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si no los sienten, esos sí que están capacitados para el conocimiento y la visión, la insuperable y completa iluminación.16 Éste es el tercer símil nunca antes oído que me vino a la cabeza. Estos son los tres símiles nunca antes oídos que se me ocurrieron.

      20. »Pensé: “¿Y si, apretando los dientes con la lengua tocando el paladar, sometiera, subyugara y dominara la mente con la mente?”. Y con los dientes apretados y la lengua tocando el paladar, sometí, subyugué y dominé la mente con la mente. Haciendo tal esfuerzo, me corría el sudor por las axilas. Al igual que un hombre fuerte, agarrando por la cabeza o los hombros a un hombre débil, lo sometería, subyugaría y dominaría, apretando los dientes con la lengua tocando el paladar, sometí, subyugué y dominé la mente con la mente y me corría el sudor por las axilas. Pero, Aggivessana, a pesar de poner infatigable energía y establecer ininterrumpida atención, mi cuerpo estaba agitado y desasosegado por el doloroso esfuerzo al que fue sometido. Sin embargo, Aggivessana, las sensaciones de dolor surgidas no se apoderaron de mi mente ni se instalaron en ella.17

      21. »Entonces, Aggivessana, pensé: “¿Y si me concentrara en meditar sin respirar?”, de manera que, Aggivessana, dejé de inspirar y espirar por boca y nariz. Al hacer eso, me zumbaban poderosamente los oídos como cuando sopla un fuerte viento. Como el fuerte resuello del fuelle de un herrero, al dejar de inspirar y espirar por boca y nariz, me zumbaban poderosamente los oídos. Pero, Aggivessana, a pesar de poner infatigable energía y establecer ininterrumpida atención, mi cuerpo estaba agitado y desasosegado por el doloroso esfuerzo al que fue sometido. Sin embargo, Aggivessana, las sensaciones de dolor surgidas no se apoderaron de mi mente ni se instalaron en ella.

      22. »Luego, Aggivessana, pensé: “¿Y si me concentrara aún más en meditar sin respirar?”, de manera que, Aggivessana, dejé de inspirar y espirar por boca, nariz y oídos. Al hacer eso, me zumbaba poderosamente la cabeza como cuando sopla un fuerte viento. Como si un hombre fuerte me clavara una espada afilada en la cabeza, al dejar de inspirar y espirar por boca, nariz y oídos, me zumbaba poderosamente la cabeza. Pero, Aggivessana, a pesar de poner infatigable energía y establecer ininterrumpida atención, mi cuerpo estaba agitado y desasosegado por el doloroso esfuerzo al que fue sometido. Sin embargo, Aggivessana, las sensaciones de dolor surgidas no se apoderaron de mi mente ni se instalaron en ella.

      23. »Luego, Aggivessana, pensé: “¿Y si me concentrara aún más en meditar sin respirar?”, de manera que, Aggivessana, dejé de inspirar y espirar por boca, nariz y oídos. Al hacer eso, sufrí fuertes dolores de cabeza. Como si un hombre fuerte me estrujara la cabeza con una correa de cuero, al dejar de inspirar y espirar por boca, nariz y oídos, sufrí fuertes dolores de cabeza. Pero, Aggivessana, a pesar de poner infatigable energía y establecer ininterrumpida atención, mi cuerpo estaba agitado y desasosegado por el doloroso esfuerzo al que fue sometido. Sin embargo, Aggivessana, las sensaciones de dolor surgidas no se apoderaron de mi mente ni se instalaron en ella.

      24. »Luego, Aggivessana, pensé: “¿Y si me concentrara aún más en meditar sin respirar?”, de manera que, Aggivessana, dejé de inspirar y espirar por boca, nariz y oídos. Al hacer eso, fuertes zumbidos de vientos me desgarraban el vientre. Como si un carnicero experto o su aprendiz destripasen una res con un afilado cuchillo de carnicero, al dejar de inspirar y espirar por boca, nariz y oídos, fuertes zumbidos de vientos me desgarraban el vientre. Pero, Aggivessana, a pesar de poner infatigable energía y establecer ininterrumpida atención, mi cuerpo estaba agitado y desasosegado por el doloroso esfuerzo al que fue sometido. Sin embargo, Aggivessana, las sensaciones de dolor surgidas no se apoderaron de mi mente ni se instalaron en ella.

      25. »Luego, Aggivessana, pensé: “¿Y si me concentrara aún más en meditar sin respirar?”, de manera que, Aggivessana, dejé de inspirar y espirar por boca, nariz y oídos. Al hacer eso, el cuerpo me ardía intensamente. Como si dos hombres fuertes, agarrando por ambos brazos a un hombre débil, lo abrasaran sobre un pozo de carbones al rojo, al dejar de inspirar y espirar por boca, nariz y oídos, el cuerpo me ardía intensamente. Pero, Aggivessana, a pesar de poner infatigable energía y establecer ininterrumpida atención, mi cuerpo estaba excitado y desasosegado por el doloroso esfuerzo al que fue sometido. Sin embargo, Aggivessana, las sensaciones de dolor surgidas no se apoderaron de mi mente ni se instalaron en ella.

      26. »Entonces, Aggivessana, al verme en tal estado, algunos dioses decían: “El asceta Gotama ha muerto”; otros dioses decían: “El asceta Gotama no ha muerto, pero está moribundo”; otros dioses decían: “El asceta Gotama ni ha muerto ni está moribundo, el asceta Gotama es un Arahant y así es como viven los Arahants”.

      27. »Luego, Aggivessana, pensé: “¿Y si dejara de comer del todo?”. Entonces, los dioses se me acercaron y me dijeron: “Señor, no dejéis de comer del todo, si lo hacéis, os alimentaremos con la comida de los dioses a través de los poros de la piel y os sustentaréis con ella”. Entonces, pensé: “Si afirmo que practico la abstinencia, pero los dioses me alimentan con su comida y me sustento con ella, entonces, estaré mintiendo”. De manera que, Aggivessana, desistí diciendo a los dioses: “Está bien”.

      28. »Después, Aggivessana, pensé: “¿Y si comiera sólo un poco cada vez, una sola cucharada de sopa de judías o de lentejas o de garbanzos o de guisantes?”. Así lo hice y mi cuerpo quedó extenuado. De comer tan poco, mis miembros parecían los tallos de una enredadera marchita, mi trasero, la pezuña de un buey, mis vértebras, las cuentas de un abalorio, mis costillas sobresalían como las canaleras de un tejado en ruinas, mis ojos se hundían en sus órbitas como el agua en un pozo profundo, mi cuero cabelludo se arrugaba y encogía como una calabaza verde y amarga que, arrancada antes de tiempo, expuesta al viento y al sol, se arruga y encoge. La piel del vientre llegó a pegarse a mi espina dorsal, y si se me ocurría tocarla, era mi espina dorsal lo que tocaba, si se me ocurría tocar mi espina dorsal, era la piel de mi vientre lo que tocaba. Cuando tenía que hacer mis necesidades, me caía de bruces allí mismo. Aggivessana, si trataba de aliviarme dándome friegas, el pelo, podrido en sus raíces, se me caía a medida que iba dando friegas.

      29. »Aggivessana, algunos hombres al verme decían: “El asceta Gotama es negro”, otros decían: “El asceta Gotama no es negro, sino moreno”, otros decían: “El asceta Gotama no es ni negro ni moreno, es amarillo”. Hasta ese punto, Aggivessana, el puro y limpio color de mi piel se deslució, y todo ello de comer tan poco.

      30. »Entonces pensé: “Ha habido en el pasado, habrá en el futuro y hay también hoy en día ascetas y brahmanes que han experimentado dolores penetrantes y punzantes provocados por el esfuerzo, pero no los hay que en nada superen a éstos. Sin embargo, no he llegado a través de ellos a ningún estado sobrehumano ni a ningún conocimiento y visión propios de los Nobles, ¿no será otro el camino hacia la iluminación?”.

      31. »Entonces, Aggivessana, recordé: “Un día, cuando mi padre, del clan de los Sakyas, estaba trabajando, yo me encontraba sentado tomando la fresca a la sombra de un árbol. Allí, retirado de los deseos sensuales, retirado de los estados mentales perjudiciales, alcancé el primer jhāna, en el que hay gozo y felicidad nacidos del retiro y va acompañado de ideación y reflexión, y moré en él.18 ¿No podría ser ése el camino hacia la iluminación?”. Y, Aggivessana, a la luz de este recuerdo, comprendí: “Ese es el camino hacia la iluminación”.

      32. »Entonces, Aggivessana, pensé: “¿Por qué temer a una felicidad que no tiene nada que ver con los placeres de los sentidos ni con estados mentales perjudiciales?”. Y, Aggivessana, me dije: “No temo a esa felicidad que no tiene nada que ver con los placeres de los sentidos ni con estados mentales perjudiciales”.

      33. »Entonces, Aggivessana, pensé: “No es fácil lograr esa felicidad con un cuerpo tan desmejorado, ¿y si comiera algo sólido, arroz hervido y cuajada?”. Así que, Aggivessana, comí algo sólido, arroz hervido y cuajada. En aquella ocasión, me acompañaban cinco monjes que pensaban: “Si el asceta Gotama llega a encontrar el Dhamma, nos lo enseñará”. Pero por tomar algo sólido, arroz y cuajada, se decepcionaron conmigo y se fueron, [pensando]: “El asceta Gotama se pega la buena vida, ha abandonado el esfuerzo y ha vuelto a la vida regalada”.

      34. »Así que, Aggivessana, tras

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