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      –Sobre todo, una garantía de que, independientemente de lo que ocurra o no ocurra en tu yate, si paso en él el tiempo acordado, recuperaré mi casa –le propuso ella con la boca seca, sabiendo que aquello era lo más importante.

      –Por supuesto –le aseguró Mikhail, ofendido por sus palabras.

      Le había ofrecido un mes de lujo inimaginable en su yate, era una invitación por la que muchas mujeres habrían matado, y ella le hablaba de pasar allí el tiempo acordado como si estuviese hablando de entrar en prisión. Y, lo que era peor, estaba poniendo en duda su palabra.

      –Pero yo también espero que me des garantías...

      Kat tomó aire para intentar que se le tranquilizara el pulso. Tenía la boca muy seca, un cosquilleo en el vientre y los músculos de la pelvis completamente contraídos.

      –¿De qué tipo?

      –Tendrás que comprometerte a desempeñar el papel de anfitriona y acompañante según te indique –le explicó él en tono frío, esbozando una sonrisa–. No pensé que accederías a esto tan fácilmente...

      –¡A caballo regalado no le mires el diente! –replicó ella, ruborizándose al pensar en que iba a tener que comportarse como una mercenaria para recuperar su querida casa–. Me estás ofreciendo un mes de trabajo a cambio de mi casa. Se mire como se mire, es una oportunidad de oro.

      Era la verdad y, no obstante, Kat se sintió avergonzada al decir aquello motivada por la ambición. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso no había educado a sus hermanas para que antepusiesen sus principios y su conciencia al éxito económico? Si Mikhail no la hubiese puesto en aquella situación, jamás habría pensado ni actuado así. Si jugaba a su juego era solo porque tenía que defenderse, se aseguró a sí misma, incómoda. Le iba a dar el escarmiento que se merecía por haberla puesto en aquella situación tan complicada.

      Mikhail reprimió la frustración que generaba en él su sinceridad. Al fin y al cabo, motivaba a sus empleados con primas y nunca se había sentido mal por ello. ¿Por qué iba a ser Kat Marshall distinta a las demás mujeres que se sentían atraídas por su riqueza? No la estaba comprando; no le iba a pagar por su tiempo... ¡Si ni siquiera se había acostado con ella todavía! Prefirió pensar que lo hacía para poder tenerla para él solo en el yate, y entonces volvió a excitarse y dejó de pensar con claridad.

      Esa noche, Emmie se quedó de piedra cuando su hermana mayor le contó a qué había ido a Londres. A pesar de saber que Kat era una mujer muy bella, ni Emmie ni sus hermanas la habían visto nunca de aquella manera y siempre habían aceptado sin pensarlo lo que esta les decía: que se le había pasado la edad de querer tener a un hombre en su vida. Por ese motivo, no le parecía posible que un multimillonario ruso se hubiese interesado por ella.

      Con los ojos muy abiertos, Emmie le preguntó sorprendida:

      –¿Estás segura de que ese tipo no te ha confundido con Saffy?

      –No, no me ha mencionado a Saffy en ningún momento, salvo para preguntarme por qué no me ha ayudado con mis problemas económicos.

      Emmie hizo una mueca.

      –Porque nuestra querida hermana Saffy, esa supermodelo perfecta, gana una fortuna, pero es demasiado egoísta para pensar que su propia familia puede necesitar su ayuda más que uno de esos orfanatos africanos a los que financia.

      –Nos habría ayudado si yo se lo hubiese pedido, pero pensé que no era su responsabilidad –le respondió Kat incómoda.

      Kat no quería admitir que, dado que el grueso de su deuda se debía a la operación de Emmie, no le había parecido bien pedirle dinero a Saffy. Emmie se habría sentido muy culpable y Saffy podría haber reaccionado con enfado y resentimiento, y eso habría hecho que la relación entre las gemelas empeorase todavía más.

      Emmie siguió mirándola fijamente.

      –¿Así que ese tipo está dispuesto a hacer cualquier cosa para que vayas a su yate? –le preguntó con incredulidad–. ¿No te da miedo?

      Kat contuvo las repentinas ganas de contarle a su hermana que el deseo que Mikhail sentía por ella le había subido el ego más que nada en toda su vida. No obstante, era cierto, ningún hombre la había deseado tanto.

      –Me sorprende –admitió Kat–. Supongo que tendrá mucho que ver con el hecho de que Mikhail no está acostumbrado a que ninguna mujer le diga que no.

      –Pero ¿seguirá aceptando un «no» por respuesta? –le preguntó Emmie nerviosa–. ¿Estás segura de que no intentará nada cuando estés encerrada en el yate con él?

      A Kat se le encogió el estómago al recordar el apasionado beso de Mikhail. No obstante, sabía que él la respetaría siempre y cuando ella también guardase las distancias. El beso de la puerta la había pillado desprevenida. Lo mejor sería que se preparase por si volvía a tocarla, para no caer en la tentación. Al fin y al cabo, tampoco sería justo darle esperanzas si después no iba a acostarse con él.

      –Sí, creo que en eso puedo confiar en él. Es demasiado orgulloso para presionar a una mujer que no lo quiere.

      –Pero ¿está dispuesto a pagarte tan bien solo por disfrutar de tu compañía? –añadió su hermana sin convicción.

      –Es solo un trabajo... Un capricho de un hombre estúpido –argumentó Kat.

      –Pero si te acostases con él, el trabajo se convertiría en algo parecido a la prostitución.

      Kat palideció.

      –No voy a acostarme con él y se lo he dejado muy claro...

      Emmie sonrió.

      –A lo mejor lo ve como un reto.

      –Si es así, es su problema, no el mío –señaló Kat–. ¿Qué es un mes en mi vida, si vamos a recuperar la casa?

      –Tienes razón –admitió Emmie.

      –¿Estarás aquí para cuando Topsy venga en vacaciones? –le preguntó ella.

      –Por supuesto. ¿Adónde voy a ir? –le dijo Emmie–. Solo prométeme que no te vas a enamorar de ese tipo, Kat.

      –No soy tan tonta...

      –Eres más blanda que la mantequilla, y lo sabes –le respondió Emmie.

      Pero durante la semana siguiente, cuando Kat se enteró exactamente de cuál sería su papel como acompañante del multimillonario ruso, se sintió de todo menos blanda. En primer lugar, aguantó una estresante visita de un abogado de Londres que se presentó allí con un documento de diez páginas que este describió como un contrato de trabajo y en el que se detallaba lo que Mikhail esperaba de ella: una imagen perfecta, educación y una buena disposición a la hora de complacer a Mikhail y a sus invitados como acompañante o anfitriona, puntualidad, un consumo moderado de alcohol y ningún consumo de drogas. Si cumplía esas obligaciones como era debido, después de un mes recibiría Birkside a cambio.

      Lo de la imagen perfecta hizo que Kat se sintiese humillada, pero después se dio cuenta de que no recordaba la última vez que se había hecho la manicura. Así que cuando la secretaria de Mikhail la llamó para decirle que tenía cita en un salón de belleza de Londres el mismo día que debía presentarse ante Mikhail para ocupar su puesto, no protestó. Aquello formaba parte del trato que había aceptado y era razonable que tuviese que dar su mejor imagen. Dado que su ropa no estaba a la altura de un yate tan lujoso, Kat se imaginó que Mikhail se ocuparía de aquello también. Su sexto sentido le advirtió que Mikhail Kusnirovich dejaba muy pocas cosas al azar y se preguntó qué ocurriría cuando se diese cuenta de que era una mujer normal y corriente, no una supermodelo. Al fin y al cabo, parecía haberse hecho una imagen de ella muy alejada de la realidad y se había imaginado que era mucho más fascinante y deseable de lo que era en realidad. ¿La mandaría a casa antes de tiempo cuando ocurriese eso? No era posible que quisiese tenerla en su yate todo un mes, seguro que no tardaba en cansarse de ella.

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