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de peligro que ella ni siquiera reconocería.

      Capítulo 9

      Vientre de alquiler.

      Ben se detuvo con la cuchilla de afeitar a medio camino, se inclinó hacia el espejo empañado y se miró bien.

      —Te estás volviendo majareta.

      Molly tenía razón. Había sido un traicionero y se había obsesionado con sus secretos. La información que ella estaba dispuesta a darle no era la que él quería, pero ella había sido sincera con respecto a eso desde el principio. Le había mentido sobre su exnovio, sí, pero también era cierto que ella no tenía ninguna relación con él en aquel momento; no eran más que viejos conocidos.

      Si él quería que aquella relación fuera a algún sitio, tenía que ceder. ¿Y quería que fuera a algún sitio?

      Se concentró en afeitarse e intentó no cruzarse con su propia mirada; sin embargo, aquella táctica no funcionó. No podía negar sus sentimientos. Estaba enamorado de una mujer de la que no sabía nada.

      Bueno, sí la conocía. Conocía su pasado, conocía a sus padres y a sus amigos. Conocía la honestidad de su mirada y la verdad de su pasión. Pero eso no era suficiente.

      Necesitaba más de ella, y ella nunca iba a confiar en él y contarle sus secretos si él no le daba espacio. Tal vez la dejara tranquila un par de días. Tal vez le enviara flores, como un hombre normal.

      Sin embargo, cuando sonó el teléfono mientras él estaba terminando de afeitarse, y el nombre de Molly apareció en la pantalla, Ben supo que no iba a dejarla sola durante más de doce horas. Solo el hecho de que ella lo hubiera llamado le aceleraba el corazón.

      —Buenos días —dijo él, intentando que no se le notara demasiado el entusiasmo—. ¿Por fin te has despertado?

      —Hola —dijo ella lacónicamente.

      —¿Qué ocurre?

      —Cuando te has ido esta mañana, ¿has salido por la puerta trasera?

      —No, ¿por qué?

      —Porque está abierta.

      —¿Estás segura de que la habías cerrado con llave?

      —No, me refiero a que está abierta de par en par. ¿Tú has…?

      —Yo he estado en la cocina esta mañana, Molly, y estaba cerrada. ¿Dónde estás ahora?

      —En el vestíbulo.

      —De acuerdo, ponte un abrigo y espérame en el porche. Voy ahora mismo.

      Ben intentó contener el pánico mientras se ponía la ropa, tomaba el cinto de la pistola y salía corriendo hacia su casa. Cuando llegó, se la encontró en los escalones de la entrada, abrazada a sí misma y muy pálida.

      —¿Estás bien? —le preguntó mientras se acercaba.

      —Estoy bien, sí. Solo estoy asustada.

      —¿Has visto u oído a alguien dentro?

      —No. A nadie.

      Ben llamó a la comisaría y habló con James para explicarle la situación. No iba a necesitar refuerzos a menos que encontrara algo sospechoso, pero no era inteligente enfrentarse a una situación sin dar parte primero.

      Después de obligar a Molly a que le prometiera que iba a quedarse en el porche, Ben sacó el arma reglamentaria y comenzó su inspección. Subió al segundo piso y lo recorrió, bajó al primero y después al sótano. No había nadie dentro, no encontró nada sospechoso y la cerradura de la puerta trasera estaba en perfectas condiciones. Ben abrió la puerta principal y le hizo a Molly un gesto para que entrara.

      —¿Falta alguna cosa? —le preguntó.

      Ella se encogió de hombros.

      —Ni idea.

      —Quiero que lo mires bien. Después, infórmame si ves que te falta algo.

      Ben acompañó a Molly mientras ella revisaba las habitaciones. Cuando estaban en el salón, Ben se tomó su tiempo para mirar a su alrededor. Concluyó que aquella estancia era el despacho de Molly; estaba ordenada, pero había bolígrafos y notas adhesivas, y algunos libros de consulta. Había un gran armario a un lado, pero cuando él intentó abrir las puertas, las encontró cerradas. En dos estanterías enormes había muchos libros de tapa blanda y de tapa dura. El ordenador portátil estaba colocado sobre un escritorio.

      Ella estaba sentada en aquel escritorio. Alzó la vista y lo miró con preocupación.

      —¿Tú has mirado mi escritorio esta mañana?

      —Por supuesto que no.

      —Lo siento, es solo que… El último cajón está un poco abierto.

      —¿Te falta algo?

      –No. Ahí solo hay algunas carpetas y papel para imprimir.

      Ben se acercó e intentó abrir el primer cajón.

      —Este todavía está cerrado con llave.

      —Siempre está cerrado con llave, porque si no, se abre.

      —Entonces, tal vez el otro se haya abierto solo también.

      —Tal vez. Pero mi ordenador… Cuando lo apago, lo cierro. ¿Tú no lo has abierto?

      —¿Y por qué demonios iba a hacer yo eso?

      Ella lo miró dubitativamente.

      —¡Yo no he fisgado en tus cosas! ¿Qué pasa aquí? Yo estoy intentando no entrometerme, Molly, pero vas a tener que ser sincera y decirme por qué va a querer alguien colarse en tu casa y registrar tu escritorio.

      —¡No lo sé!

      —¿En qué trabajas, y quién lo sabe?

      —Esto no tiene nada que ver con mi trabajo. Nadie sabe lo que hago. Nadie salvo la persona a la que tengo que informar.

      Ben se pasó ambas manos por el pelo con exasperación.

      —Si estás implicada en algo peligroso, tienes que decírmelo. Esta vez no voy a admitir evasivas. Esto no es ningún juego.

      —Escúchame: yo no soy espía, ni policía ni nada que se te esté pasando por la cabeza. Soy una autónoma con una profesión completamente segura. Ni siquiera mi familia sabe a qué me dedico. Esto no tiene nada que ver con mi trabajo.

      Él no tenía más remedio que creerla, así que cambió de tema.

      —¿Cambiaste las cerraduras cuando te mudaste?

      —No.

      —Pues es lo primero que hay que hacer. Voy a llamar a Carl y le diré que traiga unas cerraduras de buena calidad. Y cerrojos. Solo se pueden usar cuando tú estás dentro de casa, pero a mí me preocupa más tu seguridad que tu propiedad. Además, tienes que contratar una alarma, aunque eso podría tardar un poco. Llama a…

      —Vaya, tranquilo. Claro que voy a cambiar las cerraduras; que yo sepa, tal vez mi tía les diera las llaves a todos los chicos de reparto y a todos los reparadores del condado. Cambiaré las cerraduras, instalaré cerrojos y después, ya veremos.

      —¿Y si te violan o te matan antes de que veamos algo?

      —¿No te estás pasando? —le gritó ella, y Ben se dio cuenta de que la estaba asustando, seguramente porque él estaba muy asustado.

      Molly respiró profundamente y se puso en pie.

      —Si yo fuera una ciudadana cualquiera, alguien con quien no te estás acostando, ¿qué le aconsejarías?

      Él pensó en armas y perros adiestrados, en rejas en las ventanas, detectores de movimiento, cámaras de vídeo en todas las puertas… Pero si le mencionaba todas aquellas ideas,

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