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Breves fragmentos de un azul. Sebastián Vizcaíno
Читать онлайн.Название Breves fragmentos de un azul
Год выпуска 0
isbn 9789942883841
Автор произведения Sebastián Vizcaíno
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
—Muchas gracias, ahora voy a ver al nuevo ingreso —les digo como justificando qué hago aquí. No estoy seguro de por qué lo sigo haciendo, viejos hábitos de cuando era estudiante, a lo mejor.
Camino por el pasillo hacia la habitación, arrimada a las blancas paredes porque el piso aún continúa húmedo. Aquí, y creo que en todo hospital, es delito pasar por donde acaban de trapear.
Empujo la puerta, no es costumbre cerrarlas por completo. Lo veo, descansa tranquilo, todavía debe estar sedado por la medicación. Le han suturado un par de puntos en la cara y le han vendado las manos. Según refieren, se trata de un hombre joven, de instrucción superior, soltero, con un aparente primer episodio psicótico. Cuando se entrevistó a una vecina que lo trajo, reportó que siempre ha tenido una personalidad evasiva; en ocasiones, dijo, lo ha escuchado hablar solo. El paciente se ve estable, pero parece que va a ser un caso complicado: no hay antecedentes personales ni familiares, solo los comentarios de los vecinos que llamaron a una ambulancia al escuchar gritos y golpes. Lo encontraron sangrando en el baño de su casa.
Dejo la habitación y me dirijo al área de consulta externa. Salgo del pabellón de hospitalización, cruzo un pequeño patio, veo a los pacientes que están en recreación y continúo. Este hospital es bastante amplio, pero ningún pabellón tiene más de un piso de altura.
Paso todo el día atendiendo pacientes. En los primeros turnos se me asignan personas que vienen por primera vez, con ellos mi consulta suele extenderse para darles atención completa.
Compenso el limitado tiempo que nos dan a los médicos para atender, apresurando la consulta de los pacientes crónicos, que generalmente tienen los últimos turnos, y a quienes ya conozco muy bien; la mayoría viene solamente a renovar su medicación, tengo mi sesión y luego charlamos un poco mientras escribo su receta.
Cuando llega la tarde, mi último paciente es una señora extranjera: labios delicados, ojos claros y un cabello algo desarreglado, pero que cae hermoso sobre sus hombros; su blusa deja ver sus clavículas. Hice un par de preguntas y rompió en llanto, decido indicarle ambulatorio intensivo, que venga a retirar más medicación y verla en tres días hasta que considere espaciar más las entrevistas. Se limpia las lágrimas, me agradece y sale rápidamente por la puerta, con una sonrisa en el rostro; me doy cuenta de que es una máscara. Antes de salir, le digo que se cuide, le dedico una sonrisa y ella me devuelve otra más grande. El baile de su larga falda es lo último que veo. Antes de irme a casa, regreso al pabellón de hospitalización. Parece que el paciente nuevo se ha levantado y está en el jardín; ha empezado a comunicarse con los demás, pero todavía parece muy confundido. Le dejo indicaciones al médico de turno y termina mi día en el psiquiátrico.
III
Conozco esos ojos, ese azul. Por un instante, olvido lo que está pasando.
—¿En dónde estoy? ¿Qué es Psyqué? —Le pregunto. Empiezo a recordar lo que sentía antes de estar aquí.
—Creo que debes verlo por ti mismo —me dice y me muestra una sonrisa.
Avanza tranquila y la sigo sin dudar; puedo ver que este pueblo es algo viejo pero bien conservado. Se siente el silencio; ahora caigo en cuenta de que no veo a ninguna persona. Ella camina rápida, ligera, y se emociona al llegar a una especie de campanario, la estructura más alta que se ve por aquí. Antes de ingresar, acaricio las paredes blancas y lisas; sin que se dé cuenta acerco mi nariz, huele a humedad. Me quedo viendo un gran reloj que está en la cima, entre dos campanas, pero antes de ver la hora, me apresuro a seguirla para que no se adelante demasiado.
Subimos por un túnel oscuro que conduce a la parte más alta; empiezo a sentir una brisa y, al llegar, miro hacia arriba y el sol me da directo a los ojos. Pierdo la visión por unos segundos, pero la recupero lentamente mientras me abro paso al tanteo entre dos grandes campanas. ¡No lo puedo creer! Ante mí se revela un nuevo mundo.
Veo un pueblo, casas blancas, sencillas y pequeñas rodeadas por caminos sin pavimentar, donde no pasan autos ni personas. Desde donde nos encontramos, veo lo que creo que es la plaza donde aparecí, que parece ser un punto principal.
Ella se queda parada contemplando el paisaje, no dice nada por un momento. Luego, sin regresarme a ver, me explica los límites del pueblo: hacia donde está mirando es el oeste, hay un mar tranquilo y cristalino que se extiende hasta el horizonte y se hace cada vez más oscuro y tormentoso; hacia el norte se encuentra un enorme desierto, y lo que parece ser una construcción entre la arena es una especie de muralla; hacia el este, se encuentra un bosque espeso, frío y cubierto de neblina, que desde el campanario permite solamente ver una casa que se esconde en la densidad de los árboles; al sur se encuentra un nevado imponente, de faldas verdes y un pico de hielo coronado por nubes grises.
Mi acompañante me detalla incluso las cosas que más le gustan de Psyqué. Termina su presentación con un suspiro y una gran sonrisa. Atendí a todo lo que dijo; si no fuera por la seguridad en su voz, hubiera dudado de cada cosa que veía.
—Estamos en un pueblo imposible, podría ser el lugar más grandioso que haya existido jamás. Pero es todo lo que sé.
Cierro los ojos e imagino que lo veo todo desde arriba con la mirada de un ave; las palabras de mi guía me hicieron volar. Imagino cómo serán los lugares que le gustan, cada rincón del pueblo.
—¿Hay más personas aquí? —pregunto un poco inquieto.
—No somos muchos: poco a poco los conocerás. Si quieres buscar respuestas, puedes empezar aquí. No creo saber más que tú en estos momentos.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila con todo esto?
—¿No te da calma este pueblo?
—No me refiero a eso —le explico con actitud seria—. Quiero decir que parece que estás acostumbrada a esto, a la soledad, a no buscar una salida.
—Te equivocas —me dice con un tono en su voz que me parece de angustia; toma una pausa y continúa más serena—, no puedes saber a qué estoy o no acostumbrada. Claro que he buscado salida, pero escapar de aquí no es fácil. Parece que me faltó completar la frase anterior: estás en un pueblo imposible con gente imposible, muy particular. Aquí nos hemos acostumbrado a vivir, a construir nuestro propio mundo.
—No creo entender lo que dices. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué haces tú aquí? —le pregunto con más curiosidad que preocupación.
—Muchas de las preguntas que haces y vas a hacer solo las podrás responder tú mismo. No puedo decirte más, aunque quisiera, no tengo más respuestas.
—¿Y qué sugieres que haga?
—¿Qué quieres hacer? —Me pregunta y me inunda con el azul de sus ojos.
—Quiero salir de aquí.
—Hazlo, entonces —me dice. Su actitud ha cambiado de repente. Al parecer, mis preguntas le borraron la sonrisa y ahora se muestra distante. Continúa—: ¿Eras feliz antes?
—No —le respondo y las emociones que cargaba vuelven a aparecer. No quiero confesarlo, pero quizá esto sea lo mejor que me pudo haber pasado.
—Busca algo que te haga feliz. Parece que eres una persona llena de desesperación, aunque tratas de esconderla.
Tiene razón, en el poco tiempo que he estado en este lugar he sentido que es ideal para empezar de cero. Pero ¿cómo empezar? Aquí no soy nadie, puedo ser quien sea, no tengo propósito, no tengo rutina y eso me asusta; no quiero estar así, no quiero nada. No quiero sentir esto. Mi existencia perdió su significado. ¿Qué voy a hacer? ¿Esperar a morir? Nunca he sido paciente; ideas que evito casi a diario me invaden, pero sacudo mi cabeza y me limpio las lágrimas que han empezado a brotar. Me las arreglaré, un día a la vez.
Me doy cuenta de que he dicho mucho de lo que estaba pensando en voz alta, pero al parecer a ella no le ha importado. Está apoyada en el barandal que rodea a las campanas y está de frente al horizonte;