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de un lugar. En eso consiste, dicen, el pensamiento complejo.

      1. En el intercambio inicial de la jornada

      Una maestra coordina el intercambio inicial de la jornada. Como en toda discusión grupal, desea cuidar que todos y todas participen, y que nadie se quede sistemáticamente al margen. Para lograrlo, hace que los niños y las niñas se sienten intercalados: un nene, una nena, un nene, una nena… De este modo, sostiene ella, mezcla los géneros y evita que se sectoricen los varones de un lado, las nenas del otro. ¿Está bien o está mal?

      Está bien, porque los chicos tienden a auto-segregarse. Las nenas charlatanas acaparan toda la conversación y los nenes, más traviesos, se distraen fácilmente si están sentados juntos. Si los intercalamos, les damos la oportunidad de encontrarse con quienes no se encontrarían en forma espontánea. Para eso está la escuela: para ampliar y enriquecer la experiencia.

      Está mal, porque tratándose de una iniciativa que busca justicia (repartir en forma justa un bien valioso: el lenguaje) no debería convertirse en una forma de control de la disciplina. La maestra que hace eso, lo hace para que los alumnos no la molesten, para que estén más quietos y callados, y no para que hablen más o mejor. Es una medida falsa e hipócrita.

      2. El silencio de Matías

      Otro problema que se le plantea a esta maestra, que trabaja en un jardín de infantes de una gran ciudad, es que hay un niño, proveniente de un pequeño pueblo de una provincia norteña, que raras veces trae sus relatos o sus comentarios en las discusiones grupales. Asume más bien una postura contemplativa y escucha a los demás. Su maestra conversa con una colega:

      — ¿Por qué no habla Matías en la ronda de intercambio?

      — Es bastante callado.

      — ¿Pero tiene alguna dificultad de lenguaje?

      — No, pero como él viene de un pueblito pequeño del norte, tal vez porque posee una cultura diferente y usan el lenguaje de otro modo, nos parece que es más calladito.

      — Ah, sí… Y hay que respetar la cultura que cada uno trae.

      ¿Está bien o está mal?

      Está bien, porque el lenguaje acelerado propio de la ciudad no necesariamente es el que mejor permite a ese niño expresarse. Las particularidades de cada cultura en cuanto al uso de la lengua –y no sólo en lo relativo a folclorismos pintorescos, como suele hacerse– deben ser tenidas en cuenta y respetadas.

      Está mal, porque con el argumento de que las diferencias culturales deben ser respetadas la maestra está siendo injusta y poco equitativa. Con un argumento progresista (hay que respetar su cultura) la maestra del ejemplo justifica su falta de intervención para integrar al niño a la actividad.

      3. Pintando sobre diarios

      La maestra deja entonces la ronda grupal e invita a los chicos a trabajar en las mesas, en una actividad con témperas para la que utilizan como soporte un papel de diario. Ha elegido ese material porque está desarrollando una unidad didáctica en base al recorte de “El quiosco de diarios y revistas”. ¿Está bien o está mal?

      Está bien, porque la mirada amplia y holística que está en el espíritu de una unidad didáctica implica llegar al objeto de conocimiento desde distintos lugares. Una unidad didáctica es siempre interdisciplinaria. Al pintar sobre los diarios que obtuvieron en la visita al quiosco, integran el estudio de esa realidad a sus actividades expresivas habituales.

      Está mal, porque los diarios no son principalmente para pintar sobre ellos… La relación entre la actividad y el recorte es superficial y espuria. Las actividades de la unidad didáctica deben aportar al conocimiento del quiosco de diarios, sus rasgos sociales, políticos, naturales, etc., y dibujar sobre diarios claramente no aporta a eso.

      4. Jugando en los rincones

      Los chicos han terminado de pintar y se vuelven a reunir en la ronda. La maestra les propone jugar en los rincones. Conversan unos minutos sobre qué sector elegirá cada uno, y ella les anticipa: “pueden elegir el rincón que quieran, pero una vez que están ahí, no vale cambiarse”. ¿Está bien o está mal?

      Está bien, porque de ese modo se favorece la elección fundada. En otras sesiones de juego cada niño podrá optar por un sector diferente. No es un límite irracional, porque se basa en la búsqueda de una autonomía responsable. Por otra parte, si los chicos cambiaran de sector todo el tiempo, no se estaría favoreciendo la realización de proyectos de juego más elaborados. Paradójicamente, para alcanzar la autonomía se necesita la ayuda de un Otro que nos ayude a acercarnos a cosas nuevas.

      Está mal, porque uno de los aspectos más importantes del juego-trabajo es su cualidad de favorecer la autonomía. En el juego-trabajo el niño elige a qué, con qué, con quién y dónde jugar. Si se coarta esa posibilidad, la permanencia forzada no redundará en constancia, sino en un pseudo juego del niño, para complacer los caprichos del adulto.

      5. Compartiendo la merienda

      “Bueno”, dice la maestra, “ahora vamos a merendar”. Dispone el espacio, los chicos se sientan, y un “ayudante” (un niño que ha sido designado por la maestra) reparte los vasos. Cuando los chicos los reciben, algunos comienzan a golpearlos contra la mesa. El golpeteo seduce al resto, y enseguida todos están golpeando la mesa con los vasos, rítmicamente. La maestra les dice: “No golpeo el vaso, chicos, que voy a servir la leche”. Siguen. “Basta, sala verde…”. Siguen. “Más tarde tocamos los toc-toc, ahora estamos merendando…”. Pero los chicos siguen golpeando, muy divertidos y sin prestar la menor atención a lo que la maestra les dice. En ese momento, entonces, la maestra golpea con fuerza la mesa. Silencio absoluto. “No se pueden usar los vasos de batería. ¡No son para eso!”, dice finalmente. Y sirve la leche. ¿Está bien o está mal?

      Está bien, porque toda libertad se basa en la imposición de un límite. El “no”, el “basta”, es una experiencia que funda el propio psiquismo. De un modo u otro, siempre hay un límite, y ese límite siempre será vivido con cierto desagrado por quien resulta limitado. No les haríamos ningún favor a los niños “edulcorando” siempre los límites con canciones o juegos (la lechuza, el brochecito, etc.). La moral no es siempre democrática: hace falta interiorizar la Ley (que nos protege, que nos convierte en personas sociales) y eso sólo se logra sometiéndose a ella.

      Está mal, porque el límite impuesto ignora que las reglas sólo se aprenden en un contexto significativo. El niño, para incorporar las normas, debe sentir que son justas y necesarias. El docente no debe actuar como un dictador poderoso, sino como un juez bondadoso y siempre dispuesto a escuchar y contemplar opciones.

      6. Cantando para hacer un tren

      Llegado el momento de trasladarse al salón de música, la maestra convoca a los chicos con una canción que habla de un tren que sale de la estación. ¿Está bien o está mal?

      Está bien, porque las acciones rutinarias de la vida escolar se vuelven más gratas, y se inundan de una sensación de alegría y disfrute si se las acompaña con una canción. Hay muchos ejemplos de esto en la vida social: los cantos que acompañan el trabajo, el uso del canto para festejar, para protestar, para celebrar rituales. La música es en el jardín más que un lenguaje artístico: también es un espacio de significación subjetiva de las actividades.

      Está mal, el uso “instrumental” de las canciones hace que este preciado bien cultural se convierta en “camuflaje” de mensajes que deberían entregarse en forma explícita. Ordenar los juguetes, hacer una fila, sentarse, etc. no deberían ser las razones para cantar juntos en el jardín. Deberíamos cantar sólo cuando deseamos brindarnos una experiencia estética o artística.

      La pregunta “¿Está bien

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