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para preocuparte, piensa en contratar un sistema de seguridad.

      —¿Pero… —insistió ella, en jarras, dando golpecitos con el pie en el suelo.

      —Pero… seguramente es algún chico que está buscando una tarjeta de crédito o un número de cuenta bancaria.

      Ella se quedó aliviada.

      —Está bien. Gracias. Lamento haber sentido pánico y haberte llamado otra vez…

      —En primer lugar, es mi trabajo. En segundo lugar, escúchame. Tumble Creek es un pueblo pequeño, pero ya no es el mismo pueblo en el que tú te criaste. El mundo ha cambiado. Hay metanfetaminas, porno por Internet, drogas en general… En este momento, esos son los grandes problemas de las zonas rurales de Estados Unidos. Aquí no hemos tenido muchos problemas, pero yo he tenido que estar vigilante.

      —No te preocupes, voy a tener cuidado. De verdad. ¿No he sucumbido al pánico en todas las ocasiones?

      —Sí, y sigue haciéndolo. Hace que me sienta grande y útil.

      Por fin, ella sonrió.

      —Bien, pero… —su sonrisa se apagó.

      —¿Qué pasa?

      —Acaba de ocurrírseme que… si era un ladrón, se hubiera llevado mi portátil.

      —Podría ser, pero no es fácil vender un portátil por aquí, y seguramente tú bajaste y lo sorprendiste antes de que pudiera pensar con claridad. Por eso se dejó la puerta abierta. Tuvo que salir corriendo. ¿A qué hora te levantas normalmente? ¿A las doce? ¿A las diez?

      —¡A las nueve! Algunas veces. Cada vez me porto mejor.

      —Bueno, de todos modos, cualquiera que prestara atención sabría que no eres muy madrugadora, y cualquiera que estuviera vigilando vio que yo me marchaba.

      —Está bien. Entonces… tengo que llamar a Carl.

      —Tienes que llamar a Carl. Yo voy a escribir un informe. ¿Por qué no vienes conmigo a la comisaría un rato?

      Ben no se quedó contento cuando ella negó con la cabeza. No podía obligarla a estar con él durante todo su turno de trabajo, pero tampoco era capaz de dejarla allí sola durante ocho horas.

      Miró su reloj.

      —Volveré dentro de cuarenta y cinco minutos para tomar las huellas de la puerta trasera y de tu ordenador.

      —Muy bien. No creía que la policía hiciera eso por algo tan nimio.

      —Normalmente no se hace, pero no me gusta esto. Tomaré las huellas por si acaso.

      —Gracias, Ben.

      Entonces, él la abrazó.

      —¿Estás bien? ¿De verdad?

      —Creo que sí —dijo ella. Se relajó contra él y metió los brazos por dentro de su abrigo para rodearle la cintura.

      —Siento lo de anoche.

      Ella suspiró.

      —Yo también.

      —¿Quieres que le cambie el turno a Frank hoy? Podíamos ir a Grand Valley a comer. Como si fuéramos personas normales.

      Molly negó con la cabeza.

      —No creo que nadie se lo creyera.

      —Yo sí.

      Ella se apartó un poco y lo besó en los labios.

      —Me encantaría pasar el día contigo, pero voy a perder mucho tiempo esta mañana con el cerrajero y los demás asuntos, así que esta tarde tengo que… ya sabes.

      —Tienes que trabajar.

      —Sí. Bueno, ¿y mañana? ¿Vas a trabajar? ¿Qué te parece si salimos a cenar y al cine?

      Ella entrecerró los ojos y frunció el ceño.

      —No lo llamaré cita —le aseguró él.

      —¿Me lo prometes?

      —Te lo prometo.

      —¿Todavía está abierto el viejo cine?

      —Sí, y todavía proyectan las mejores películas antiguas.

      Entonces, ella sonrió y asintió.

      —Sí, me apetece salir a cenar y al cine contigo.

      Él volvió a abrazarla y se inclinó para darle un beso en el cuello.

      —Yo traeré los preservativos —le susurró, para que se estremeciera contra él—. Tú trae a tu amigo azul.

      —Oh, Dios mío —dijo ella riéndose, y le empujó el pecho con las palmas de las manos—. Cállate.

      —¿Por qué? A lo mejor necesito refuerzos. Cuando te pones manos a la obra, eres insaciable.

      —¡Cállate! —exclamó ella. Se le ruborizaron las mejillas, y se puso tan roja que Ben tuvo que besarla de nuevo.

      —Me parece que bajo esa apariencia tan traviesa hay una niña buena.

      —Ni lo sueñes.

      Después de darle un beso en la nariz, Ben se dirigió hacia la puerta para marcharse antes de que se le olvidara que tenía un trabajo. Además, no quería que la mitad de la fuerza policial del pueblo echara la puerta abajo al ver que él no aparecía. Y, después de la semana anterior, no tenía duda de que sucedería eso exactamente.

      Capítulo 10

      La oscuridad de la noche lo había envuelto todo, salvo las luces del porche de algunos ranchos por los que pasaban. Incluso las estrellas se escondían aquella noche, y parecía que a la luna se le había olvidado salir.

      Molly iba mirando por la ventanilla, pero estaba enfrascada en sus pensamientos y no veía nada.

      —Estás muy callada. ¿No te ha gustado la película? —le preguntó Ben.

      Sí, estaba callada. Se sentía confusa y asustada.

      —No, me ha encantado. Es mejor que lo que dicen las críticas.

      —Entonces, ¿estás disgustada por lo que decía hoy el periódico?

      —Eso debería preguntártelo yo a ti.

      —Por supuesto que estoy disgustado. Se supone que tú tienes que hacer una broma para que todo parezca una nimiedad.

      Ella sonrió.

      —Es una nimiedad. Todo el mundo sabe que tú no eres el guardaespaldas de una espía.

      —¿Pero?

      Molly no sabía qué podía decirle y qué no podía decirle. Ni siquiera sabía por dónde empezar. Por fin estaba inspirada y escribía bien, sobre todo porque no podía dormir y estaba tensa y ansiosa, y era capaz de plasmar todo aquello en su historia de un modo eficaz.

      Le había enviado a su editora los tres primeros capítulos, y la mujer estaba en la luna. No dejaba de presionar a Molly para que le entregara el libro completo lo antes posible. Tenía que llenar un hueco dentro de tres semanas, porque otra escritora tenía un niño en el hospital y no podía cumplir con su plazo. Molly le había prometido que acabaría en cinco días, y la editora le había prometido que lo leería y lo editaría en el tiempo récord de cuarenta y ocho horas. Ya estaban trabajando en la portada. Todo era como una montaña rusa, pero ella agradecía aquella distracción.

      —¿Qué te pasa, Molly?

      —Lo siento —dijo ella con un suspiro—. No quería estropear nuestra primera no-cita.

      —¿Ha ocurrido algo más en tu casa?

      —No. En mi casa no. Mi madre ha estado leyendo el Tribune online, y está muy preocupada

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