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Su nombre es Luka. Ernesto Rodríguez Pérez
Читать онлайн.Название Su nombre es Luka
Год выпуска 0
isbn 9788418282416
Автор произведения Ernesto Rodríguez Pérez
Издательство Bookwire
Aquel día, Luka empezó a lanzar a canasta desde una distancia de cuatro metros, bajo la atenta mirada de sus compañeros, sentados en el suelo estirando. Después del enésimo acierto, se alejó dos metros y repitió la dinámica. Una canasta, y otra, y otra. Varios aciertos consecutivos más tarde, Luka se alejó hasta la línea de triple y empezó a lanzar: canastón desde el lateral, canastón desde la esquina, canastón desde la frontal. Una y otra vez sonaba el beso de la pelota con la red. Los otros jugadores se habían quedado embobados mirando el espectáculo y ya no sabían qué músculo estaban estirando. Goran miró a Zoran y este resopló con asombro. Smolnikar, también encandilado, se volvió hacia Goran cuando el pequeño base gritó:
—¡Desde el centro de la cancha!
Zoran, a su lado, se unió a él:
—¡Desde el centro de la cancha!
El resto de los chicos se unió al cántico:
—¡Desde el centro de la cancha!
Luka se volvió hacia sus compañeros y sonrió. El señor Smolnikar se unió al cántico:
—¡Desde el centro de la cancha!
Luka se volvió hacia sus compañeros con la pelota en sus manos.
—¡Desde el centro de la cancha! —repitieron todos.
Luka se situó en el círculo central y echó un nuevo vistazo a la canasta. Dos pasos hacia atrás. Un bote, dos botes, tres botes. Luka imprimió toda su fuerza, la pelota voló y voló y, de nuevo, aterrizó dentro del aro. Luego llegaron los gritos de éxtasis, pero Luka ni los oyó. En su cabeza seguía sonando aquel beso desde el centro de la cancha.
Mientras tanto, a miles de kilómetros de allí, Alberto cogía un avión rumbo a Roma. Alberto había sido jugador profesional de baloncesto en la liga española, y en ese momento trabajaba como ojeador para las categorías inferiores del Real Madrid. Su trabajo consistía en buscar talento, esa piedra preciosa que todo el mundo desea encontrar. Sentado en su asiento del avión, mientras el enorme pájaro de metal surcaba los cielos del Mediterráneo, Alberto releía el correo que le habían enviado unas semanas atrás:
«Su nombre es Luka y tiene doce años. Domina los partidos contra chicos de quince. Posee una excelente lectura del juego y sabe generarse sus propios tiros. Es bueno reboteando y asistiendo, y tiene un lanzamiento exterior demoledor. Pero nada de todo eso es lo mejor. Lo mejor es verlo jugar, porque es como ver un espectáculo de magia. Cuando este chico tiene la pelota en sus manos, nunca sabes lo que va a pasar, pero sabes que el truco va a salir bien.»
Aquella última frase se quedó grabada en la mente de Alberto, y sonaba una y otra vez en su cabeza todavía un día después, cuando se sentó en su localidad del pabellón para ver el primer partido de Luka en el campeonato internacional de Roma. El vuelo había llegado la tarde anterior, y Alberto había pasado toda la noche estudiando los informes sobre los equipos y los jugadores que iba a ver. Nada logró despertar en él la misma curiosidad que aquel niño que se llamaba Luka y que hacía magia bajo las luces de la pista.
Cuando los chicos del Olimpia salieron a la cancha, Alberto se fijó en los números de los jugadores y localizó el que le interesaba. Luka se colocó a la espalda de Zoran, que iba a disputar el salto inicial.
El árbitro lanzó la pelota al aire, y Zoran la palmeó hacia atrás. La pelota llegó hasta las manos de Luka. Alberto, desde su asiento, sonrió y murmuró para sí.
—Que empiece la magia.
SUEÑOS
Unos días después, cuando Alberto volvió a Madrid, se reunió con sus superiores en el club y les dio una copia del informe sobre Luka.
—Recibí esto hace unas semanas, antes del campeonato de Roma. Es de un ojeador de confianza.
Sus jefes leyeron el texto en silencio. Finalmente, uno de ellos leyó la última frase en voz alta.
—… nunca sabes lo que va a pasar, pero sabes que el truco va a salir bien.
—Eso es —dijo Alberto.
—¿Y exagera? —le preguntaron.
Alberto no pudo reprimir una sonrisa.
—Para nada.
Alberto les explicó con todo lujo de detalles la gran actuación del muchacho en la final. Les comentó sus estadísticas, que erizaban la piel con solo oírlas: Luka había sido el mejor jugador del campeonato y en la final había firmado 54 puntos, 11 rebotes y 10 asistencias. Los jefes de Alberto resoplaron.
—Y eso ni siquiera es lo mejor —añadió Alberto—. Lo mejor es ver cómo lo hace. Es imprevisible, ve el juego antes que cualquiera y es un competidor feroz. E insultantemente joven. Si se trabaja bien, si se pule bien ese talento puro... ¡no me puedo ni imaginar hasta dónde puede llegar!
—¿El nuevo Dirk Nowitzki? —preguntó uno de sus jefes.
—¿El nuevo Drazen Petrovic? —preguntó otro.
Alberto sopesó un breve instante su respuesta. Le acababan de mencionar a dos de los mejores jugadores europeos de la historia. ¿Sería arrogante poner a Luka a su altura? Recordó entonces todo lo que había visto en Roma, y respondió.
—O puede que mejor. Luka es uno de esos jugadores que aparecen cada veinte o treinta años. Puede que sea un jugador único. Eso aún no lo sé. Lo que sí sé es que tenemos que conseguir que juegue con nosotros.
Alberto les dio más detalles de lo que había visto de Luka en el campeonato, sobre todo de su impresionante actuación en la final. Lo que Alberto no les contó, porque no tenía manera de saberlo en aquel momento, fue cómo se había sentido aquel pequeño mago después de su noche de magia. Quien sí lo sabía era Goran, que viajó junto a Luka en el autobús a la salida del estadio.
Goran recordaría durante mucho tiempo aquel viaje en autobús y los colores del cielo en el atardecer de Roma. Luka y Goran llevaban la medalla de oro colgada al cuello, y miraban por la ventanilla las luces violetas del horizonte y el perfil del Coliseo alejándose. Luka, a su lado, comentaba con voz tranquila lo bonito que era aquello.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Goran.
—¿El qué?
—Jugar. Moverte por la pista. Yo a veces, cuando estoy ahí dentro, con todas esas manos que me quieren quitar la pelota, me hago un lío. Pero tú lo haces fácil. Como sin pensar.
Luka no apartaba la mirada de la ventanilla del autobús.
—¿En qué piensas cuando juegas, Luka? —preguntó Goran.
Luka se volvió hacia él y arqueó las cejas, como si quisiera preguntar algo. Levantó los hombros y suspiró mientras se giraba hacia la ventanilla. Luego, solo dijo:
—Cuando juego es como cuando estoy soñando.
Goran veía la cara de Luka reflejada en la ventanilla, mirando al cielo. No sabía si había entendido bien su explicación, pero suponía que no habría otra manera de describir algo así.
Los sueños de Luka transcurrían bajo la custodia de los jugadores que aparecían en los pósters de su habitación. Dirk Nowitzki, Kobe Bryant, LeBron James y Allen Iverson, entre muchos otros. Aquellos jugadores (Dirk haciendo un gancho, Kobe machacando, LeBron lanzando de tres y Allen driblando) observaban, en silencio, la imaginación desbordada de los sueños de Luka. Sueños de niño, donde todo es posible.
Una mañana, semanas después del triunfo en el campeonato de Roma, Mirjam despertó a Luka de uno de sus sueños. Le dio un beso en la frente y, en un murmullo, le dijo:
—Cariño, despierta. Vas a llegar tarde a clase.
Luka se desperezó y salió de la cama. Mirjam lo miraba caminar cabizbajo