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misma que la que ofrezcan otros profesionales no psicólogos, independientemente de que éticamente estén o no cualificados.

      Tal y como ya se ha mencionado, el tema central de este capítulo es cómo intervenir, y a continuación se ofrecen diferentes vías al respecto.

      Una de las demandas más frecuentes de los entrenadores en el CAMD es cómo mejorar diferentes habilidades deportivas en deportistas jóvenes y cómo trabajar diversos aspectos psicológicos como la atención, la concentración, la toma de decisiones o el control emocional mientras se está entrenando o compitiendo. Dado que normalmente no disponen ni de tiempo ni de los conocimientos necesarios, derivan sus solicitudes a nuestro servicio, pues en la mayoría de los casos los clubes no tienen un psicólogo especialista en plantilla. Para trabajar con los entrenadores y poder dar una respuesta a estas cuestiones desde el punto de vista psicológico, se trabaja con el modelo relacional de las habilidades humanas (Riera, 1989 y 2005). Este modelo tiene en cuenta diferentes elementos, como las habilidades humanas básicas, técnicas, tácticas, estratégicas e interpretativas, el entorno en el cual se relacionan los deportistas, lo que conlleva el medio en el que se practica la especialidad deportiva (césped, agua de la piscina, nieve, etc.), los objetos con los que interacciona el competidor y que le permiten mejorar sus habilidades técnicas (balón, pelota, disco, maza...) y los instrumentos que emplea para la ejecución (raqueta, pala, pértiga...).

      Así pues, el modelo relacional se centra en el entrenamiento de las habilidades técnicas (pasar, interceptar, chutar, lanzar, golpear, correr en el pasillo con la pértiga, etc.) y tácticas, tanto con los compañeros como contra los oponentes o adversarios, lo que permite el entrenamiento del agarre, el pase, la finta, los autopases, el liftado de la pelota..., y propone tareas para desarrollar las habilidades estratégicas – con el fin de enseñar al deportista cómo aprovechar las reglas del juego a su favor al relacionarse con sus propios compañeros, contrarios o árbitro – y las interpretativas, que le ayudarán a hacer una mejor lectura del partido y valorar adecuadamente los recursos que tiene para desenvolverse mejor en el entrenamiento y la competición. Para una mejor comprensión de cómo manejar este modelo y cómo poder desarrollar actividades de entrenamiento integral, se recomienda la lectura de los trabajos ya reseñados de Riera (1989, 2005). A continuación, y a modo de ejemplo de cómo realizar un trabajo siguiendo este modelo, donde se puede dar una clara colaboración entre el psicólogo del deporte y el entrenador, presentamos la tabla 2-1.

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      Adaptada de Riera, 1989, 2005.

      Es importante comprender que la propuesta de este modelo es que el psicólogo diseccione las tareas en función de las habilidades que se quieran trabajar, y el preparador o entrenador proponga los ejercicios a realizar, lo cual posibilita que el entrenamiento pueda ser observado y seguido tanto por uno como por otro. En esta labor, destaca la clara colaboración de los diferentes profesionales para llevar a cabo la programación del trabajo.

      El psicólogo deportivo no debe olvidarse de algunos principios básicos del entrenamiento, como la intensidad, la necesidad de trabajar a altos ritmos que ayuden a asemejar el entrenamiento a la competición, la especificidad, la densidad, los principios de aplicación de cargas externas con adecuados refuerzos, y, en apoyo de la variabilidad, cada vez más presente en el deporte, ayudarse de procedimientos caóticos (Riera, 2005) modificando las propiedades del entorno y diversificando las tareas y objetivos, todo ello encaminado a mejorar el aprendizaje y enseñar al deportista a manejar la incertidumbre, las situaciones inesperadas. También es importante que sepa utilizar adecuadamente algunos principios básicos de la teoría del aprendizaje, como la frecuencia y la demora, así como el contenido, la presentación de la información por parte del entrenador, ampliar o reducir las explicaciones y diversificar los razonamientos para que el deportista se enfrente a situaciones diferentes. Y finalmente, tampoco debe olvidarse de la importancia de crear un clima de trabajo exigente pero motivador, usando los reforzadores adecuados para aumentar la tasa de respuesta deseada, o extinguir las no deseadas, ni de los principios básicos de la motivación, el entrenamiento y establecimiento de objetivos, etc.

      En la literatura científica hay muchos artículos y libros que tratan sobre la intervención en diferentes deportes y especialidades deportivas que pueden ser de inestimable ayuda a la hora de trabajar en este tema. Algunos de estos trabajos son los de Buceta (1999), en baloncesto; Jaenes (2001), en tenis; Passos y Gouveia (1999), en motociclismo; Morilla y Pérez-Córdoba (2002), sobre la atención y concentración en el fútbol; Vallejo (2004), en saltos de trampolín; Ramírez, Alonso-Arbiol, Falcó y López (2006), en los árbitros; Garcés de los Fayos, Vives y Dosil (2006), en motociclismo y automovilismo, y Jaenes y Caracuel (2005, 2006), con una propuesta de evaluación e intervención en maratón. Destacan también los de Aragón (2002), en deportistas paralímpicos; Albenza, Bravo y Olmedilla (2006), sobre estrategias de intervención en situaciones de crisis; tres libros con amplia participación de especialistas y donde se pueden consultar intervenciones en diferentes deportes como el editado por Dosil (2002), Arbinaga y Caracuel (2011) y el de Martin (2008), que trata la intervención desde el análisis conductual. También se pueden encontrar propuestas de intervención en natación (Cantón, Checa y Ortín, 2009) y petanca (González y Garcés de los Fayos, 2009), programas de entrenamiento perceptivo-motor para porteras de balonmano (Antúnez, García, Argudo, Ruíz y Arias, 2010), programas informáticos para la evaluación y entrenamiento de la atención (Hernández Mendo, Martínez-Jiménez, Pastrana y Morales, 2012) y sobre la intervención en grandes eventos deportivos (Jaenes, Rivera y Echevarría, 2012).

      Y para concluir, una revisión concienzuda de la sección «Práctica profesional» de la Revista de Psicología del Deporte dará una visión definitiva de los múltiples trabajos existentes sobre la intervención en diferentes especialidades deportivas.

      Se sabe que uno de los elementos más importantes para el éxito de una relación psicológica cliente-psicólogo es el deseo de cambio, la conciencia de que algo debe cambiar. La precontemplación no es buena compañera de una enriquecedora implicación en el trabajo psicológico, que depende en muchos casos del propio cliente, así como de otros elementos terapéuticos como la transferencia, el deseo de cambio, la inteligencia emocional o las propias posibilidades de cambio que provienen del medio en el que vive el sujeto.

      Con los deportistas profesionales que deciden consultar con un psicólogo del deporte en un contexto privado (con una remuneración por las sesiones) o en situaciones protegidas (sin mediación económica), es menos probable que se produzcan dificultades en la relación, en el establecimiento de un vínculo, en la implicación, aunque dependerá de los factores personales, las expectativas del deportista, el establecimiento de una relación profesional neutral que dé respuesta a lo que el cliente espera..., aunque la puntualidad, neutralidad, dedicación en tiempo y espacio, escucha atenta y propuestas realizables ayudarán a establecer una relación eficaz. Además, es importante que el deportista perciba que el trabajo de entrenamiento psicológico está aportando resultados positivos y recursos para afrontar situaciones competitivas de una manera más eficaz.

      Un error frecuente en la relación psicólogo-deportista es la manifestación constante de admiración hacia el atleta o llegar a una relación muy cercana al «colegueo», abandonando la necesaria neutralidad en una relación profesional. Debemos esforzarnos en no llenar los silencios o los tiempos de vacío donde el deportista deja de hablar en las sesiones (señal de angustia o incomodidad del psicólogo), contando nuestras «hazañas deportivas» o cualquier otro aspecto personal que no deben ser parte del contenido del tiempo de consulta y no tiene que ser relevante en la relación profesional. El intento banal de ser amigo del cliente, así como la confesión de circunstancias personales, es contraproducente y en muchas ocasiones pueden provocar, si no se trabaja acertadamente, el

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