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Breves fragmentos de un azul. Sebastián Vizcaíno
Читать онлайн.Название Breves fragmentos de un azul
Год выпуска 0
isbn 9789942883841
Автор произведения Sebastián Vizcaíno
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Decido quedarme en el campanario, me siento y comienzo a pensar en lo que sucede, creo que no logro desatar bien el hilo de mi pensamiento, y así pasan horas. Ha comenzado a atardecer y empiezo a preocuparme porque no he visto más gente. Mis pensamientos se ven opacados por el tañido repentino de las campanas.
—No quise asustarte —me dice un tipo alto y delgado—. ¿Qué te trae al campanario?
—Es el único lugar que conozco, al parecer. ¿Qué haces tú aquí?
—Aquí paso la mayor parte del tiempo. Cuido el reloj, le doy cuerda y afino las campanas.
—¿Qué es este lugar? —Le pregunto señalando el pueblo.
—Pues, mira, Psyqué es un lugar único, aunque eso ya lo debes saber. Los habitantes vienen y van, este sitio es como una pausa en sus vidas que no a muchos se les concede.
—Pero yo me siento prisionero aquí. No hay a dónde ir.
—¿Te parece poco la playa, el bosque, el nevado? —Me dice y me hace notar que me fijo más en los problemas que en las oportunidades.
—¿Desde cuándo estás aquí?
— Dos meses.
—¡¿Dos meses?! —Exclamo espantado.
—Mira, antes de llegar aquí mi mundo estaba quebrado. El miedo que tenía ha ido desapareciendo con el tiempo. Fue duro dejar todo atrás, pero creo que estaré listo dentro de poco para volver.
—¿Cómo lo vas a hacer?
—Ya se verá —me dice con un suspiro—. Nadie ha vuelto para contarnos cómo.
La voz del hombre es calmada, pero parece guardar una preocupación en sus ojos, quiere ocultar algo en su pecho. Me intrigan sus palabras, me parece que este lugar es una especie de purgatorio; no sé qué debemos expiar exactamente o cuál es su propósito, qué méritos debo cumplir para salir. Para cambiar de ideas, continúo con la conversación.
—¿Eres el encargado del reloj o algo así?
—Digamos que es un deber mío para el mundo. Para mí, el tiempo no pasa, o al menos no de la manera que para el resto del mundo; por eso estoy aquí, para darle cuerda al reloj. Si no lo hago, el mundo se detendría y volvería a pasar lo terrible.
—¿Qué es «lo terrible»? —le pregunto preocupado.
—No —dice bruscamente.
—¿Pasa algo malo?
—No, no, no. Perdóname, pero recordar me suele alterar un poco. No debí contarte esto, no me hace bien. Además, no lo creerías.
—Hoy soy capaz de creer en todo.
Su respiración se torna agitada, se agarra la cabeza y empieza a caminar de un lado a otro, a hablar sin sentido y muy rápido; después de un tiempo, toma aire y comienza a contarme su historia. Para alguien fuera de este lugar, de Psyqué, resultaría algo absurdo, pero yo creo cada palabra, hasta logro comprender por qué debe darle cuerda al reloj. Me dice que ha contado esto a muy pocas personas, que le han dicho que no es real. A mí me parece maravilloso más que increíble; si hubiera sabido de él antes lo habría entrevistado. En otras circunstancias, habría tecleando con pasión su relato, definitivamente no me hubiesen pesado los dedos.
Busco en mis bolsillos, pero están vacíos. Siempre me he preocupado por llevar conmigo una libreta de apuntes desde mi época en la facultad; mi único instrumento para interpretar y reproducir el mundo. Sin tener en dónde registrar el cuento del hombre del reloj, siento que me he quedado sin nada.
Ambos nos quedamos sin hablar por un rato, él rompe el silencio y me invita a conocer un lugar donde puedo dormir.
Llegamos a una construcción sencilla, de un solo piso, aunque parece ser la más grande del pueblo. No tiene rótulos ni señales que indiquen si se trata de una posada, de un hotel o de algún lugar abandonado. Tiene una entrada amplia en el centro que conduce a una pequeña sala, y desde ahí a unos pasillos largos que se extienden a cada lado. Está oscuro, pero la luz se filtra por las ventanas. No me había fijado en la luna; es pequeña, las nubes casi la han escondido por completo, pero es lo suficientemente clara como para poder guiarme por aquí. El señor del reloj se despide de mí amablemente y me invita a visitarlo cuando quiera.
—¿No te quedas a dormir? —Le pregunto, porque tengo miedo de estar solo, de estar solo aquí.
—¿Y quién le daría cuerda al reloj en la noche? —Me dice mientras se voltea. Esa respuesta hace que crezca la motivación que tengo.
—Déjame contar tu historia —le pido a manera de despedida.
—Te la regalo —me responde mientras da unos pasos y hace una señal con la mano sin voltear a verme; poco a poco se pierde entre las calles.
Veo con más detalle el lugar. Hay una especie de recepción, me encuentro con quien atiende: es un hombre alto, tiene un rostro serio con pocas arrugas, con algunas canas en la cabellera; está al lado de una radio como queriendo escucharla con mucha atención, porque parece que el volumen está al mínimo, aunque después me da la impresión de que en realidad está apagada.
—Elige cualquier habitación —me dice rápidamente, como si deseara deshacerse de mí para que no interrumpa lo que sea que está haciendo.
—¿Me puede explicar qué es este lugar?
—¿Cuantas veces has hecho esa pregunta hoy? Escoge una habitación y duerme —dice mientras lleva su dedo índice a la boca en ademán de hacerme callar.
—No sé qué hacer, ¿y usted me indica que simplemente debo elegir una habitación y resignarme a lo que está pasando?
—A lo mejor —me dice en tono bastante apático.
—¿Tiene un cuaderno, unas hojas, un esfero o algo para que pueda escribir? —Espero unos segundos que parecen una eternidad—. ¿Qué le pasa? Al menos, conteste. ¡¿Me va a ayudar en algo?!
—No —me dice, aún sumergido en el intento de escuchar la radio.
No sé cómo responder en este tipo de situaciones; él está ensimismado, ausente de lo que pasa a su alrededor. Así que decido jugar su juego para sacarle un poco de información.
—¿Qué está escuchando? —Le pregunto con un tono muy respetuoso.
—La radio.
—Pero si no se escucha nada.
—Claro que no. Sigues hablando —me dice en tono de reproche. Después de eso, me ignora por completo.
Decido caminar por el pasillo para buscar una habitación. Recorro el lugar arrimado a las paredes blancas porque el piso está algo húmedo. No hay puertas en ningún cuarto, los exploro rápidamente, pero no consigo ver a nadie. Continúo buscando en un par de habitaciones más, todas son iguales, da la sensación de que fuera un laberinto. No quiero hacerme más problema, así que elijo un cuarto que tiene la ventana hacia el oeste. Abro las cortinas para ver el pueblo.
Psyqué tiene una distribución bastante extraña; todo está organizado por bloques, con pocas casas, todas de paredes blancas y casi del mismo tamaño. Me extraña no haber encontrado ninguna con más de un piso. Está anocheciendo, pero no puedo ver las estrellas; las nubes han cubierto todo el cielo, han tapado la luna. De hecho, no puedo ver casi nada.
Me acuesto mientras pienso en la chica que conocí este día, en su sonrisa, en sus ojos. Poco a poco, unas ideas parásitas comienzan a invadir mi mente, se esparcen por todos los rincones, y la imagen de la chica se borra. Me cuesta acomodarme, necesito