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que media la propia experiencia y configura la construcción social de la realidad. Asimismo, indican que los seres humanos en relación con los demás y consigo mismo “no hacen más que contar-imaginar historias, es decir, narrativas” (Bolívar, Domínguez y Fernández, 2001, p. 19).

      Así, este equipo de investigación asume la narrativa como la experiencia expresada en un relato o como una reconstrucción de la experiencia mediante un proceso reflexivo en cuya estructura narrativa se encadena una unidad coherente de circunstancias, motivos y efectos. No obstante, la experiencia expresada en narrativas no es independiente de nuestra existencia en una estructura narrativa. Según Maclntyre, vivimos de forma narrativa (Bolívar, Domínguez y Fernández, 2001).

      La segunda característica se refiere a las razones por las cuales la narrativa se basa en una epistemología interpretativa. Al respecto, se sostiene que el lenguaje narrativo desempeña un papel clave para la construcción de significado porque los pensamientos, los sentimientos y las acciones están mediados lingüísticamente. Así, en lugar de entender el Yo desde un marco epistémico propio de la herencia cartesiana en la que se privilegian las dimensiones cognitivas, el enfoque narrativo da prioridad a un Yo dialógico que consiste en el reconocimiento de la naturaleza relacional y comunitaria de la persona, mediante la cual la subjetividad constituye una construcción social interactiva y socialmente conformada en el discurso (Bolívar, Domínguez y Fernández, 2001, pp. 21

      La tercera característica tiene que ver con la crisis en los modos paradigmáticos establecidos en las epistemologías y en investigación, los cuales se fundamentan en los denominados ‘metarelatos’ a partir de los cuales se le ha otorgado sentido a la comprensión de la construcción del conocimiento. A manera de ilustración tenemos los metarelatos de las religiones, principalmente el judaísmo y el cristianismo que han sido fundantes de la cultura occidental. Asimismo, tenemos el metarelato del progreso científico-técnico ligado al capitalismo y a la misma globalización como fuente de superación de la pobreza y la inequidad.

      Con estos metarelatos se ha buscado legitimar los ideales de la democracia, la emancipación y la humanidad pero su función legitimadora ha fracasado porque no han cumplido con los ideales que en ellos se postulaban y, por el contrario, han triunfado los modelos de la tecnociencia sin cumplir la promesa de progreso, lo que ha dado lugar a la desculturización, al estallido de guerras y al aumento de la pobreza.

      En términos investigativos, de acuerdo con los planteamientos del grupo de Bolívar, entre los aspectos que entran en crisis en la investigación tradicional son: (a) la discusión entre objetividad y subjetividad; (b) los fenómenos sociales ya no son objeto de explicación científica sino que se abordan como “textos”, que vienen dados por la autointerpretación hermenéutica que de ella proporcionan los autores; (c) los grandes principios universales y abstractos de los paradigmas investigativos distorsionan la comprensión de las acciones concretas y particulares; (d) en las experiencias de la investigación moderna se rechaza el ámbito de lo subjetivo.

      En consecuencia, sostienen los investigadores, la investigación biográfico-narrativa supera la posición dilemática entre lo objetivo y lo subjetivo, permite la comprensión de la complejidad de las narraciones en las cuales los individuos presentan los dilemas de su vida y hace posible otorgar sentido y comprensión a las experiencias vividas y narradas. Estos argumentos llevan a posicionar el enfoque de investigación biográfico-narrativo y a diferenciarlo de: (a) la narrativa como producto-resultado de un escrito; (b) la narrativa como método de recolección de investigación; (c) como dispositivo utilizado para la escritura de los informes de investigación o como forma de describir los datos en forma de relato.

      4. LA NARRATIVA EN LA INVESTIGACIÓN EN ÉTICA Y POLÍTICA

      Las dimensiones éticas y políticas en la narrativa se desarrollan a partir del tema de la identidad narrativa entendida no sólo como la responsabilidad que tiene alguien para rendir cuentas de sus acciones, sino también de alguien que puede pedir cuentas a los demás y que puede poner a los demás en cuestión (MacIntyre, 1987, p. 269).

      La imputación de nuestras acciones es uno de los rasgos éticos y políticos de la narrativa que evidencia que la narración de la vida es parte de un conjunto de relatos interconectados, lo que hace posible preguntar, ¿Qué hiciste? ¿Por que?, como elementos constitutivos de la responsabilidad moral y política. Así, la fuerza narrativa consiste, precisamente, en mostrar que “el hombre, tanto en sus acciones y en sus prácticas, como en sus ficciones, es esencialmente un animal que cuenta historias” (MacIntyre, 1987, p. 266).

      Esta fuerza narrativa también radica en mostrar que sobre las historias que narramos tenemos la responsabilidad de dar cuenta sobre nuestras acciones, aunque también la exigencia de demandar e interrogar por las acciones de los demás, lo que proporciona la unidad de la vida moral, que no es otra cosa que la unidad de la vida humana entendida como una narrativa portadora de una historia de vida social concreta: “Soy hijo o hija de alguien, primo o tío de alguien más, ciudadano de ésta o aquella ciudad.” En tal sentido, “lo que sea bueno para mí debe ser bueno para quien habite estos papeles como punto de partida moral” (MacIntyre, 1987, p. 271).

      Esta capacidad narrativa, propia de la vida humana, se configura cuando entramos en la sociedad con uno o más personajes asignados, y actuando aprendemos del papel que desempeñamos en la sociedad; sin este recuso narrativo que constituye nuestro recurso dramático básico de actuación en la sociedad, quedaríamos “[...] sin guión, tartamudos, angustiados en las acciones y en las palabras.” (MacIntyre, 1987, p. 267).

      De ahí que contar y vivir las narraciones es parte clave de la educación en las virtudes y en el elemento fundamental para que los seres humanos constituyan su identidad personal y para la imputación de nuestras acciones. En esto radica, precisamente, el valor de la narrativa. En tal sentido, la narración no es una secuencia de acciones es la misma historia real y los personajes de esta historia no son la colección de personas, sino parte de la misma historia.

      Las anteriores argumentaciones acerca del valor político y moral de la narrativa muestran por qué éstas han sido empleadas en el campo de las ciencias sociales y de la educación como estrategia metodológica de comprensión en momentos en que han colapsado los sistemas políticos, jurídicos y morales, los cuales resultan más usuales de lo que quisiéramos. Así, la rapidez y la frecuencia de las catástrofes sociales y políticas producidas por las imágenes del mal como los campos de exterminio, los escenarios del secuestro, las torturas, las mutilaciones, entre otros, han llevado a replantear una nueva estrategia de comprensión acerca de lo que significa el mal —lo que no quiere decir intelectualizar el mal— sino tener recursos para afrontar la aplastante realidad del mal, la cual derriba todos los parámetros de comprensión conocidos (Arendt, 1981).

      Berstein (2002) señala que en el vocabulario tradicional de los filósofos morales desapareció el marco de interpretación del mal, y este reapareció precisamente ante la perplejidad suscitada por las catástrofes sociales y políticas producidas por las imágenes del mal. Al respecto, Gunther (2001: 24) indica que la evocación o rememoración de lo “monstruoso” —al referirse a la aniquilación de seis millones de personas en campos de concentración— sirve para tomar conciencia que lo que ayer fue realidad, también hoy puede ocurrir. En tal sentido, “la época de lo monstruoso” no es un simple ‘paréntesis’ o ‘suspensión’ de una realidad; por ello debemos “escrutar en los fundamentos de lo ocurrido”, “buscar las raíces que no han muerto tras el derrumbe del sistema de terror de Hitler.”; raíces que hacen probable “la repetición de lo monstruoso” (Gunther, 2001, p. 26)

      Los relatos del mal no se constituyen en los fragmentos que recuperan el pasado, sino que son la memoria que nos redime de la insoportable realidad de éstos (Benjamin, 2008). La memoria que se plasma en estas narraciones dota de significado y comprensión las acciones humanas, porque como bien lo señala Arendt, sin memoria no sólo hay olvido, sino que también se pierde la comprensión.

      Tanto Arendt como Primo Levi coinciden en señalar que —a pesar de que es un “deber relatar”— lo que ha sucedido porque esto puede volver a suceder, los jóvenes y la misma historia ante la insoportable realidad y las catástrofes que han producido

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