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debo, diciendo «gracias, querido hermano», «perdóname, querido hermano»? Si me pincharan cada vez que digo esas cosas con sonrisa de idiota, mientras todos me observan a la espera del mínimo traspié, te juro que no lograrían arrancarme una sola gota de sangre.

      —Recordad que su confianza en vos todavía no es plena después de… —Conrad calló al ver el brillo en la mirada de Joseph, rayano en la locura.

      —Dilo, adelante, después de mi traición. Si no fuera por esos dos amigos suyos, ya me habría perdonado del todo, pero ellos le llenan la cabeza de tonterías. Claro que no digo que no tengan razón —añadió emitiendo una sonrisa más parecida a una mueca—. No soy de fiar, ¿verdad, Conrad?

      Conrad tragó saliva, sin saber qué responder. Por suerte, su señor muy pronto dejó de prestarle atención para volver a mirar por la ventana, olvidándose de su presencia al instante. Tras recoger todas sus pertenencias, lo dejó a solas rumiando su melancolía y su rencor.

      Benedikt consiguió al fin que Charles le jurase que no le pediría matrimonio a Iris Ravenstook… No al menos esa primera noche.

      —Reconoce que apenas conoces a la muchacha. La viste durante unos pocos días antes de partir a la guerra y los ánimos no estaban para romances, precisamente —le dijo, serio por una vez—. Aprovecha este tiempo que pasaremos en casa de su padre para conocerla, para hablar con ella. Si dentro de un par de semanas piensas que es tan maravillosa como te lo parece ahora mismo, yo mismo cortaré las flores para su ramo de novia.

      Charles emitió una risa sincera y admitió que su amigo estaba en lo cierto. No debía precipitarse.

      —Aunque te aseguro que dentro de dos semanas pensaré igual, y dentro de un mes, y dentro de un siglo —aseguró palmeándole la espalda al pelirrojo—. Así que ve preparando tu sable para cortar esas flores, amigo.

      —Antes tendrás que demostrarme que eres tan hombre como para mantener firmes tus promesas. Y ahora, anda y termina de vestirte. El príncipe ya debe de estar esperándonos abajo, para variar. Se nota que eres un enamorado, ya hablas por los codos y te entretienes como los pisaverdes en ponerte guapo para tu dama.

      El príncipe Peter esperaba en el salón, en efecto, a que sus hombres aparecieran, junto a lord Ravenstook, su hija Iris y Cassandra, que enarcó una ceja, despectiva, al escuchar la alegre risa de Benedikt por el pasillo.

      —Es una pena que vuestro hermano no pueda asistir a la cena, Peter —comentó el anfitrión mientras esperaban a que todos los caballeros se reunieran para sentarse a la mesa.

      El príncipe asintió.

      —De vez en cuando lo afligen terribles dolores de cabeza. Según él, es un mal familiar que también aquejaba a su madre, y le deja postrado a veces durante días. En general se recupera tras descansar y dormir unas horas. No tenéis de qué preocuparos, no es nada grave. Sus criados de confianza cuidan de él, Joseph no desea que nadie más se haga cargo de sus cosas.

      El anciano decidió dejar pasar el espinoso tema y se volvió hacia Charles y Benedikt, que habían llegado ya al salón y se dirigían hacia ellos.

      Los recién llegados saludaron a los presentes con una reverencia y agradecieron la hospitalidad de su anfitrión con amables palabras.

      —Siempre es un placer para mí recibir tan agradable compañía, caballeros, como ya le dije a vuestro señor. Alguien que ha luchado como vosotros por defender nuestra patria y otras del yugo de esa rata infecta de Napoleón no merece otra cosa que honores, y yo haré todo lo que esté en mi mano para ofrecéroslos.

      —Sois muy amable, lord Ravenstook —respondió el conde Charles con cierto embarazo, sin poder evitar que su mirada se desviara hacia Iris, que disimulaba su interés por la conversación comentando el menú con su prima.

      —En absoluto, conde —siguió lord Ravenstook, ajeno al mudo duelo de miradas entre ambos jóvenes—. Os merecéis eso y mucho más. Es por eso por lo que he pensado en ofreceros un baile de disfraces, ya que supongo que unos jóvenes como vosotros habréis echado de menos las diversiones mundanas entre batalla y batalla.

      Iris emitió un gritito de alegría que dejó en evidencia que estaba más que pendiente de lo que se estaba tratando entre ambos. El conde Charles sonrió y la joven, al notar la calidez de su sonrisa y de su mirada, se sonrojó y bajó la vista.

      Benedikt puso los ojos en blanco, no había cosa que odiara más que los bailes de disfraces. Su mirada se paseó por los demás integrantes del grupo, notando que Cassandra Ravenstook parecía como mínimo tan feliz por la idea como él.

      —Yo aceptaré encantado si estas hermosas jóvenes me reservan un baile cada una —dijo el príncipe con una galante reverencia.

      —Será un placer para mí, Alteza —respondió Iris que, sin embargo, no lo miraba a él al responder.

      —¿Y vos, Cassandra, me concederéis el honor de bailar conmigo? —preguntó Peter con una sonrisa bailándole en los labios.

      La joven morena lo saludó con una reverencia graciosa.

      —Quizá dejéis de pensar que es un honor cuando ya no sintáis los pies a causa de mis pisotones —respondió, con un tono tan serio que Peter pareció desconcertado durante unos segundos, antes de romper a reír a carcajadas.

      —Cualquiera diría que moveríais los pies con tanta agilidad como la lengua —comentó Benedikt con un guiño de sus ojos verdísimos.

      —Lástima que nadie moviera el sable con tanta ligereza como vos movéis la vuestra —replicó Cassandra con una sonrisa que fingía dulzura, aunque sus ojos traslucían una fiereza tal que incluso lord Ravenstook pudo ver las chispas de animosidad en ellos.

      Benedikt frunció los labios de disgusto y se llevó una mano al costado en un gesto inconsciente mientras trataba de morderse la lengua para no responder a semejantes palabras.

      —Haya paz antes de la cena —dijo lord Leonard Ravenstook alzando las manos, pidiendo una tregua—, no querréis que Ursula se enfade y decida servirnos el pudin frío. Todo el mundo sabe que el pudin frío no sirve para otra cosa que para tapar las grietas entre los ladrillos.

      El príncipe Peter rio y abrió camino hacia el comedor del brazo de lord Ravenstook. Charles aprovechó la ocasión para escoltar a Iris, de modo que Cassandra no tuvo otro remedio que aceptar el brazo de Benedikt, donde colocó apenas la punta de los dedos, como si temiera mancharse con su solo contacto. En cuanto llegaron junto a la mesa lo soltó y se colocó lo más lejos posible de él, aunque no fuera su lugar habitual junto a su tío y su prima.

      Por el bien de la paz del hogar y la suya propia, procuraría hablar lo menos posible con ese caballero, no dejarse provocar, y si para ello era necesario aceptar compañeros de mesa desconocidos, lo haría. ¿Quién había dicho que fuera malo hacer nuevas amistades?

      —¿Crees de verdad que el hermano del príncipe está enfermo? Se dice que evita todas las ocasiones en las que se reúnen los caballeros de Su Alteza por si estos hacen alguna alusión a su traición.

      Cassandra dejó de cepillar su larga melena y se volvió hacia su prima, que ya se había preparado para acostarse y se estaba recogiendo el cabello en una trenza alrededor de la cabeza.

      —Suena horrible esa palabra en tu boca, con lo bien que habías empezado eludiendo la palabra bastardo…

      —¿Sabes una cosa? —preguntó Iris—. Yo creo que es un caballero amable y correcto. Esa historia de la traición puede ser un rumor malintencionado de personas que no le quieren bien.

      Su prima se volvió hacia ella con una ceja enarcada.

      —Esas personas que no le quieren bien tendrían que tener mucha imaginación para inventar algo tan grave como lo que se supone que hizo Joseph, Iris. Dicen que vendió a su hermano a cambio de la corona.

      —Pero si el príncipe le ha perdonado quizás es porque no es cierto.

      Cassandra

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