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entonces de una espiritualidad, una inspiración de origen religioso basada en la fe y traducida en confianza:

      una cosa es tener fe, creer que una afirmación es verdadera o que alguien está diciendo la verdad. Otra cosa muy distinta es –involucrando a toda la persona y no solo a su intelecto– tener fe en alguien o creer en alguien; en otras palabras, confiar (Modras, 2012, p. 70).

      La fe-confianza de Loyola se trata de entregarse en reciprocidad. Dios está en el centro, es la fuente de toda su espiritualidad manifestada en la búsqueda de la voluntad de Dios para su mayor gloria.

      En este sentido, la iluminación del Cardoner (1952), descrita por Ignacio en su autobiografía, es el punto de partida de su experiencia de fe:

      Y estando allí sentado se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas […] y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas […] Y esto fue en tanta manera de quedar con el entendimiento ilustrado, que le parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto (pp. 30, 49).

      La experiencia que Ignacio describe en el Cardoner, no podía quedarse contendida en él sino que tenía que ser comunicada y procurar, por qué no, que otros pudieran experimentarla; por esto, organiza sus apuntes y escribe un manual como una ayuda hacia los otros para acercarse al Señor y tener esta experiencia única, legado que conocemos como los Ejercicios Espirituales (1984). Este libro parte de un presupuesto muy interesante dentro de nuestra misión como maestros o educadores: la empatía. Veamos:

      Para que así el que da los exercicios espirituales, como el que los recibe, más se ayuden y se aprovechen: se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del próximo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (p. 13).

      La espiritualidad al estilo ignaciano, tiene varias características que provienen justamente de la experiencia narrada por Ignacio en Los Ejercicios Espirituales, en su autobiografía y en otros documentos. Entre estas, se destaca el Principio y Fundamento, y la que podemos llamar Contemplación para Alcanzar Amor; dos características fundamentales para actuar y discernir. El Principio y Fundamento dice:

      El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre el haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados (Loyola, 1984, p. 13).

      La segunda característica Contemplación para Alcanzar Amor, dice:

      Nota. Primero conviene advertir en dos cosas: La primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras. La 2ª, el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; […] pedir lo que quiero: será aquí pedir cognoscimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad.

      […] ponderando con mucho afecto quánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y quánto me ha dado de lo que tiene y consequenter el mismo Señor desea dárseme en quanto puede según su ordenación divina. Y con esto reflectir, en mí mismo […] Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

      […] mirar cómo Dios habita en las criaturas […] otro tanto reflitiendo en mí mismo.

      […] considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre el haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis […] Después reflectir en mí mismo. (Loyola, 1984, p. 55)

      El Principio y Fundamento se experimentan al inicio de los Ejercicios Espirituales y se convierten en guía de la experiencia que busca que el ejercitante gane en libertad y en indiferencia frente a aquellos elementos que lo desvían de sus propósitos fundamentales de vida. Mientras que la Contemplación para Alcanzar Amor se vive al final de los ejercicios, experiencia que recoge muy bien la oración de “tomad, Señor y recibid”.

      Con respecto a la Espiritualidad Ignaciana, es importante reconocer los diferentes pasos para lograr la identificación con ella, centrada y orientada por la figura de Dios en Jesucristo. En referencia al proceso o los pasos para vivirla, reconocemos siete momentos claves a partir de la lectura de san Ignacio:

      a. Contemplar, sentir y gustar: “porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, más el sentir y gustar de las cosas internamente” (Loyola, 1984, p. 7). Ese contemplar es tan profundo y tan fiel que lleva a una sensibilidad especial de cada uno de los sentidos sensoriales por ejemplo cuando se trata del infierno.

      b. Los afectos y la voluntad: “en el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante, hasta que me satisfaga” (Loyola, 1984, p. 25).

      […] en todos los exercicios siguientes espirituales usamos de los actos del entendimiento discurriendo y de los de la voluntad afectando; advirtamos que en los actos de la voluntad, quando hablamos vocalmente o mentalmente con Dios nuestro Señor o con sus santos, se requiere de nuestra parte mayor reverencia, que quando usamos del entendimiento entendiendo (Loyola, 1984, p. 8).

      c. La atención y la respuesta al espíritu:

      […] el que da los exercicios, quando siente que al que se exercita no le vienen algunas mociones espirituales en su ánima, así como consolaciones o desolaciones, ni es agitado de varios espíritus; mucho le debe interrogar cerca los exercicios, si los hace a sus tiempos destinados y cómo; asimismo de las adiciones, si con diligencia las hace, pidiendo particularmente de cada cosa destas (Loyola, 1984, p. 8).

      […] el que da los ejercicios no debe mover al que los recibe más a pobreza ni a promesa, […] más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota […] dexe inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor (Loyola, 1984, p. 10).

      d. Oración activa y coloquial: “El coloquio se hace propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su Señor” (Loyola, 1984, p. 21). Era tan personal su relación con Dios que en una de las contemplaciones de la vida de Jesús termina diciendo: “puede hacer tres coloquios, uno a la Madre, otro al Hijo, otro al Padre” (p. 48).

      e. Indiferencia, discernimiento y elección: El término Indiferencia aparece en el Principio y Fundamento, se repite en la primera semana cuando todos los ejercicios están orientados a deshacerse de todo aquello que no permita obrar libremente. Vuelve a tratarse en la segunda semana cuando se trata de prepararse para hacer elección, desprendimiento de todo aquello que no tenga como fin último la gloria de Dios:

      […] que me halle como en medio de un peso para seguir aquello que sintiere ser más en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima […] mirar dónde más la razón se inclina, y así según la mayor moción racional, y no moción alguna sensual, se debe hacer deliberación sobre la cosa propósita. […] hecha la tal elección o deliberación, debe ir la persona que tal ha hecho, con mucha diligencia, a la oración delante de Dios nuestro Señor y ofrecerle la tal elección para que su divina majestad la quiera recibir y confirmar, siendo su mayor servicio y alabanza (Loyola, 1984, pp. 44-45).

      Tiene cuatro reglas:

      La primera

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