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un preciado recurso, el agua. Por lo general, se afincaron junto a grandes ríos que experimentaban crecientes regulares: el Nilo en el antiguo Egipto, el Tigris y el Éufrates en la Mesopotamia, el Yang- Tse en China, los ríos y lagunas subterráneas en Mesoamérica y la península de Yucatán. La ausencia de grandes cursos de agua fue compensada con un inteligente y laborioso aprovechamiento de las abundantes lluvias de la gran civilización andina, en América del Sur.

      En cada uno de esos casos, a medida que aumentaban la población (y las coacciones y exigencias de las burocracias administrativas y militares necesarias para sostener esos complejos sistemas de producción), las diferentes sociedades apelaron a una misma y cada vez más intensiva explotación de los recursos. El resultado, en la mayor parte de los casos, fue el colapso. Y aquí, una primera enseñanza.

      La misteriosa y casi instantánea desaparición del imperio maya, de la civilización babilónica y del portentoso antiguo Egipto, así como la “evaporación” de la civilización de la Amazonia, son ejemplos emblemáticos de que la apelación al desarrollo de nuevas tecnologías no siempre es la solución más adecuada para resolver la contradicción entre crecimiento de la población y agotamiento de los recursos.

      Pero más allá del colapso de numerosas civilizaciones de la antigüedad y de no pocos imperios de más reciente data, la hipotética gran historia de la especie seguía su marcha, en apariencia, ascendente.

      El inconveniente se presenta cuando la sociedad se torna crecientemente global, y la historia de la humanidad queda reducida a la historia de una gran sociedad planetaria, no integradora del conjunto de culturas y sociedades que habitan la Tierra, pero que tiene capacidad de destruirlas. Cuando las estrategias a que esa sociedad apela para resolver el conflicto básico entre necesidades y recursos sigue siendo la misma la innovación tecnológica, la especie humana y el planeta mismo están en problemas muy serios. Nuevas tecnologías han permitido solucionar algunos de los problemas provocados por pasadas innovaciones tecnológicas, pero a la vez han generado nuevos problemas. El resultado general ha sido el de aumentar la contaminación del medioambiente, destruyendo los ecosistemas que tan esenciales resultan para la vida en general y para la vida humana en particular. En resumen, nos envenenan y nos envenenamos. Las páginas que siguen pretenden ser una personal y elemental puesta a punto del problema. Las soluciones sólo pueden ser colectivas.

       La contaminación

      Hay algo fundamentalmente incorrecto en tratar a la tierra como si fuese un negocio en liquidación”.

      Herman Daly

      El fenómeno de la contaminación consiste en la introducción en el ambiente de sustancias exógenas, que provocan que el medio se vuelva inseguro o directamente no apto para su uso humano y animal. Es una alteración negativa, en la mayoría de los casos provocada el hombre. En la actualidad, los agentes contaminantes suelen ir desde sustancias químicas (como plaguicidas o herbicidas) hasta formas de contaminación sonoras, petrolíferas y radioactivas, sin olvidar los efectos de la más elemental actividad humana: la basura.

      Todos estos factores pueden producir (y de hecho producen) diferentes daños en la salud, el medioambiente y los ecosistemas, término acuñado en 1930 por el botánico inglés Arthur Clapham y por el cual se conoce al conjunto de componentes físicos y biológicos de un entorno determinado. En palabras de su compatriota, el biólogo Arthur Tansley, un ecosistema es “un sistema completo que incluye no sólo el complejo de organismos, sino también todo el complejo de factores físicos que forman lo que llamamos medioambiente”.

      El concepto de ecosistema implica la idea de que los organismos vivos interactúan con cualquier otro elemento en su entorno local. Así, para comprender el concepto de “ecosistema humano”, se haría necesario desmontar la arbitraria separación entre seres humanos y naturaleza, rasgo distintivo de nuestra actual “civilización global”. Porque todas las especies se encuentran ecológicamente integradas unas con otras, incluidos los seres humanos.

      Contaminación y salud humana

      La contaminación del aire que respiramos puede llegar a producir la muerte de cualquier organismo vivo, o bien provocar enfermedades respiratorias, como bronquitis, asma y enfisema pulmonar. El enfisema y las bronquitis crónicas están comprendidos dentro de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). El aumento de personas afectadas de EPOC se da hoy con la simultánea reducción del consumo de tabaco (tradicionalmente considerado como el principal factor de riesgo). Y ello se explica por el incremento de factores de contaminación atmosférica como el humo negro, el monóxido de carbono (gas inodoro, incoloro y altamente tóxico), el ozono, el plomo o el dióxido de azufre (gas irritante y tóxico liberado en muchos procesos de combustión). Al transformarse en la atmósfera en ácido sulfúrico, el dióxido de azufre es, además, el principal causante de la llamada “lluvia ácida”.

      La contaminación con ozono incrementa las posibilidades de desarrollar enfermedades respiratorias y cardiovasculares, provocando dolores en el pecho, congestión nasal e inflamaciones de garganta.

      La exposición a polvos como el sílex, el cuarzo, el cadmio o el carbón, a vapores de isocianato y disolventes, así como a los vapores de la soldadura, habitual en algunas áreas laborales, también está asociada a la aparición de EPOC.

      La contaminación del agua también es causa de una enorme cantidad de muertes diarias, particularmente en vastas regiones del Tercer Mundo, debido al no tratamiento de las aguas servidas y los residuos industriales y mineros.

      El envenenamiento por mercurio, provocado por factores ambientales o el consumo de alimentos contaminados, especialmente pescados, está asociado a la aparición en los niños de dolencias neurológicas y trastornos de desarrollo, así como la afección de mujeres embarazadas puede provocar defectos congénitos graves en sus hijos. En los adultos, ese envenenamiento se presenta como picazón, ardor, decoloración y desprendimiento de la piel. Su ingesta durante períodos prolongados o una fuerte exposición al vapor de mercurio, pueden causar daño al cerebro y finalmente la muerte. Y el mercurio nos rodea hoy.

      Pero hay más. Los derrames de petróleo, además del grave daño medioambiental que producen, son con frecuencia causa de diversos tipos de irritaciones de la piel. La contaminación acústica provoca hipertensión, estrés, trastorno del sueño y sordera. Fetos, niños y bebés, así como personas de edad, son quienes se encuentran en mayor riesgo y resultan los más afectados por la contaminación atmosférica. Lo mismo ocurre con aquellos que padecen trastornos pulmonares o cardíacos.

      El plomo y los metales pesados provocan trastornos de índole neurológica, así como existen numerosas sustancias químicas causantes del aumento del número de cánceres, daños congénitos y aun mutaciones genéticas.

      En tanto se han ido elevando los niveles de contaminación, se fue reduciendo la capacidad de reproducción humana. Estadísticamente, el resultado del recuento de espermatozoides ha ido descendiendo desde mediados del siglo xx, y cada vez son más numerosos los casos de menopausia precoz en mujeres menores a 40 años, debido a la reducción de su reserva ovárica.

      Pocos datos de una larga historia

      El hombre ha contaminado el ambiente desde el instante mismo en que comenzó su desarrollo cultural: de acuerdo con los rastros de hollín encontrados en las cavernas, ya el encender hogueras o pequeños fuegos en el interior de las cuevas contaminaba el aire que los antiguos humanos respiraban. Otro tanto podría decirse del método agrícola de tala y quema, que consiste en incendiar porciones de selva a fin de despejar áreas para cultivos y usar las cenizas como fertilizante. No sólo los incendios agreden el medioambiente destruyendo ejemplares de la flora y la fauna. En el lapso de dos o tres cosechas, las cenizas acumuladas forman una capa impermeable que impide la absorción de agua. El área, entonces, se vuelve improductiva, por lo que se hace necesario talar y quemar otra porción de selva. Cuando este método era utilizado por grupos humanos poco numerosos en una región selvática de grandes

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