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técnicas que ha experimentado la minería a partir de mediados del siglo xx han modificado la actividad en forma sustancial, de modo que se ha pasado del aprovechamiento de vetas subterráneas de gran calidad a la explotación de minerales de menor calidad diseminados en grandes yacimientos de superficie. Gracias a la gran maquinaria, los modernos equipos de excavación, el uso de nuevos insumos y las tuberías de distribución, hoy es posible remover enormes masas de tierra en pocas horas, volviendo rentable la extracción de menos de un gramo de oro por tonelada de material removido.

      Las actividades mineras comprenden diversas etapas, cada una de las cuales conlleva impactos ambientales particulares. En un sentido amplio, estas etapas serían las de prospección y exploración de yacimientos, el desarrollo y preparación de las minas, su explotación y el tratamiento de los minerales obtenidos en instalaciones respectivas con el objetivo de obtener productos comerciables.

      La minería a cielo abierto devasta la superficie, modifica severamente la morfología del terreno, apila y deja al descubierto gran cantidad de material estéril, produce la destrucción de áreas cultivadas y de otros patrimonios superficiales, y puede alterar cursos de aguas y formar grandes lagunas para el material descartado por lo general, altamente tóxico. Su ámbito de perjuicio ecológico es entonces variado.

      Cuando el aire se vuelve letal

      En la cadena de pasos que integran la actividad minera, se produce el desprendimiento de elementos tóxicos, en general debido a las sustancias utilizadas en la separación de los minerales. El proceso comienza con el traslado y depósito de dinamita, cuyo uso emana elevadas concentraciones de nitratos y monóxido de carbono, y cuyas víctimas inmediatas son los trabajadores. Su impacto sobre la salud es alto, e incluye síntomas de asfixia, náuseas, episodios de vómito, irritación del tejido pulmonar, decaimiento, pérdida de la conciencia, y puede llegar hasta provocar la muerte. De la excavación y trituración que siguen, se desprenden partículas de polvo, en gran número de casos de naturaleza tóxica y hasta radioactiva, que, según la intensidad de los vientos, pueden ser llevadas a largas distancias.

      Una de esas sustancias es el sílice, cristal común que se encuentra en la mayoría de los lechos y forma polvo durante el trabajo con minería. Al ser respirado, éste produce pérdida de flexibilidad y permeabilidad pulmonar, impidiendo así el normal ingreso de oxígeno y la simultánea eliminación del organismo de dióxido de carbono, llegándose a casos en los que se hace indispensable el trasplante de pulmón.

      Las alteraciones que provoca la exposición al polvo de sílice son irreversibles, progresivas y degenerativas. Al igual que en los enfisemas y diversos tipos de EPOC, no existe ningún tipo de cura, y a lo sumo, se puede detener su avance no volviéndose a exponer al agente tóxico. La exposición al sílice puede provocar la enfermedad en menos de un año, aunque los síntomas demoran en presentarse entre 10 y 15 años, durante los que, insensiblemente, se van destruyendo las paredes alveolares de los pulmones. A veces, las empresas ya partieron hace años, y el enfermo nota su afección cuando ya es tarde.

      Además de cadmio, mercurio, arsénico, plata, azufre, uranio, torio, etc., también el plomo se encuentra en el polvo que genera la explotación minera. Éste es un metal pesado neurotóxico que, cuando está presente en la sangre, circula por todo el organismo. Al llegar al cerebro, provoca daños neurológicos irreversibles. Absorbido por el organismo humano por medio de las vías respiratorias, la piel y la ingestión, muy particularmente a través del agua, es el metal más estudiado por su riesgo ambiental en general y sobre los humanos en particular.

      La contaminación con polvo de plomo saturnismo afecta al sistema nervioso, produciendo alteraciones de carácter, irritabilidad, insomnio, dificultad en la concentración y hasta disminución de la libido. En los nervios periféricos, ocasiona dificultad en el movimiento de los miembros. Puede ser causal de malformaciones congénitas, abortos, partos prematuros y otras alteraciones en el embarazo y el parto. También puede ocasionar anemia e insuficiencia renal. En las familias mineras, los niños son los más afectados, ocasionándoles pérdida de la capacidad de aprendizaje y retraso en el crecimiento.

      Perjuicios en las aguas y en los suelos

      Los residuos sólidos finos provenientes del área de explotación pueden dar lugar a una elevación de la capa de sedimentos en los ríos de la zona. Diques y lagunas de oxidación mal construidas o mal mantenidos, o inadecuado manejo, almacenamiento o transporte de insumos pueden conducir a la contaminación de las aguas de superficie, afectando también las napas freáticas: aguas contaminadas con aceite usado, con reactivos, con sales minerales provenientes de las pilas o vertederos de productos sólidos residuales de los procesos de tratamiento, o aguas provenientes de pilas o diques de colado suelen filtrarse hacia las napas subterráneas.

      Paralelamente, puede haber un descenso en los niveles de estas aguas subterráneas cuando son fuente de abastecimiento de agua fresca para operaciones de tratamiento de minerales.

      En cuanto a los suelos, al implicar la remoción de grandes superficies de tierra, la minería a cielo abierto produce un resecamiento de la corteza en la zona circundante al área de explotación, así como una disminución del rendimiento agrícola y agropecuario. Además de la inhabilitación de los suelos por acumulación del material sobrante, suele provocar hundimientos y la formación de pantanos cuando el nivel de las aguas subterráneas vuelve a elevarse.

      Impacto sobre la flora, la fauna y los humanos

      La minería a cielo abierto elimina de vegetación el área de las operaciones, así como, debido a la alteración del nivel freático, destruye parcialmente la flora de las áreas vecinas. También suele provocar una presión sobre los bosques existentes en la zona, que pueden verse destruidos por el proceso de explotación o por la expectativa de que éste tenga lugar.

      Por su parte, la fauna es perturbada y ahuyentada por el ruido y la contaminación del aire y del agua, y el incremento del nivel de sedimentos en los ríos. Además, la erosión de los amontonamientos de residuos estériles puede afectar particularmente la vida acuática, por no mencionar el envenenamiento por reactivos residuales contenidos en aguas provenientes de la zona de explotación.

      Las poblaciones humanas no están exentas de estos perjuicios. Generalmente, los emprendimientos de minería a cielo abierto provocan conflictos por derechos de utilización de la tierra y el agua, y da lugar al surgimiento descontrolado de asentamientos humanos. A la vez, provocan la disminución en el rendimiento de las labores de pescadores y agricultores, debido a envenenamiento y cambios en el curso de los ríos.

      Entre otras alteraciones provocadas por la minería a cielo abierto, cabe mencionar los cambios en el microclima, la multiplicación de agentes patógenos en charcos y áreas cubiertas por aguas estancadas.

      El cianuro, jinete del Apocalipsis

      Si bien se utiliza la minería a cielo abierto para la extracción de diversa clase de minerales, la explotación más usual es la del oro, plata, zinc y cobre, de minerales que los contienen en bajísima proporción, para lo que se utiliza el método de lixiviación -proceso en el cual una o más sustancias químicas son extraídas de un sólido- con cianuro.

      Este método permite obtener compuestos cianurados de esos metales, que son solubles en agua y son transportados por ella. Por su bajo costo y alto rendimiento, es el proceso más usado actualmente para la extracción de oro, muy especialmente en América Latina. En tanto los compuestos de cianuro son altamente tóxicos, su uso es uno de los que han sido prohibidos en varios de los países centrales, pero no en los de la periferia.

      En el proceso de lixiviación del oro, la concentración usual de cianuro es de 300 a 500 miligramos en cada litro de agua. Para advertir la extrema peligrosidad de este proceso, nótese que, en opinión de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, basta la ingestión de tan sólo 50 miligramos de cianuro para matar a un ser humano en forma casi instantánea. Y aunque esta sustancia se descompone rápidamente bajo el efecto de la luz solar, algunos compuestos derivados pueden persistir durante varios años.

      La Organización Mundial de la Salud ha establecido que, para que el agua sea considerada potable, la cantidad de cianuro que contenga no debe exceder de 70 millonésimas

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