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salir el aire. Y cada vez que quiso repetir el experimento el animal ponía en ejecución el mismo gesto.

      Durante la guerra de Crimea, la gata del coronel Stuart Wortley visitó la barraca del médico para que le examinara y vendara una herida de bayoneta en una pata. El coronel la había encontrado herida tras la batalla de Malakoff y durante un tiempo la llevó a diario donde el cirujano del regimiento para que la tratara. Pero cuando él mismo enfermó la gata continuó las visitas al médico sola: iba y se sentaba tranquilamente a esperar su tratamiento. Hay muchos casos registrados de gatas que llevan sus crías a sus señoras para que les den una cura, y es sabido que se proveen asistencia obstétrica unas a otras. En el libro de madame Michelet, el señor Frederick Harrison narra un conmovedor incidente con una gata anciana que había parido recientemente. Ella sintió que moriría antes de destetar a sus gatitos, de modo que, aunque apenas podía caminar, una mañana desapareció llevándose uno y volvió sin él. Al día siguiente, casi exhausta, se llevó a sus otros dos gatitos. Luego murió. Había entregado cada cría a una gata diferente con camada nueva, y todas aceptaron al hijo adoptivo.

      Un gato se sentará a limpiarse la cara a cinco centímetros de un perro que puede estar ladrando frenético de ira, si es que está encadenado. El gato sabe que no puede escapar. Además tienen la costumbre de atormentar a los canes echándose en los alféizares con sus patas tentadoramente expuestas pendiendo justo fuera de su alcance. También se sabe lo impertinentes que pueden ser con los perros que están amordazados.

      Cualquiera que haya vivido en términos de igualdad con un gato sabe que va a demostrar su inteligencia unas cincuenta veces al día. Sin duda es la inteligencia de la variedad egoísta, y con ello muestra cuánto más fina es que en el resto del mundo animal. Está muy poco dispuesto a realizar hazañas para las cuales no ve una legítima razón, o en las que no obtendrá una satisfacción personal. Si desea un masaje bajo la barbilla, sabe que es muy probable que lo obtenga saltando al regazo de alguien. Si no quiere uno, sabe que la mejor manera de evitarlo es sortear a la persona que insiste en prodigárselo. Se ha dicho que un gato solo responderá a un llamado si es que la cena está a la vista. Bueno, yo hago lo mismo. Me niego a telefonear porque sí, pero a menudo acepto invitaciones a comer.

      A pesar de su independencia y su inadaptabilidad a los deseos humanos, el gato puede hacerse útil, lo que es una suerte dado que existen personas para las cuales un animal no vale la pena si no se puede lograr que sirva de alguna manera a ese ser superior llamado humano. En Inglaterra hay gatos que trabajan para el gobierno en oficinas, cuarteles, muelles y talleres. Hay al menos dos mil felinos en nómina, y todos reciben un chelín a la semana para su comida, puesto que los gatos hambrientos no son los mejores cazadores de ratones, al revés de la creencia popular. Benvenuto Cellini tenía razón cuando dijo que “los gatos de buena raza cazan mejor gordos que magros”. Así que limpian eficazmente estos lugares de roedores. La Imprenta Nacional de Francia emplea a un extenso staff de gatos para proteger el papel de ratas y ratones. Viena cuenta con gatos oficiales, y los Ferrocarriles de las Midlands en Inglaterra tienen ocho gatos en sus planillas de personal. En Estados Unidos se mantienen gatos en todas las oficinas de correos y en los polvorines militares. Alguien en The Spectator habla del pesar que se sintió en una gran fábrica de Londres al morir el “mejor gato de la fundición”. Los moldes de arena para hacer piezas en la fundición se mezclan con harina. Los ratones se comen la harina y estropean los moldes, por eso se llevan gatos, para matar a los ratones, pero además deben aprender a no caminar sobre los moldes y a no arañarlos. El gato que había muerto cumplía sus tareas a la perfección.

      La cantidad de ratones que un buen gato de caza puede abatir va bastante más allá de lo probable. Lane escribe de una vez en que andaba con su gato Magpie por el establo e irrumpió una turba de ratones; Magpie saltó sobre el grupo y atrapó cuatro al mismo tiempo, dos en las mandíbulas y uno con cada pata delantera. Tamaña destreza no es rara en un buen gato ratonero. Por eso todas las carnicerías y verdulerías, tiendas mayoristas y pequeños comercios, y todos los dueños de papelerías y restaurantes deben tener uno o más gatos. En algunos almacenes tienen uno en la bodega y otro en la tienda. Ya he mencionado a los gatos de frigoríficos. También destruye un gran número de insectos, moscas, cucarachas, saltamontes y mosquitos. Durante la última guerra el gobierno inglés reclutó quinientos mil gatos y a algunos los envió a la mar, a probar los submarinos, y el resto a las trincheras. Salvaron muchas vidas advirtiendo de la aproximación de una nube de gas mucho antes de que cualquier soldado pudiera olerla, e hicieron un buen trabajo librando los fosos de ratas y ratones; probablemente sirvieron también de mascotas a muchos soldados de infantería.

      El gato y la mangosta son los únicos animales que no les temen a las serpientes, y pueden enfrentarse con éxito incluso con las variedades más venenosas. J.R. Rengger, que ha escrito sobre los mamíferos del Paraguay, declara que más de una vez ha visto gatos perseguir y matar víboras, incluso serpientes cascabel, en las llanuras arenosas y desprovistas de hierba de esa tierra. “Con su extraordinaria habilidad –escribe– golpean a la culebra con la pata delantera y al mismo tiempo evitan que salte. Si la serpiente se enrosca, no la atacan directamente sino que dan vueltas a su alrededor hasta que se cansa de girar la cabeza vigilando al enemigo; entonces le asestan otro golpe y, si la serpiente comienza a huir, se apoderan de su cola como si fueran a jugar con ella. En virtud de este ataque sin pausa destruyen a su enemigo en menos de una hora; pero nunca comerán de su carne”.

      Se ha hecho ficción de este asunto, pero, cuando escribió la siguiente descripción, G.H. Powell sin duda se refería a algo que había observado: “Bien, cuando la dríada, curvada en una S mayúscula, temblorosa y siseante, avanzó por última vez al ataque a través del borde del sofá donde me encuentro, la erecta cabeza de Stoffles desapareció con una celeridad de malabarista que le habría dislocado la clavícula a cualquier otro animal de la creación. De un empeño tan excesivo como ese la serpiente se recuperó con evidente esfuerzo, rápido, sin duda, pero ni de cerca lo suficientemente rápido. Antes de que yo pudiera darme cuenta de que había errado el objetivo, Stoffles saltó como un resorte

      liberado y, enterrándole ocho o diez garras en la nuca a su enemiga, la clavó contra el rígido cojín del sofá. La cola del reptil agonizante se irguió violentamente en el aire y golpeó la arqueada espalda de mi tigresa imperturbable. Con calma, Stoffles acercó su bigotudo hocico al cuello de la dríada azul e hincó los dientes una, dos, tres veces, como el gancho y la aguja de una máquina de coser, y cuando, tras una larga deliberación, la soltó, la bestia cayó hecha un nudo fláccido en el suelo”.

      Moncrif habla de este especial talento de los gatos. Dice que en la isla de Chipre hay un promontorio conocido como Cabo Gata, infestado de serpientes blanquinegras. Antiguamente había un monasterio allí, y los gatos de los monjes se la pasaban en grande cazando víboras. Sin embargo, cuando sonaba la campana volvían al monasterio a buscar sus platos de comida.

      En el siglo xvi, un alemán, un tal Cristóbal, de Habsburgo, ideó un plan militar que consistía en atar botes con gases venenosos a la espalda de una cantidad de gatos que luego diseminarían en el campo de batalla. Este joven era oficial de artillería y presentó su estrategia al Concejo de los Veintiuno en Estrasburgo, que no aprobó su uso por verle dificultades prácticas. El dibujo original sigue guardado en la gran biblioteca de la ciudad. Hay otra historia, sin duda apócrifa, que cuenta que en cierta guerra los persas presentaron batalla a los egipcios con gatitos en los brazos: los egipcios se dieron a la fuga para no dañar al animal sagrado.

      A veces los gatos traen conejos para sus amos. Pero han cumplido tareas más extrañas también. Un médico me contó de una dama a la que no le bajaba la leche después del parto de una hija. Él le aconsejó que pusiera un animalito en el pezón para estimularlo.

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