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y Kat se ruborizó mientras intentaba no clavar la vista en semejante perfección masculina.

      –Tengo la sensación de llevar toda la vida esperándote –murmuró Mikhail, acercándose para tomarla en brazos y dejarla encima de la enorme cama.

      –No puedo creer que esté aquí –le confesó ella con voz temblorosa.

      –Pues créelo, moyo zolotse.

      Y le dio un apasionado beso. Kat se embriagó con su sabor y notó que se le ponía la piel de gallina y temblaba incontrolablemente contra él. Se aferró a sus fuertes hombros y sintió calor y humedad entre los muslos, le dolieron los pechos y se le endurecieron los pezones contra el musculoso pecho de él. Sintió su erección a través de la gruesa toalla y se estremeció al imaginársela saciando el tormentoso anhelo que tenía en la pelvis.

      Él retrocedió para estudiar con sus bonitos ojos el rostro sonrojado de Kat al tiempo que recorría sus curvas con las manos, le acariciaba los pechos y después le bajaba los tirantes del camisón para dejarla desnuda. Capturó sus pezones endurecidos con los dedos y los apretó suavemente, provocándole un placer increíble.

      –Mikhail... –balbució Kat sin aliento, temblando, casi con miedo a la reacción de su cuerpo.

      –Tus pechos son tan sensibles que quiero torturarte de placer –le dijo él.

      Tomó una de sus puntas rosadas con la boca y Kat dio un grito ahogado y arqueó la espalda. Mikhail jugó con los dientes mientras le quitaba completamente el camisón. Bajo la luz de la lámpara, la piel de Kat brilló como si fuese de alabastro pulido. La agarró con sus grandes manos por las caderas, le separó los muslos y trazó una línea hasta el centro de su feminidad, desesperadamente húmedo e hinchado.

      La devoró con la mirada mientras tiraba de ella para llevarla hacia los pies de la cama. Ella lo dejó hacer, sorprendida, y se puso tensa cuando notó que le separaba las rodillas y se las dejaba completamente abiertas para exponer la parte de su cuerpo que siempre escondía.

      –¿Qué estás haciendo? –le preguntó.

      –Confía en mí... Relájate –le pidió Mikhail–. Quiero que esta noche sea la mejor que has pasado con un hombre...

      –Es la única –le recordó ella con voz temblorosa, controlando el impulso de juntar las piernas.

      –No va a ser nuestra única noche –le aseguró Mikhail confiado–, pero haré que sea muy buena, moyo zolotse...

      –Promesas, promesas... –respondió Kat con voz temblorosa.

      Él la agarró por debajo de las caderas para levantarla y le acarició el clítoris con la lengua. Aquel placer instantáneo fue casi insoportable por su intensidad y Kat se agarró a las sábanas que tenía debajo mientras Mikhail seguía jugando. Intentó contener los gemidos que salían de su garganta, pero aquel resultó ser un reto imposible ante la pericia de Mikhail. Kat arqueó la espalda, levantó las caderas y gritó cuando él le metió los dedos y la acarició donde necesitaba que la acariciasen. Perdió el control tan pronto que no supo lo que le estaba pasando. Estaba temblando, tan pronto se ponía rígida como lacia, y entonces una enorme oleada de placer inundó todo su cuerpo con una fuerza brutal y Kat gritó, se deshizo por dentro y tembló con la intensidad del clímax.

      Cegada por semejante placer, miró a Mikhail, que la estaba observando.

      –Me ha encantado verte... –murmuró él.

      A ella le ardió el rostro y se puso tensa al verlo incorporarse y colocarse entre sus piernas para penetrarla. Su erección le pareció grande y muy dura, y sus músculos internos tardaron unos segundos en acomodarse a su tamaño. Mikhail gimió de placer y a Kat le encantó. Estaba muy tenso y eso quería decir que estaba intentando controlarse y tener cuidado, pero no pudo evitar hacerle daño un momento al intentar entrar un poco más y romper la barrera de su inocencia.

      –Lo siento –le dijo él con los ojos brillantes–. He intentado no hacerte daño.

      –No pasa nada... Ya no me duele –le respondió Kat, levantando las caderas hacia él de manera instintiva y gimiendo con sus movimientos.

      –Me gusta tanto que creo que no voy a poder parar –le advirtió Mikhail, saliendo de su cuerpo para volver a entrar otra vez.

      Impuso su ritmo y Kat no tardó en aprenderlo y empezar a moverse debajo de él. El segundo orgasmo le llegó a la vez que a él, y Mikhail se apretó contra ella con fuerza y no pudo contener un grito de satisfacción.

      Kat tenía el corazón tan acelerado que, a pesar de estar tumbada, se sentía aturdida y sin aliento. Se sentía como si no fuese la misma de siempre, cuerda y sensata. Lo abrazó.

      –¿Siempre es así de emocionante? –le susurró con timidez.

      Mikhail la abrazó.

      –Casi nunca. Ha sido el mejor sexo de toda mi vida, milaya moya.

      Y, por un instante, Kat se sintió complacida por el cumplido y por la sensación de intimidad que tenía entre sus brazos, pero la paz y la relajación se le terminaron en cuanto pensó en la etiqueta que Mikhail le había puesto: el mejor sexo de su vida. De repente, se sintió barata, como si hubiese sido una experiencia nueva más para un hombre que ya había tenido muchas experiencias sexuales en su vida.

      –Ha llegado el momento de darse una ducha –murmuró él, haciéndola salir de la cama y conduciéndola hacia el cuarto de baño.

      A Kat le temblaban las piernas, así que se agarró a su brazo al notar un ligero dolor entre los muslos.

      –Estás dolorida... –le dijo él, estudiando su rostro y echándose a reír al ver que se ruborizaba–. Bueno, ¿qué esperabas?

      –Debería volver a mi habitación –balbució Kat, retrocediendo.

      –No, quiero que te quedes –le aseguró Mikhail, apretándola contra su poderoso cuerpo mientras abría la ducha.

      –Pensé que te gustaba tu intimidad –le recordó ella, desconcertada por tener que compartir tanto con él tan de repente, incómoda con su desnudez bajo las luces del baño.

      –Pero todavía me gusta más pensar que vas a estar en mi cama cuando me despierte por la mañana –le dijo él, apoyándola en los azulejos de la pared y agarrándola por las caderas mientras la besaba apasionadamente.

      Prisionera de su poderoso cuerpo, Kat no tardó en darse cuenta de que volvía a desearlo con unas ansias que la sorprendieron.

      –Ahora se me ha mojado el pelo –protestó.

      –Sobrevivirás –le dijo él, metiéndole la lengua en la boca y moviéndola al mismo ritmo con que le había hecho el amor.

      Kat volvió a notar su erección en el vientre y se maravilló con la rapidez de su recuperación.

      Y ella, que jamás se habría acostado con el pelo mojado, se olvidó de su pelo y de cómo estaría a la mañana siguiente. Mikhail la sacó de la ducha y la sentó en la encimera de granito. Tardó un instante en sacar un preservativo de un cajón, abrirlo y ponérselo. Luego volvió a colocarse entre sus piernas y la penetró con un profundo suspiro de alivio.

      –Pensé que ibas a esperar a mañana –le recordó Kat, apretando los dientes al notar el primer espasmo de placer.

      –Nunca merece la pena esperar –dijo él, intentando mantener el control mientras se movía contra ella, ya que tenía miedo de hacerle daño.

      Le acarició el clítoris al mismo tiempo y Kat gimió y lo abrazó, le clavó las uñas en los hombros mientras Mikhail aumentaba el ritmo.

      Volvió a hacerla suya por la mañana. Pasó la boca cuidadosamente por su cuello para despertarla antes de entrar una vez más en su receptivo cuerpo y volver a hacerla gritar de placer.

      –Dúchate conmigo –le pidió después.

      Kat supo

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