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contestó Mikhail con seriedad.

      Ella se negó a dejarse intimidar, se echó la melena hacia atrás y suspiró.

      –¿Y? Le he sonreído, sí. Solo quería ser simpática. No me he reído como una tonta... Nunca hago eso –le dijo, también seria–. ¿Y no te ha gustado? ¿Por qué? ¿Porque no suelo sonreír ni reír contigo? Pregúntate si alguna vez has hecho o dicho algo que haya podido animarme a estar relajada en tu presencia.

      Furioso al ver que Kat le echaba a él la culpa, cuando había sido su inaceptable comportamiento lo que había provocado que él tuviese que hacerle una advertencia a Lorne, Mikhail apretó su perfecta dentadura y estuvo a punto de rugir. Alargó las manos hacia ella con decisión.

      Kat retrocedió tan bruscamente que, de no haber tenido un escritorio detrás, se habría caído al suelo.

      –Eres un bruto –murmuró. No pudo evitarlo–. Y no quiero que me toques así.

      Mikhail se quedó donde estaba, a tan solo unos centímetros de ella, y bajó las manos, desconcertado por sus palabras.

      –Jamás te haría daño.

      Kat lo creyó, a pesar de saber que tampoco iba a convertirse de repente en una persona inofensiva. Era un macho primitivo.

      –Lo sé, pero, por desgracia para ambos, ese acuerdo al que llegamos no fue lo suficientemente exhaustivo...

      –¿Kat...? –empezó Mikhail, exasperado por el cambio de tema.

      –No, por favor, por una vez déjame hablar a mí –lo interrumpió ella–. Quieres de mí algo que no estoy preparada para darte y ahora me estás juzgando de manera injusta. Jamás coquetearía con uno de tus invitados. No soy ese tipo de mujer, ni siquiera sé si después de tanto tiempo sabría cómo coquetear...

      –Claro que sí –la contradijo él sin dudarlo–. Lorne no te quitaba los ojos de encima.

      –Pero yo solo intentaba que se sintiese bien tratado. Nada más –le explicó Kat–. Jamás haría nada para avergonzarte, pero tienes que ser consciente de cuáles son los límites de nuestro acuerdo.

      –¿Qué quieres decir? –le preguntó él, maravillado al darse cuenta de que Kat había sido capaz de calmar su enfado.

      No obstante, no le gustaba que tuviese aquel efecto en su estado de ánimo. No le gustaba en absoluto. Lorne era uno de sus socios y también su amigo, pero si hubiese dado un paso más con Kat, él habría sido capaz de pegarle. Se había vuelto loco al ver la mano de Lorne en Kat y eso también lo perturbaba. Sinceramente, ¿qué habría podido pasar entre Lorne y Kat en una habitación llena de gente? Nada, le respondió su lógica. Nunca había sido un hombre posesivo, pero Kat hacía que reaccionase de manera inquietante. No quería que ningún otro hombre se le acercase. Pero ¿por qué decía ella que era un bruto? Era un hombre elegante y educado, que nunca había tratado a una mujer de manera brusca. Si hubiese sido un bárbaro, como ella insinuaba, ya la habría seducido y se la habría llevado a su cama. Todo lo contrario, por primera vez en su vida se estaba controlando con una mujer y le estaba dando la oportunidad de que lo conociese... para nada.

      Se acercó un poco más a ella, que abrió mucho los ojos verdes. Él le pasó un dedo por el rostro.

      –¿En qué aspectos debo ser consciente de nuestro acuerdo? –le preguntó.

      Kat parpadeó. Por un instante, se le había quedado la mente completamente en blanco, estaba desorientada.

      –¿Qué?

      –Has dicho que tenía que ser consciente de los límites de nuestro acuerdo –le recordó Mikhail, mirándola a los ojos.

      El cerebro de Kat volvió a funcionar de repente.

      –Ah, sí, nuestro acuerdo. Pienso que debes recordar que no te pertenezco. No te pertenezco de esa manera...

      –Tampoco eres de otro –señaló él con frialdad–. Estás disponible...

      –¡No! No estoy disponible –replicó ella enseguida–. No me interesa tener una relación con nadie...

      –Salvo conmigo –le dijo él con terquedad.

      Y Kat pensó aturdida que tenía las pestañas demasiado bonitas. Se le secó la boca y le costó pensar.

      –Me deseas –le dijo Mikhail con voz ronca y profunda, haciéndola temblar.

      Y sin previo aviso, tomó su rostro y la besó. Fue un beso embriagador, como un chute de adrenalina en vena. Kat pasó de pensar que aquello no podía estar ocurriendo a creer que aquello era lo que quería y lo que más necesitaba del mundo.

      Mikhail hizo un sonido con la garganta, la tomó en brazos y se dejó caer en el sillón que había detrás del escritorio. Por un segundo, estudió su bonito rostro sonrojado, la expresión aturdida de sus ojos, y se dio cuenta de que la deseaba mucho más de lo que había deseado nunca a una mujer. La quería tener debajo, encima, en cualquier posición posible. Quería que Kat aceptase que era suya. Quería ver aquella expresión de felicidad en su rostro una y otra vez. Contuvo aquel feroz deseo de hacerla suya y le metió la lengua entre los labios. Disfrutó de su respuesta y de un pequeño gemido que Kat no pudo contener.

      –Ti takaya krasivaya... eres tan guapa... –dijo, traduciendo sus primeras palabras–, pero ti svodishme nya suma... –«me vuelves loco». Esto último no se lo tradujo.

      Se inclinó hacia ella y Kat hundió los dedos en su grueso pelo negro mientras se preguntaba qué estaba haciendo y, al mismo tiempo, se sentía extrañamente segura y en paz entre sus brazos.

      –¿Qué estoy haciendo? –le preguntó de repente, con el ceño fruncido.

      –¿Por una vez? Estás haciendo lo que quieres –le respondió él antes de volver a besarla.

      Después le separó las rodillas con una mano y Kat se puso tensa.

      –No voy a hacer nada que no quieras que haga. No te haré mía –le dijo Mikhail, decidido a mantenerla allí donde estaba, en su regazo, donde pudiese hacerle alguna de las cosas con las que hasta entonces solo había podido soñar.

      Kat empezó a relajarse y Mikhail le mordisqueó suavemente el labio inferior antes de volver a meterle la lengua en la boca. A Kat se le subió su sabor a la cabeza y notó que se excitaba más, que sus pezones se endurecían y que tenía calor entre las piernas. Él le levantó el dobladillo de la falda y la tranquilizó con suaves sonidos que ella jamás habría creído que fuese capaz de emitir. Le acarició la parte interior de los muslos, acercándose cada vez más al centro de su insoportable calor. Nunca había deseado tanto que la acariciasen.

      Mikhail pasó un dedo por la tela de sus braguitas y Kat notó todavía más calor, levantó las caderas y separó los muslos sin pensarlo.

      –Haz... lo que tengas que hacer –murmuró temblorosa, porque no sabía qué era lo que Mikhail tenía pensado hacer, pero en esos momentos le daba igual.

      Si podía satisfacer el desesperado anhelo que tenía dentro, sería suficiente.

      Mikhail estuvo a punto de echarse a reír al oírla, pero en vez de eso la miró con ternura. No sabía qué tenía Kat, pero despertaba en él cosas que nadie había despertado, y en esos momentos lo necesitaba. La besó al tiempo que le bajaba la ropa interior y miraba al suelo con el ceño fruncido, ya que eran unas braguitas blancas de algodón y eso no estaba entre las prendas que él le había elegido.

      Por un instante, Kat se sintió avergonzada al darse cuenta de lo húmeda que estaba, pero entonces notó una suave caricia entre las piernas y empezó a temblar, se quedó en blanco. Mikhail le acarició el clítoris y ella sintió como si una corriente eléctrica la hubiese atravesado, arqueó la espalda y todos sus músculos se tensaron. Él siguió acariciándola y Kat notó que ardía por dentro. La sensación era casi insoportable. Mientras tanto, él siguió moviendo la lengua dentro de su boca y Kat dio un grito ahogado al notar que le metía

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