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      Música y emoción mantienen una estrecha relación, hasta el punto de que se emplea el término emoción musical (Krumhansl, 2002), aunque existe un debate al buscar posibles explicaciones al hecho de que a través de la música se puedan generar emociones.

      La funcionalidad de las emociones es de adaptación biológica. Por ejemplo, el miedo es una reacción ante el peligro y prepara el cuerpo para atacar o huir; el enfado, por su parte, es una reacción defensiva ante algo que se considera amenazante. Así pues, cada emoción cumple una función para la supervivencia y para mejorar la adaptación al medio ambiente. Sin embargo, en un principio la música no cumple esa función de adaptación.

      Existen algunas teorías relevantes al respecto que tratan de explicar este fenómeno, como por ejemplo la de Sloboda (1991), que analiza la relación entre algunas partes estructurales de la música y las reacciones corporales, y encuentra que estas son determinantes en la reacción fisiológica, es decir, que las estructuras musicales empleadas son las que suscitan esos efectos corporales. Por su lado, Juslin y Laukka (2004) sugieren que escuchar música conecta directamente con una emoción, pues las personas eligen la música según el contexto vital y la necesidad emocional. Y Sloboda y O’Neill (2001) analizan 44 eventos en los que aparece la música y encuentran que solo en dos de ellos la escucha era la actividad fundamental, lo que pone de manifiesto la importancia de separar los materiales musicales de las experiencias subjetivas asociadas con el fin de poder analizar el rol emocional de la música.

      En realidad, estudiar los motivos de la emoción a través de la música es algo muy complejo. Otra teoría al respecto la introdujo Meyer (1956), quien afirmó que el hecho de que se generen expectativas respecto al desarrollo musical futuro, permitiendo anticipar o esperar ciertos sonidos, genera unas reacciones emocionales posteriores, dependiendo de si se cumplen dichas expectativas o no. Así, se puede generar tensión mediante la música, o por el contrario, tranquilidad.

      También Pfordresher (2003) destaca la importancia de la predictibilidad de la música, el hecho de ser predecible, dado que esta se estructura en escalas temporales, es decir, sigue unos patrones ordenados en el tiempo.

      Asimismo, se intentan explicar las preferencias musicales desde otros enfoques. Por ejemplo, Berlyne (1971) afirma que cada música genera un estado de activación y que la música preferida es equivalente al estado de activación preferido en ese momento. Esta hipótesis se refuerza con un estudio de Fischer (1981), que comprobó que las personas bajo efectos de drogas estimulantes eligen música que genera un estado de mayor activación.

      En cualquier caso, aunque hablar de emoción musical plantee serias dificultades conceptuales, es innegable la estrecha relación existente entre música y emoción, lo cual abre un amplio campo de estudio que engloba diferentes disciplinas.

      La música en el ámbito deportivo desde un punto de vista psicofisiológico

      El impacto y el poder que la música tiene en las personas ha atraído la atención de numerosos investigadores, que han centrado sus esfuerzos en determinar qué efecto tiene la escucha musical a nivel neurológico o fisiológico y en el sistema nervioso (Ellis y Thayer, 2010).

      Así, se ha comprobado la influencia de la música atendiendo únicamente a la actividad cerebral que esta provoca, y se han encontrado cambios en la actividad electroencefalográfica, el riego cerebral y la tomografía de emisión de positrones (Nakamura, Sadato, Oohashi, Nishina, Fuwamoto y Yonekura, 1999).

      Una de las variables que más interés ha suscitado, y que es relevante en el ámbito psicológico deportivo, ha sido el nivel de activación del organismo, es decir, el arousal.

      La capacidad de la música para generar estados de relajación ha sido muy estudiada y es tradicionalmente conocida por casi todo el mundo. Hepler y Kapke (1996), entre muchos otros, encontraron, acorde a esta hipótesis, que la música denominada «relajante», es decir, en la que el ritmo es más lento y la intensidad del volumen moderada, reduce el arousal. La música ha demostrado ser útil para reducir la ansiedad, el estrés y las concentraciones de betaendorfinas en pacientes de la unidad de trastornos coronarios pertenecientes a un grupo de entrenamiento cardiovascular (Vollert, Störk, Rose y Möckel, 2003).

      A la vista de estos resultados, en el ámbito de la psicología deportiva se planteó usar la música en situaciones en las que convenía reducir la ansiedad, como puede ser el estrés precompetición. Al introducir la estimulación musical con música relajante, John, Verma y Khanna (2010) observaron que se reducían los niveles de adrenalina pituitaria hipotalámica. Otras intervenciones dirigidas a disminuir dicho estrés también han obtenido buenos resultados. En un estudio en deportes de tiro con 165 tiradores, se recogieron datos de puntuaciones antes y después de la aplicación de un programa de intervención de cuatro semanas. Se compararon tres grupos: uno en el que se aplicaba un programa de musicoterapia basado en la escucha de música relajante, otro en que se aplicaba una terapia de conciencia plena y un grupo control. Las mejores puntuaciones se registraron tras la aplicación del programa de musicoterapia (Kachanathu, Verma y Khanna, 2012).

      Knight y Rickard (2001) también corroboran esta hipótesis, pues hallaron que la música relajante antes del ejercicio reduce la ansiedad subjetiva y previene el estrés, además de generar ciertos cambios a nivel fisiológico.

      Así pues, si a través de la música resulta posible generar cambios en el nivel de activación y provocar un estado de relajación, cabe la posibilidad de que también se pueda inducir o regular el organismo hacia el lado contrario y conseguir un estado de activación óptimo. Diversos investigadores en el ámbito de la psicología del deporte se han interesado por este punto.

      Puesto que el propósito es acondicionar el cuerpo para el ejercicio, lo ideal sería exponer a los deportistas a estímulos musicales antes del entrenamiento. Y para ello se han diseñado diferentes estudios, como por ejemplo el de Yamamoto et al. (2003), en el que se seleccionaron músicas lentas y rápidas y se hallaron diferentes concentraciones de lactato, amoníaco y catecolaminas en sangre en función del ritmo, lo que indica una mayor o menor activación del organismo según la música.

      El tempo, es decir, la velocidad de la música utilizada, sería un condicionante resaltado que determinaría el efecto. La velocidad de la música influye en la velocidad con que se realiza la tarea, como pone de manifiesto el estudio de Kampfe, Sedlmeier y Renkewitz (2011), que analiza para qué tareas resulta útil el acompañamiento musical y para cuáles no. Este análisis concluye que la música actúa como distracción en procesos como la lectura y muestra un pequeño efecto de disminución en procesos mnémicos, pero mejora el rendimiento deportivo por la correlación entre música y movimiento.

      Por otro lado, hay trabajos que subrayan que existen más altos niveles de cortisol (hormona que facilita la liberación de grandes cantidades de glucosa al torrente sanguíneo, para que los músculos cuenten con toda la energía posible con el fin de poder realizar los esfuerzos necesarios) en deportistas que entrenan con música rápida respecto a los que entrenan sin música o con música lenta (Kimberly, Brownley, McMurray y Hackney, 1995). Dainow (1977), en cambio, encontró que la frecuencia cardíaca aumenta con la música rápida y disminuye con la lenta. Además de la frecuencia cardíaca, otra investigación demostró mejores tasas de presión sistólica con música relajante (Knight y Rickard, 2001). Finalmente, de una situación experimental en que se proponía una rutina de intensidad moderada corriendo en la cinta con o sin música se extraen conclusiones similares (Szmedra y Bacharach, 1998).

      Fuera del ámbito deportivo también se ha constatado esta relación entre la música relajante y una menor frecuencia cardíaca, como, por ejemplo, en el tratamiento de personas que padecen enfermedades cardiotorácicas (Short, Gibb, Fildes y Holmes, 2012) o en pacientes de cuidados intensivos (Han et al., 2010).

      En consecuencia, los cambios del tiempo musical, es decir, de la velocidad del ritmo de la música, pueden generar variaciones a nivel fisiológico, interviniendo también en la motivación y el rendimiento, especialmente cuando el nivel de trabajo alcanza una meseta, esto es, el deportista

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