Mirjam se le hacía raro imaginárselo con otra camiseta. Se sentaron en silencio a desayunar.

      Ella pensaba en cómo sacar el tema. En qué momento hablarle de la llamada de la noche anterior. Entonces una llamada telefónica de Saša precipitó los acontecimientos.

      —¡Buenos días, campeón! —dijo Saša, cuando Luka descolgó el teléfono.

      —¡Buenos días, papá! —respondió Luka.

      Mirjam observó la escena con el corazón en un puño. Su hijo respondía con monosílabos a lo que fuera que le estuviera diciendo su padre desde el otro lado de la línea telefónica. Luka se rio, seguramente Saša le habría hecho una broma y, un instante después, su rostro se quedó perplejo. Mirjam, que no le quitaba los ojos de encima a Luka, comprendió entonces que algo no iba bien. Luka miró a su madre con una ceja levantada y preguntó:

      —¿Real Madrid?

      Mirjam puso cara de sapo. Si hubiera tenido delante al padre de su hijo, lo habría estrangulado. Menudo bocazas. Aunque, por otro lado, ella no sabía si habría encontrado un buen momento para sacar ese tema. Nunca era buen momento para algo así.

      —¿Qué pasa con el Real Madrid? —dijo Luka mirando a su madre.

      Mirjam suspiró y forzó la mejor de sus sonrisas.

      —Quieren que juegues con ellos un torneo, como invitado.

      Los ojos de Luka se abrieron como platos y gritó:

      —¿Qué? ¡Eso es increíble!

      Saša, desde el otro extremo de la línea telefónica, lanzó una carcajada de padre orgulloso y feliz.

      —¿Qué te parece? —dijo.

      Luka saltó y gritó de alegría. La respuesta estaba clara.

      UNA CAMISETA BLANCA

      Poco tiempo después, la familia Dončić voló de Eslovenia a España. Aquel viaje de unas pocas horas les llevaba hasta el lugar donde el destino de Luka cambiaría para siempre: Madrid. Allí, en el aeropuerto internacional, se reunieron con Alberto, que se mostró entusiasmado por contar con la magia de Luka para la Minicopa, el torneo más importante del país en su categoría. Llevaba consigo una bolsa de plástico. Era de la tienda oficial del Real Madrid.

      —Te he traído un regalo.

      —¡Gracias!

      Luka abrió la bolsa. Dentro había una camiseta del primer equipo de baloncesto del Real Madrid, con su nombre y su dorsal. Luka contempló la prenda entre sus manos, su futuro resumido en un objeto tan simple como una camiseta blanca.

      Luka Dončić tenía el futuro en sus manos. Se enfundó la camiseta encima del jersey. Mirjam dijo:

      —Me parece que esta va a ser su nueva segunda piel.

      Aunque apenas tuvo tiempo para entrenar con sus compañeros, Luka cuajó un torneo espléndido y llevó al Real Madrid hasta la final. No hablaba el idioma de cuantos le rodeaban, pero dominaba el lenguaje del baloncesto.

      En la final, disputada en Vitoria, el Real Madrid se enfrentó a su eterno rival, el F.C. Barcelona. La victoria acabaría siendo para el equipo catalán, aunque de lo que todo el mundo hablaba al final del partido era de aquel desconocido que había anotado 20 puntos y había cerrado su amarga derrota con un triple desde el centro de la cancha. Sus nuevos compañeros lo observaban como lo hacían los niños del Olimpia: A—LU—CI—NA—DOS.

      A diferencia de Luka y los otros chicos del equipo infantil, nadie entre los directivos del Real Madrid sintió aquella derrota como amarga. La gran actuación del mago esloveno les llenaba de esperanza. Alberto se reunió con los padres de Luka en cuanto tuvo ocasión y lanzó su oferta como cuando lanzaba tiros de media distancia en sus épocas de jugador: con determinación y confianza.

      —Queremos a Luka con nosotros. Vamos a garantizarle el entorno ideal, la mejor educación, la mejor formación posible.

      Mirjam y Saša sonrieron, orgullosos y nerviosos a partes iguales.

      —Su hijo tiene potencial para tener la mejor carrera posible. La más brillante. No soy capaz de imaginarme cuánto.

      —Eso lo dirá de muchos chicos —respondió Mirjam, reticente a creerse todo aquello.

      —No, señora, y tampoco pretendo halagarle. Puede usted estar muy orgullosa de su hijo, sobre todo porque es muy buen chico, pero yo no le digo esto para que usted se sienta orgullosa, sino porque es verdad. Luka puede llegar a ser una estrella. Y nuestro club es el mejor lugar para conseguirlo.

      Mirjam y Saša se miraron. Saša recordó la cara de Luka un rato antes, después de meter el lanzamiento desde el centro de la cancha en el pitido del final del partido. Era un rostro de pura rabia. Había hecho unos números tremendos durante el campeonato, también en la final, y había metido un canastón del que todo el mundo hablaba en ese momento, pero su hijo sentía rabia. Rabia porque había perdido. Porque Luka era, ante todo, un ganador. Nunca le importaron ni el rival ni las circunstancias. Solo el juego y la victoria final.

      Aquel era un nuevo reto: nuevo país, nuevo idioma, nuevos compañeros, nuevos rivales. A Mirjam le inquietaba pensar en su hijo lejos de ella. En no poder ayudarle, en no poder verlo cada día. Llevaba tiempo haciéndose a la idea de que este momento iba a llegar tarde o temprano, desde el mismo día en que el señor Brezovec decidió promocionar a Luka en el primer día de entrenamiento.

      Alguien quería llevarse el talento de Luka, y la propuesta era muy buena. Aquel momento temido desde hacía cinco años había llegado.

      —Hablaremos con él —dijo Mirjam.

      —La decisión la tendrá que tomar él —añadió Saša.

      Aquella importante conversación para la familia Dončić tuvo lugar poco después. Mirjam cogió a su hijo de la mano y le explicó la oferta, dónde viviría, los retos que tendría por delante, las costumbres que dejaría atrás. Las caras que dejaría de ver a diario. Aquella conversación entre Luka, Mirjam y Saša transitó por los miedos y las ilusiones, los sueños y los recelos del joven mago del baloncesto. Pero Luka no dudó. En ningún momento de la conversación dudó. Habló de todos los asuntos a tener en cuenta, y los tuvo en cuenta, pero nada le hizo dudar en lo más mínimo.

      Su futuro era una camiseta blanca.

SEGUNDA PARTE: UN APRENDIZ EN LA CORTE

      «HOLA» Y «GUITARRA»

      La Ciudad Real Madrid es una gigantesca fortaleza de líneas rectas, cemento y cristal. Un hotel bunkerizado o un gigantesco centro de alto rendimiento, según como se mire. Allí viven los mejores talentos del club, la crème de la crème. Cuando Luka ingresó en aquel lugar exclusivo, le hubiera gustado poder comunicar sus sentimientos a sus nuevos compañeros, pero en aquellos momentos solo conocía dos palabras en castellano: «hola» y «guitarra».

      Con el tiempo se acabaría dando cuenta de que aquellos primeros meses fueron un curso acelerado de madurez. Aprendió a convivir con la soledad, a

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