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Breves fragmentos de un azul. Sebastián Vizcaíno
Читать онлайн.Название Breves fragmentos de un azul
Год выпуска 0
isbn 9789942883841
Автор произведения Sebastián Vizcaíno
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Me siento fatal. Otra vez mi mente empieza a acelerarse, mientras mi cuerpo comienza a sentirse pesado. Tomo mi bicicleta y, antes de subirme en ella, algo invade mi cabeza, como queriendo rebuscar todos los rincones de mi mente. Doy vuelta y me quedo paralizado. No puedo moverme, no puedo hablarle. Está ahí, sonriente, esa sonrisa tierna esconde algo. Me ve fijamente, esos ojos revelan el azul del mundo.
No soy capaz de decirle nada; quiero devolverle la mirada, pero no puedo. Mejor así, me han dicho que mis ojos asustan.
Noto que lleva una copia del periódico donde trabajo; me gustaría que reconocieses mi estilo, pero yo nunca te dediqué una letra. Escribo para todos, que es lo mismo que decir que lo hago para nadie. Tantas suposiciones son una estupidez, la vida pasa por las decisiones que tomamos; si haces algo o no, no importa, solo hay que enfrentarte a lo que te toque. Últimamente veo el resultado de mis acciones desde lejos, me veo a mí y no me reconozco; lo hago todo por inercia, mi vida se resume en existir, ocupar un espacio.
Estos días le he dedicado más tiempo a mi libreta. Ya no anoto lo que veo, todo lo que puede ser buen material para un artículo. Me he dedicado a escribir sobre esa mujer; hace tiempo que no lo hacía sin saber cómo terminará la historia.
Cada día paso más tiempo en el café, pensando en encontrarme con ella y buscando la razón de hacerlo. ¿Qué tiene esa mirada? Hasta ahora nunca me había fijado en los ojos de la gente; he visto muchos azules, muchas miradas, pero esta me atrae, me llama.
Los pensamientos pesan menos; he empezado a descuidar mis tareas y también la idea de encontrarla. Dos cosas parecen seguras: la primera es que estoy harto de trabajar, la segunda es que encontrarla es imposible. No me importa.
Me despierto temprano, desde que me despidieron o renuncié, no estoy seguro de qué fue lo que pasó, me desagrada mucho la idea de quedarme todo el día en casa. No soporto darme vueltas en la cama, me desespera que me envuelvan las sábanas, no saber si estoy dormido o despierto. No desayuno, tomo mi bicicleta y ando sin rumbo. Paso cerca de un parque, veo a un grupo de chicas conversando; apenas ahora caigo en cuenta de que no me he arreglado, no importa. Solo me preocuparía si cierta persona me viera. Eso es imposible.
Doy media vuelta, estoy cansado de pedalear. Al estar sumido en mis pensamientos, no me doy cuenta de que no podía virar en U, y casi choco contra un bus. Soy insultado por el conductor y algunos pasajeros que sacan sus cabezas por la ventana. Solo bajo la cabeza para que la escena termine rápido.
Avanzo unos metros, sin darme cuenta ya estoy por llegar a mi casa. Acelero más en el último tramo para que mi mente se calle.
He avanzado tres cuadras divagando. Intento calmarme, pero no puedo; me desespero, intento concentrarme y grito por dentro. Trato de llevar ese sonido a mis oídos, pero es acallado por uno más fuerte: susurros, y estos a su vez son reemplazados por conversaciones que poco a poco se hacen más comprensibles. Pequeñas voces me dicen: pedalea, pedalea, pedalea. Las ignoro. Luego, otra, fuerte y clara, me dice: ¡para!
Paso los días viendo el movimiento de las nubes. Si me concentro, puedo sentir la rotación y traslación de la tierra. Por las noches, cuento estrellas; a veces tengo ganas de salir, pero algo me ata aquí. Encuentro una carta bajo la puerta: van a publicar un artículo mío y me han mandado un cheque. Me duele que ese haya sido el último; lo hallo imperfecto, absurdo. Así será como me recuerden. Prefiero la nada, el olvido. No estoy seguro de si volveré a escribir más, solo espero que ella no lo haya leído. Eso sería mi única motivación.
Todavía no lo han publicado, quizá haya tiempo de corregirlo, de escribir algo diferente, de incluir un pequeño guiño. Esta idea me parece refrescante. Tomo mi bicicleta e intento salir. Me siento descordinado, no puedo acercarme a la puerta, no puedo tomar la manija, no puedo hablar. Mi mente pierde el control sobre mi cuerpo y sobre sí misma. Me concentro y me decido de una vez. Es imposible, cada pensamiento que he evitado en estas semanas, cada sensación ignorada, vuelven, me oprimen el pecho, suben a mi cabeza. Siento el palpitar en mis sienes, me cuesta estar de pie.
¡Ábrete de una vez!, grito mientras muevo violentamente la cerradura. Siento que mi cabeza va a explotar, que todo a mi alrededor se mueve. Creo que voy a vomitar.
¡Por fin! Abro la puerta y siento un olor nauseabundo que me rodea. Cierro de un golpe, pero ya no tiene caso, el olor está en todos lados. Ahora en la casa parece que sale de los colores de las paredes, del negro de la puerta, del verde de las plantas, del rojo de las tazas. Busco algo que me calme y percibo el azul de una flor. Un segundo de paz. Siento un pequeño abrazo y, luego, esas misma manos me empujan.
Me levanto mareado, necesito saber qué me pasa. Más ideas vienen a mi mente, quieren salir; siento que el cráneo se está agujereando y por cada pequeño hoyo se escapa una idea y entra otra que no me pertenece.
Voy al baño, me lavo la cara y apoyo las manos en el lavabo, respiro profundamente y subo mi mirada. Odio verme al espejo. No puedo ver mi reflejo con claridad, está nublado por lágrimas. ¿Qué me pasa? Estallo en sollozos, en desesperación. Golpeo el espejo y lo hago trizas, me sangran las manos.
¿Qué me está pasando?, digo mientras se apaga mi voz.
Ahora solo hay silencio. Siento que me desvanezco. Me inclino hacia adelante; no puedo moverme, voy de cara al espejo. Cierro los ojos y caigo al piso. No me he cortado la cara; en cambio percibo tierra y piedras en mi rostro. ¿Qué le pasó al espejo?, balbuceo y pierdo la conciencia.
Escucho un zumbido, mi mente se aclara, abro los ojos, todo vuelve a la calma. Me es difícil levantarme. Siento como si el golpe me hubiera borrado los pensamientos que tenía, mi agitación. Es como si acabara de despertar y todavía mi mente no entiende que ya no está dormida, tarda en conectarse. Levanto mi cara y me apoyo con las dos manos, pero me cuesta coordinar.
Veo una mano delgada extenderse hacia mí, me ofrece su ayuda. Mientras me incorporo, escucho una voz femenina, delicada y serena.
—Bienvenido a Psyqué.
Nunca he escuchado esa voz, pero conozco esa mirada. ¿Qué hace ella aquí?
II
Casi me atraso a la entrega de guardia; el nuevo residente narra los ingresos del fin de semana y se me asigna un nuevo paciente. Qué gran coincidencia que se llame así, como mi padre; me cuesta llamarlo por su nombre, uno que no he pronunciado hace mucho tiempo. El residente me cuenta novedades de la noche anterior, recuerda si hay algún pendiente y terminamos actualizándonos sobre el tema que ha preparado el médico de turno.
Tomo la carpeta metálica del nuevo ingreso y la leo rápidamente antes de entrevistar a mis demás pacientes. A diferencia de los otros hospitales, aquí no se pasa visita de cama en cama, sino que cada paciente viene a un consultorio que está en el piso de hospitalización. Es un cuarto pequeño, con una gran ventana justo frente a mi escritorio, un error de diseño diría yo, ya que fácilmente alguien puede romperla en un arrebato de locura. En la mañana el sol entra y le da cierto ambiente de calma; cuando llueve, parece que el frío se materializa y entra lúgubre por el cristal. Este espacio permite entrevistar a los pacientes adecuadamente, ver su evolución y firmar las prescripciones que hicieron los residentes. De vez en cuando, me asignan a uno para que yo sea su tutora, pero últimamente he evitado hacerlo; quiero relajarme un poco, dedicarme a mis cosas, a recordar que hay vida fuera del hospital.
Termino mi pase de visita y decido ver a mi nuevo paciente en su habitación para ver si está en condiciones de entablar una conversación. Salgo del consultorio y me detengo un momento para leer su historia clínica con más detenimiento. Las enfermeras están terminando su pase de visita y se reúnen a conversar hasta que sea hora de administrar medicación. Parece que una ha traído alguna golosina, otra inmediatamente se levanta a encender la cafetera. Se esconden tras la estación de enfermería y se sientan a comer y conversar. Paso a su