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en sustitución se invitara a los pobres, pero tampoco terminábamos de comprender que el rey no discriminara entre buenos y malos. Y, aunque no nos atrevíamos a decirlo, pensábamos que era una arbitrariedad exigirle a un pobre que se presentara vestido de ceremonia; sobre todo, después de haberlo recogido estando de camino. Exigir esto a los ricos era comprensible, pero ¿a un pobre? Lógico que se quedara callado, ¿qué podía contestar? Seguramente, se sentiría muy cortado. Y el rey lo mandaba nada menos que al infierno, porque esto del crujir de dientes sabíamos por otras parábolas que era el infierno.

       La lectura literal:

      Tradicionalmente, se interpreta esta parábola como evidencia de que la gente desatiende lo Superior porque está preocupada por lo material. Sin embargo, cuando leemos la parábola con mayor atención, nos sorprende la saña del rey contra los que no quieren asistir a la boda y sus exigencias a los que asisten. Se nos ha dicho que el hombre goza de la posibilidad de optar entre lo de arriba y lo de abajo, pero aquí parece que, si no estás todo el tiempo pendiente de los mandatos de Dios, lo tienes mal, seas rico o pobre.

       Claves simbólicas:

      Esto nos indica que aquí se plantea algo que va más allá de nuestra posibilidad de decidir. Parece que se nos está llamando la atención para que consideremos hasta qué punto es grave desatender esta eventualidad. Vamos a investigar este mensaje con el auxilio de las siguientes claves: la boda, los siervos, los convidados, el exterminio, las calles, los comensales y el traje de ceremonia.

      La boda, en el Evangelio, simboliza siempre la unión entre el espíritu y la materia; los siervos o criados representan a la personalidad que está al servicio del yo esencial; el exterminio es la muerte de la personalidad cuando olvida su función; las calles son las diferentes situaciones de la existencia; los comensales son los que practican las ideas del Trabajo, utilizando esta existencia para actualizar el potencial, y el traje de ceremonia es el nivel de conciencia que esta práctica conlleva.

       Interpretación según la línea de Antonio Blay:

      Prácticamente, todos escuchamos la demanda del fondo en un momento u otro de nuestra existencia: aparece como una invitación a encontrar el sentido de esta existencia en algo más esencial que los objetivos que intentamos alcanzar; pero estamos tan preocupados por el buen fin de nuestros asuntos personales que, tras unos momentos de duda, acabamos por silenciar nuestra conciencia e ignorar esta demanda.

      En algún momento de nuestra juventud, nos preguntamos qué estábamos haciendo aquí e, incluso, tuvimos un amago de rebeldía ante el proyecto de vida que la sociedad nos presentaba; pero, poco a poco, la dinámica social se nos impuso y acabamos identificados con ella. A lo mejor, sospechábamos que habíamos caído en una trampa, pero no nos atrevimos a romper el guion de vida que llevamos tantos años interpretando. Cuando la conciencia nos presiona, siempre buscamos la manera de acallarla.

      Total, que el espíritu desaparece y nuestra existencia camina de forma imparable hacia la nada, porque la forma por sí sola carece de realidad. Todas las cosas importantes para el personaje, lo que creemos que nos da prestigio, fama y seguridad, acabará destruido por la muerte física, que no es otra cosa que la retirada de la vida de los vehículos que utilizamos. Y esta muerte se puede producir sin que hayamos establecido relación alguna entre nuestra naturaleza esencial y estas actividades que monopolizan nuestra existencia. La parábola puede parecer muy dura, cuando leemos que el rey castiga con la muerte a aquellos que no se dignan responder a su invitación a la boda, pero refleja exactamente lo que sucede, visto desde la perspectiva del espíritu.

      Sin embargo, la misericordia divina, al constatar hasta qué punto estamos identificados y absorbidos por estas cosas, supuestamente importantes, recurre a la estrategia de llamar a las otras partes de nuestra personalidad que hemos desatendido y están sufriendo. Porque el éxito en una dimensión de la personalidad conlleva siempre el descuido de otras partes; y la falta de desarrollo de cualquier parte se traduce en sufrimiento. La dedicación a lo que consideramos importante nos distrae de lo esencial, pero no consigue satisfacernos: no impide que nos sintamos desamparados, desorientados y solos, porque no podemos aposentarnos en algo verdaderamente sólido y real. Este desamparo es lo que, en último término, nos conduce a prestar atención al espíritu.

      Los que responden a la invitación del Ser Esencial son, a la postre, los desorientados que andan perdidos por los caminos. La parábola resalta que el Ser no discrimina a nadie por criterios morales; sin embargo, el error debe admitirse y resolverse para volver a conectar con la esencia. Si alguien piensa que, por el solo hecho de ser pobre, lo Superior lo va a auxiliar, es que no ha entendido nada.

       Indicaciones para el Trabajo espiritual:

      Hay que resaltar que no somos nosotros los que decidimos acudir a la boda, sino que el espíritu nos llama en momentos de vacío existencial o de desorientación. Nos llama cuando nos preguntamos hacia dónde vamos y con qué propósito, cuando nos encontramos en una encrucijada de caminos sin saber cuál de ellos elegir. Por eso, no nos podemos atribuir el mérito de haber sido llamados; sucede simplemente que, en ciertos momentos de la existencia, lo Superior toma cuerpo en nuestra conciencia para recordarnos que somos algo por nosotros mismos, algo independiente de este personaje social con el que nos hemos identificado y que estamos representando.

      Pero, cuando decidimos atender la llamada y aceptar su invitación, asumimos de inmediato un compromiso con nosotros mismos, que implica un cambio radical de perspectiva. No podemos atender a lo Superior con los mismos modos y con la misma atención que prestamos a lo ordinario. Lo Superior nos exige que acudamos a este encuentro aportando lo mejor de nosotros mismos; el traje de ceremonia indispensable es un estado de conciencia coherente con lo que pretendemos vivir. Y esto supone una previa preparación en nuestra conciencia.

      No es suficiente con estar de acuerdo con las ideas del Trabajo, con pensar en ellas y desear aplicarlas, tenemos que vivir conforme a las mismas. Y esto no se hace soñando despiertos, se lleva a cabo transformando la manera que tenemos de atender lo cotidiano y reorganizando nuestra jerarquía de valores, de manera que la espiritualidad quede por encima, no aparte. Lo Superior se nos aparece en las dificultades, no para ayudarnos a superarlas, sino para que aprendamos a evitarlas con una mayor conciencia de la realidad. Seguro que no estamos llevando una existencia acorde con el espíritu, porque si lo hiciéramos, estaríamos en otras condiciones, no andaríamos errando por los caminos.

      Así que, no podemos considerar la invitación como una lotería que nos ha tocado en suerte. Podemos recorrer algunas etapas del camino espiritual sin haber desenmascarado al personaje, buscando alcanzar sus objetivos, atraídos por la esperanza de conseguir cosas extraordinarias por vías presuntamente mágicas. Pero esta presunción desvirtúa por completo el Trabajo espiritual y lo aboca al fracaso. Y después de este fracaso no queda nada, solo incomprensión, soledad y miedo, porque cuando el Yo Esencial intenta contactar con una conciencia que se considera defraudada, la comunicación deviene imposible.

      La expulsión del que va impropiamente vestido simboliza la pérdida total de expectativas del que ha decidido poner la espiritualidad al servicio del personaje.

      (Mateo 8, 28-34)

       «Llegado a la otra orilla, a la región de los gadarenos, le vinieron al encuentro, saliendo de los sepulcros, dos endemoniados, tan furiosos, que nadie podía pasar por aquel camino. Y le gritaron, diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos? Había lejos de ellos una numerosa piara de puercos paciendo, y los demonios le rogaban, diciendo: Si has de echarnos, échanos a la piara de puercos, y toda la piara se lanzó por un precipicio al mar, muriendo en las aguas. Los porqueros huyeron, y yendo a la ciudad, contaron lo que había pasado con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús, y viéndole, le rogaron que se retirase de sus términos».

       Recuerdos escolares:

      El demonio siempre daba un poco de miedo, aunque no tanto como nuestros

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