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jamás había visto que los ojos de Steff adquirieran esa profundidad de tono.

      –Jye… –calló para respirar hondo.

      Él hizo lo mismo, irritado al descubrir que el estrés de enfrentarse a los siguientes minutos le perturbaba la respiración; por lo general se crecía con la presión. Miró por encima del hombro y descubrió que Frank Mulligan y su voluptuosa tercera esposa se acercaban a ellos.

      –Stef –se apresuró a explicar, asiéndole la hermosa y desconcertada cara–. Necesito que sigas todo lo que diga. El futuro de la compañía depende de ello –al percibir una negativa en el modo en que iba a enarcar las cejas, agarró la esbelta mano izquierda de ella en la suya más grande y se volvió con una radiante sonrisa–. Sir Frank, Lady Mulligan –acercó aún más a Steff a su lado–. Me gustaría presentaros a mi esposa…

      Capítulo 3

      TU ESPOSA! ¡Tu esposa! –Stephanie estalló en un furioso susurro en cuanto los Mulligan se alejaron unos momentos fuera de alcance–. ¡Preferiría que me presentaran como una ninfómana asesina! ¡Al menos de ese modo me quedaría algo de dignidad y credibilidad!

      –Corta el teatro, Steff –Jye miró hacia los Mulligan, que en ese momento hablaban con un político importante que aguardaba la salida de su vuelo–. Volverán en unos minutos y hemos de concretar nuestra historia.

      –¡Nuestra historia! ¡Este es tu cuento de horror! No se me ocurre ni un motivo por el que no deba contar la verdad…

      –Porque –cortó con voz baja y seria– Duncan necesita que este trato se cierre y cuenta conmigo para ello.

      –Bueno, sé por recientes experiencias personales que la gente no siempre obtiene lo que quiere; en especial si cuenta contigo.

      –Esto no se parece en nada a lo que tú querías que hiciera.

      –¡Tienes razón! Lo único que yo te pedí fue que invitaras a una pobre mujer sola y, de paso, que hicieras feliz a tres personas. Tú quieres que me exponga al ridículo público y finja estar casada contigo.

      –¡Eh! Muchas mujeres me consideran un buen partido.

      –Un montón de mujeres también considera que la prostitución es un valioso servicio público, pero yo no soy lo bastante cívica como para dedicarme a ello.

      –Menos mal –musitó–, porque si ese beso fue tu mejor esfuerzo para fingir pasión, te morirías de hambre.

      Lo único que impidió que Steff le respondiera con un vehemente puntapié en la espinilla fue ver a sir Frank Mulligan estrechar la mano del senador; en cuestión de momentos se esperaría de ella que reanudara su papel de devota esposa. Gracias a la fortuita llegada del político, hasta ese momento sólo había tenido que soportar la atenta evaluación de lady Mulligan, mientras que el marido mucho mayor de la mujer había felicitado a Jye por tener buena cabeza para los negocios y mejor vista para la belleza. Fue entonces cuando Mulligan vio al político y se excusó unos momentos junto con su renuente esposa para ir a hablar con él.

      El regreso de los Mulligan era inminente y Stephanie aún no tenía ni idea por qué Jye había inventado semejante historia, salvo que al parecer la compra del Illusion Hotel dependía de ello. A pesar de lo descabellado que parecía, le quedaban dos opciones: aceptarlo como verdad o arriesgarse a estropear el trato para Porter Resorts.

      –De acuerdo –dijo con resignación–. ¿Cuál es la historia? –el alivio que vio en su cara habría sido risible si hubiera tenido el estado de ánimo para encontrar algo en Jye Fox que le resultara divertido.

      –Llevamos casados seis meses –se apresuró a explicar–. Aparte de eso, somos los mismos; tú acabas de volver de un viaje de cinco semanas por el oeste de Australia, pero no pudiste volar hasta aquí debido a unos negocios que debías cerrar. Cuantas menos mentiras contemos, más seguros estaremos.

      –¿Y el motivo para esta farsa?

      –Eh… es una larga historia. No hay tiempo ahora. Te la contaré luego.

      Su modo evasivo mientras recogía su equipaje disparó el indicador de suspicacia de Steff. Le aferró el brazo y apretó hasta que él alzó sus ojos oscuros. Tal como sospechaba, su cara reflejaba la expresión ligeramente estúpida que siempre ponían los hombres cuando trataban de ocultar la culpa con inocencia.

      –Dímelo ahora, cariño –esbozó una sonrisa dulce–. O este cariñoso reencuentro se va al garete.

      –Steff, no es na…

      –Dímelo.

      –Bueno, si debes saberlo –siseó–. Tory Mulligan me ve como una vieja llama que vale la pena volver a avivar.

      –¡Debí imaginarlo! Eso explica las miradas venenosas que me ha estado dirigiendo. ¿Lo sabe sir Frank?

      –No lo creo, pero… –de nuevo miró incómodo en dirección a la otra pareja–. Mulligan es enfermizamente celoso; a menos que podamos convencerlos a ambos de que no tengo el menor interés en la coqueta Tory, es factible que nos eche de la isla y no quiera vendernos el hotel –sus labios formaron una línea sombría–. Tendremos que esmerarnos en nuestra representación.

      –Vas a deberme un favor muy grande por esto, Jye Fox.

      –¿Lo harás?

      –No temas, cariño, seré la mejor esposa que jamás hayas tenido –rió entre dientes ante su expresión.

      –No cometas el error de subestimarlos –advirtió–. Puede que Mulligan sea excéntrico, pero es un viejo astuto, y Tory no es tan tonta como parece.

      –Puede –aceptó Stephanie, pasando la mano por su brazo y sonriéndole en beneficio de la voluptuosa morena y del canoso hombre que rápidamente se acercaban a ellos–. ¡Pero sólo necesitaría un coeficiente intelectual inferior a veinte para ser la llama más brillante que hayas tenido!

      El trayecto a la isla se realizó en el helicóptero privado de los Mulligan, con el propio sir Fran a los mandos. Una mala elección de asiento situó a Jye justo detrás del piloto, quedando a merced de Tory y Stephanie. Si las miradas pudieran matar, Jye supuso que moriría de heridas múltiples antes de que aterrizaran.

      Cuando Mulligan insistió en que todos se pusieran auriculares con micrófonos para poder hablar por encima del ruido de los rotores, comenzó a preocuparse de que Tory pudiera formular preguntas incómodas sobre su matrimonio y que Steff contradijera lo que él ya había dicho.

      Por suerte, en cuanto Mulligan se puso los auriculares se lanzó a un monólogo inagotable sobre el estado de la isla cuando la compró veintitrés años atrás, y cómo había sido su visión y su genio financiero los que la habían convertido en la empresa multimillonaria que era en la actualidad.

      Hasta el momento nadie había sido capaz de intervenir, y Jye se sintió agradecido por haber oído ya la historia, tres veces en tres días; si el viejo titubeaba, podría empujarlo con algo como: «Sir Frank, cuéntele a Steff cómo usted…» antes de que Tory pudiera abrir la boca y ponerlos en un aprieto.

      Les regaló con una vista de los rasgos naturales de la isla, y de los artificiales que contribuían al Illusion Resort Complex. Stephanie se mostró complacida, pero no hasta el punto de que sir Frank se sintiera confiado a elevar su ya exagerado precio por la venta de la isla. Era un alivio saber que sin importar lo irritada que estuviera con Jye, Stephanie jamás permitía que sus sentimientos fueran en detrimento de unas negociaciones. Quizá fuera una romántica empedernida, cuya forma de pensar resultaba incomprensible, pero era la persona más leal que Jye conocía. Bajo ningún concepto le fallaría a él o a la Porter Resort Corporation.

      –Me temo, Stephanie, ya que Jye no nos avisó de que vendrías hasta hace unas horas, que hasta mañana no tendremos disponible una de nuestras suites más grandes –le indicó sir Frank mientras la ayudaba a subir a un cochecito motorizado de golf para realizar el trayecto desde

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