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leyes habilitatorias, los inspectores de la Agencia Gubernamental de control quedan en el ojo de la tormenta y los espacios que no logran adaptarse a los cambios a las nuevas leyes y disposiciones, comienzan a cerrar. Nosotras quedamos sin lugar.

      Se suma el cansancio de ser una propuesta nómade (tener que presentarnos cada vez, agotadas de tener que sortear los prejuicios de ser tres chicas que llegan con una propuesta), tener que adaptarnos a las pautas de cada lugar y, acompañadas amorosa y económicamente por mi madre, salimos a buscar el espacio propio.

      El 17 de mayo de 2005, encontramos y señamos lo que sería casaBrandon. Violeta decide no sumarse al proyecto y quedamos en la dirección y gestión del proyecto Jor y yo, que nos habíamos separado a mediados de 2003 pero que estábamos convencidas de que nuestro vínculo no debía terminar sino mutar: queríamos seguir siendo aliadas para toda la vida.

      Ese mismo día nos notificaron que el trámite de inscripción de la Asociación Civil en la IGJ estaba terminado y podríamos firmar contrato de alquiler a nombre de “Brandon por la Igualdad/Equidad de Derechos y Oportunidades Asociación Civil y Cultural”.

      casaBrandon

      casaBrandon nace con la idea de proponer un espacio para la comunidad LGBTIQ que pueda resumir (y ampliar) varias de las actividades que hacíamos dispersas en distintos lugares de la ciudad y algunas de las propuestas que teníamos online, como la galería de arte pero sin la pista de baile. Nos habíamos dado cuenta de que Brandon podía tansformarse en cualquier cosa. Solíamos decir: “Por el poder de los gemelos fantásticos, ¡actívense! en forma de…”.

      La propuesta prendió mucho en la comunidad lésbica aunque sinceramente no era el objetivo específico. Esto puso en evidencia la falta de espacios para esta comunidad. Nosotras nos imaginábamos un espacio en el que pudiéramos estar todes juntes, estábamos acostumbrades a esa dinámica dentro de las fiestas Brandon y había sido parte de la misión. Pero claramente al ser dos tortas organizando, la comunidad se apropió del espacio y fue hermoso.

      Jor tenía una pareja nueva que se sumó a trabajar con nosotras y como tenía experiencia en gastronomía, tomó las riendas de esa parte. En tanto Jor y yo nos ocupábamos de la agenda, la administración y las relaciones institucionales.

      Pasaron muchos años antes de que pudiéramos sumar más integrantes al equipo de gestión. Incluso en 2009, cuando a Jor le diagnosticaron cáncer de mama con metástasis en el hueso de la cadera, todavía estábamos solas las dos. A Jor la operaron de urgencia y yo pasé ese invierno sola en la oficina con guantes y bufanda porque no me acuerdo que había pasado con esa fase de la electricidad y no podía prender la estufa. Lo recuerdo como una de las épocas más difíciles de mi vida.

      En 2005 la Federación Argentina LGBT nos convoca para sumarnos a sus filas y nos ofrece la coordinación del área de Cultura. Así, por primera vez, Brandon articula de manera formal con las organizaciones del movimiento LGBT y comenzamos un proceso de aprendizaje muy interesante e intenso sobre la militancia más “tradicional”, de la que habíamos rehuido. Forjamos nuevas alianzas y la perspectiva cambia o, más bien, se organizan, legitiman o sistematizan ciertos conceptos que nosotras trabajábamos más intuitivamente. También aparece el reclamo de las compañeras travestis y trans a través de Marcela Romero, quien en una reunión de la FALGBT habla de la falta de participación de las identidades travestis/trans en las organizaciones, tanto en sus puestos de tomas de decisiones como en sus agendas.

      Al poco tiempo se presenta Daniela Ruiz y monta la obra Hotel Golondrina inspirada en historias sobre el Hotel Gondolín. Pero era muy escasa la propuesta artística de esta comunidad y sigue siendo comparativamente reducida por la falta de oportunidades para el acceso a las diferentes instancias de formación.

      Simultáneamente continúa el aprendizaje sobre gestión cultural. El desafío del espacio propio se revela mucho más complicado de lo que resultaba en nuestro imaginario. Conocimos decenas de artistas que se acercan sintiéndose convocades por lo que (y a pesar de lo que) casaBrandon tenía para dar.

      Nosotras hacíamos casi todo y lo que no, lo articulábamos con personas del colectivo LGBTIQ. Creo que el sentido de comunidad fue un concepto que siempre nos atravesó profundamente: sabíamos que teníamos que cuidarnos y privilegiarnos a la hora de dar trabajo ya que hemos sido históricamente discriminades. Queríamos crear un ambiente laboral amoroso y justo. Pero a la vez la escasez de recursos fue (sigue siendo) una variable que nos deja poco margen para pensar lo ideal, por lo menos en términos de recursos materiales como el dinero.

      Otro punto bisagra en la historia de casaBrandon fue en 2010 con la llegada de Stéphane Jacob, un varón trans activista transfeminista que nos trajo la propuesta, junto con Cole Rizky, de hacer una festival trans multidisciplinario. Tuvimos largas conversaciones con ellos. Recuerdo una en particular entre Stef y Jor. Ella decía que no se definía como “feminista” y Stef, asombrado, le hacía diferentes preguntas para que se diera cuenta de que lo que le pasaba era que le tenía prejuicio a la palabra “feminista” pero que adhería a todos sus principios, ideales e inclusive, prácticas. “¿Estás a favor del aborto? ¿Te parece que todes deberíamos ganar lo mismo por las mismas tareas de trabajo? ¿Te parece que todes deberíamos tener las mismas oportunidades? ¡Entonces SOS FEMINISTA!”, decía Stef y se reía.

      Él fue quien nos presentó a la artivista travesti Susy Shock y con ella se nos abrió otro mundo. Participó también en el festival Marlene Wayar, a quien había conocido en 2003 a través de Mauro Cabral, a quien conocí primero por mail. Él se comunicó con nosotras para alertarnos sobre el inaceptable error de comprensión en la sinopsis que compartimos cuando programamos la película Los muchachos no lloran.

      En 2010, luego de sostener varias discusiones con Jor, militamos junto a la FALGBT la ley de matrimonio Igualitario. Ella sostenía que, como disidencias (no se usaba todavía esa palabra, pero era eso lo que ella quería expresar) nosotras no debíamos pretender casarnos. Ella pensaba que el Estado no tenía por qué legitimar nuestros vínculos. Yo sostenía que teníamos que igualar la oportunidad de casarnos y luego, con ese piso, elegir si casarnos o no, o incluso cuestionar la institución, el contrato.

      En 2010 fundamos MECA (Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos). Fue una iniciativa del Club Cultural Matienzo y éramos casaBrandon, Arcoyra, El emergente, Usina Cultural del Sur, entre otros. Realmente fue un respiro la creación de ese espacio. Estábamos todes luchando en soledad contra los embates de la Agencia Gubernamental de Control y sus clausuras arbitrarias y pudimos hacer una puesta en común de todas las dificultades con las que convivíamos a diario. Entonces surge la iniciativa de redactar y presentar la Ley de Centros Culturales.

      Desde su fundación estuve permanentemente cuestionando la falta de participación de mujeres, lesbianas, marikas y travas en el espacio, un problema que fue medianamente saldado con la incorporación de integrantes del colectivo FIERAS recién en 2019. Y digo “medianamente” porque sigue sin haber personas trans o no binaries y apenas si hay una o dos marikas. Mujeres cis y tortas “copamos la parada”.

      En 2011 las actividades de Brandon son declaradas de Interés Social, Cultural y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.

      En 2017 falleció Jorgelina y me encontré con la imperiosa necesidad de reestructurar la metodología de trabajo, incorporando nuevas personas al equipo de gestión y sociabilizando la toma de decisiones.

      Quisiera aquí abrir un paréntesis y hablar de la experiencia de acompañamiento del tránsito de Jor hacia su muerte, que creo que es un ejemplo vivo de cómo otras lógicas pueden transformarse en nuevas prácticas amorosas por fuera del régimen heterosexual llevadas adelante por un grupo de lesbianas.

      Con Jor, como dije, nos habíamos conocido en 2000. Nos enamoramos muy intensamente y nos llevábamos muy bien. En esa relación entendí que el amor podía ser otra cosa. Que se podía transitar una pareja, no sin dolor pero sin daño, y que ese dolor intrínseco a la experiencia humana no tenía que ser destino de pareja. Potenciábamos nuestras virtudes y fue así que pudimos fundar un proyecto que está cumpliendo 20 años.

      Nos separamos por falta de atracción sexual

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