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ella contra su piel, y entonces, separó los labios y lo atrapó en su boca. Al principio lo hizo ligeramente, y después, todo lo profundamente que pudo.

      Notó su peso y sus latidos contra la lengua. Era perfecto, justo lo que ella había querido siempre. Lo tomó más profundamente de lo que nunca hubiera tomado a otro hombre, y oyó que él gruñía su nombre. Lamió y succionó, y sintió que él aumentaba de tamaño solo para ella. Ben metió los dedos entre su pelo.

      La tensión se apoderó de su vientre, y ella se apretó el sexo con las piernas. Se había masturbado tantas veces con aquella fantasía que sabía que casi no iba a necesitar tocarse para llegar al clímax. Su cuerpo había memorizado a Ben hacía mucho tiempo, en sueños.

      Cuando él le agarró el pelo, ella gimió con aprobación, pero él no siguió. Ben era demasiado caballeroso como para ser agresivo. ¿Cuándo iba a darse cuenta de que ella no quería ternura? Esperaba que lo entendiera.

      Molly lo soltó. Lo lamió y lo besó de manera juguetona, no profundamente como él quería, y lo atormentó hasta que él le tiró ligeramente del pelo y la acercó con suavidad. Ella lo complació hasta que él volvió a relajar la tensión, y, entonces, jugueteó un poco más. Siguieron dibujando aquel círculo hasta que, por fin, él cedió.

      Ben extendió la palma de la mano por su nuca y guió su boca hacia su miembro, y la apretó profundamente contra sí mientras imponía el ritmo que necesitaba.

      Oh, Dios. Molly notó que su clítoris iba a estallar. Cada vez que apretaba los muslos sentía descargas de placer por todo el cuerpo. Contrajo los músculos de su sexo al ritmo del deslizamiento del miembro de Ben en su boca.

      Cuando eso ya no era suficiente, metió la mano en sus braguitas y se acarició, gruñendo de éxtasis. Incluso entre la marea de su propio placer, notó que él cambiaba de postura, y saboreó algo salado y dulce en la lengua.

      —Molly… —gruñó él—. Molly, voy a tener un orgasmo. ¿Quieres…. ¿Quieres…

      Oh, sí, ella quería. Como respuesta, le frotó con la lengua la parte inferior del miembro y succionó con más fuerza, y se hundió los dedos en el cuerpo. Él le agarró el pelo con el puño para sujetarla mientras llegaba al clímax.

      Ella también llegó al éxtasis, al mismo tiempo que él, tragándose sus propios gritos de placer junto a su simiente, mientras todo explotaba en dardos de luz.

      Ben le estaba acariciando la nuca, y Molly tuvo ganas de ronronear.

      —De acuerdo —murmuró él—. De acuerdo. Creo que necesito tumbarme.

      Molly se humedeció los labios y se rio.

      —Por no mencionar que tengo que ocuparme de ti —añadió él.

      —Oh, ya me he ocupado yo —respondió ella, moviendo la mano ante él. Ben se la agarró y tiró de ella para levantarla del suelo.

      —Vaya, tramposilla. Eso es trampa. Y, además, increíblemente excitante.

      —¡Y pensar que solo lo hacía por mí!

      Él la llevó hacia la cama, donde se dejó caer boca arriba. Empezó a quitarse las botas empujando una con la puntera de la otra.

      —Creo que ya he solucionado los problemas que todavía pudiera tener con las felaciones.

      Ella, que quería ver su cuerpo, le quitó el resto de la ropa. Después se quitó los zapatos de tacón y trepó por su cuerpo. Él ya había cerrado los ojos, y ella pensó que iba a quedarse dormido. Sin embargo, se llevó una sorpresa cuando Ben la tendió sobre la cama boca arriba y se irguió sobre ella.

      —Me gusta muchísimo tu ropa interior —murmuró.

      —Gracias.

      —Pero prefiero verte desnuda. ¿Puedo?

      Aquella pregunta llegaba un poco tarde, teniendo en cuenta que ya le había desabrochado el sujetador y estaba mirándole los pechos, pero ella no iba a quejarse.

      Le bajó las braguitas, y después le quitó ambas medias y las dejó caer al suelo.

      —Mucho mejor —dijo, pasándole las manos por las marcas que le habían dejado el elástico de las medias en los muslos—. Pobrecita —murmuró. Entonces, comenzó a besarle aquellas marcas mientras Molly se deshacía en el colchón.

      Cuando él se detuvo, ella se quedó a la expectativa, conteniendo la respiración.

      —¿Todavía te queda tarta de manzana?

      —¿Qué? —preguntó Molly. Alzó la cabeza y vio que él tenía los labios a pocos centímetros de su sexo—. ¿Y qué vas a hacer con la tarta?

      —Comérmela. Me muero de hambre. No he comido.

      —Ah. Vaya, creía que íbamos a hacerlo otra vez.

      —¡Solo te pido unos minutos de descanso y un poco de tarta!

      Ella empezó a reírse, pero sus carcajadas se convirtieron en un gritito cuando él la empujó y le dio un azote en el trasero.

      —¡Dame un poco de tarta, mujer!

      —¡No queda!

      Él le acarició las nalgas.

      —¿Cómo que no queda?

      —Me la he comido.

      —¡Pero si la hiciste ayer! ¿Te has comido una tarta entera en un día?

      —Eh, tú también te comiste un trozo. Y yo vivo sola. Si no como rápido, se echa todo a perder.

      —¿Qué clase de chica se come una tarta entera en veinticuatro horas?

      —Este trasero que tanto te gusta no se mantiene solo, ¿sabes?

      Él le besó aquella parte del cuerpo en cuestión.

      —¿Tienes algo de comer ahí abajo?

      —Ummm… Ahí abajo, ¿dónde?

      —En la nevera, Molly.

      —Ah. ¿Estás seguro de que quieres bajar?

      Él se rio contra su cadera.

      —Lo otro también llegará, te lo prometo. No me lo perdería por nada del mundo —dijo. En aquel momento le gruñó el estómago, y aquel sonido le quitó a sus palabras todo el tono erótico. Ella soltó un resoplido.

      —Sí, hay comida en la nevera. Come todo lo que tú quieras.

      Él se levantó y se puso los vaqueros.

      —¿Quieres que te traiga algo?

      —Ummm… Bueno, tal vez una taza de vino.

      —¿Una taza de vino?

      —Todavía no he encontrado las copas perfectas. Además, yo soy así de original.

      —Sí, verdaderamente original… —murmuró él mientras salía. Ella se preguntó qué iba a pensar Ben cuando viera que su vino era de tetrabrick. Toda una urbanita sofisticada.

      Molly esperó hasta que lo oyó llegar al piso de abajo. Entonces enterró la cara en la almohada y gritó:

      —¡Oh, Dios mío!

      Se había muerto y había ido al cielo. Nunca en la vida, ni cuando sabía que iba a volver a vivir a su pueblo, hubiera pensado que iba a tener una aventura con Ben. Y mucho menos hubiera pensado que las cosas iban a ser como en sus fantasías. Y, sin embargo, era tal y como había soñado: dulce, fuerte y generoso en la cama, como en las demás facetas de su vida. El amante que ella siempre había imaginado.

      Molly se dio cuenta de que su pobre corazón iba a llevarse una buena paliza.

      Estaba imaginándoselo por la cocina en vaqueros, cuando el suelo crujió junto a su cama. Ben había vuelto, pero no con una taza de vino.

      —¿Qué

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