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      La estudió, preguntándose cómo una mujer tan atractiva, inteligente y culta como Stephanie podía ser tan estúpida cuando se trataba de su vida personal. A pesar de que su pelo revuelto, su graciosa boca y su falda demasiado corta en las reuniones con clientes varones hacían sospechar que sólo era una decoración, Stephanie era un miembro valioso de Porter Resort Corporation. Aunque su objetivo en la vida era el matrimonio, una casita con valla blanca en un suburbio, un montón de hijos y un perro labrador, durante las horas de negocios se centraba absolutamente en su trabajo.

      –¿Y bien? –preguntó, con los brazos cruzados como una institutriz que recibe a su díscolo pupilo.

      –¿Y bien, qué?

      –Estoy esperando que te disculpes por sacar conclusiones precipitadas.

      Jye no pudo dejar de esbozar una leve sonrisa ante su tono de voz. Intentó ocultar la facilidad con que podía aprovecharse de él. Fue un sentimiento sincero de culpabilidad lo que lo impulsó a romper su duelo de silencio.

      –Más que sacar conclusiones, me empujaron a ellas –dijo, y alzó una mano cuando ella amagó con debatir esa cuestión–. Sin embargo, lamento haber dicho lo que dije.

      –Entonces, ¿me ayudarás? –su rostro expresó felicidad.

      –¿Ayudarte cómo? –frunció el ceño.

      –Seduciendo a Karrie.

      –¿Qué?

      –Oh, Jye, por favor –suplicó–. Si consigues que Karrie salga contigo, entonces Brad no se sentirá culpable por salir conmigo –incapaz de hablar por la audacia de su petición, Jye sólo pudo menear la cabeza, pero Stephanie dominó incluso su pequeño logro al enmarcarle la cara en sus manos–. ¿No lo ves, Jye? –habló con voz ligera y amable, sin duda en deferencia a su estado de estupefacción–. Es la solución perfecta. De hecho, es la única. Y será fácil. ¡Karrie no se te resistirá! Después de todo, eres inteligente, rico, atractivo, sexy… –casi ronroneó la palabra–. Y, mejor aún, el siguiente en la línea para ser presidente de Porter Resort Corporation. Reconócelo –añadió con sonrisa confiada–, por ser una mujer dedicada a su carrera, aunque Karrie te considere el idiota más grande de la historia, no salir contigo sería la peor decisión profesional que podría tomar.

      Sintió una cierta dosis de satisfacción al asirle las muñecas y apartar sus brazos. Se inclinó y pegó la nariz a la suya.

      –No.

      –No, ¿qué? –ella parpadeó.

      –No, no pienso caer ante una sonrisa dulce, una voz suave o alguno de los ardides femeninos con los que acabas de intentar machacarme. Y, no, no voy a pedirle a Karrie Carey que salga conmigo.

      El intento de Stephanie de soltarse hizo que pegara su torso al de Jye; su furia era tan evidente como el subir y bajar de sus pechos contra su camisa y su rostro acalorado.

      –Ella… se hace llamar… Karrie Dent.

      –Puede hacerse llamar como mejor le plazca; no altera el hecho de que está casada con Brad Carey.

      Ella trató de soltarse con más vehemencia, algo que él le negó durante unos segundos, tentado a meterle cierto sentido común en la cabeza. Pero cuando ese impulso benigno de pronto se vio dominado por uno más perturbador de hacerle perder el sentido con un beso, Jye la dejó libre; de inmediato lo lamentó al darse cuenta de que Steff empleaba todo su cuerpo para soltarse. Sus esfuerzo fueron en vano, y un segundo después ella terminó con el trasero en la alfombra. En el acto se puso en cuclillas a su lado.

      –Demonios, Steff, ¿te encuentras bien? Cariño, lo siento –extendió una mano para ayudarla a incorporarse–. No esperaba…

      –¿Cuánto lo sientes? –los ojos le brillaron con un placer y una expectación casi infantiles.

      –No tanto…

      –Lo cual demuestra que hablar es fácil –le apartó la mano–. Si de verdad lo lamentaras aceptarías invitar a Karrie. Es lo menos que puedes hacer por tirarme al suelo y lastimarme el trasero.

      –No te tiré al suelo –Jye apretó los dientes–. Y si pensara que serviría para algo y le daría algo de cordura a tu tonta cabeza romántica, te azotaría el trasero.

      –Y si yo pensara que serviría para algo –repitió con ardor, poniéndose de pie con una celeridad que le proporcionó a él una tentadora visión de su pierna–, apelaría a tu gentil corazón y te pediría que lo reconsideraras. ¡Pero es evidente que no tienes corazón, Jye Fox!

      –¿Sí? Bueno, otra cosa que no tengo es tiempo para quedarme contigo y correr otra vez el riesgo de que me manipules –más enfadado que lo que justificaba la situación, recogió unas carpetas del escritorio–. Nos vemos; tengo una reunión a la que asistir.

      –¡Jye, aguarda! –le agarró el brazo. Su cara era una mezcla de súplica y cálculo–. ¿Y si te prometiera cocinarte durante una semana por sólo invitar a Karrie a comer?

      –Paso. Los dos sabemos que eres una paciente potencial de urgencias cada vez que entras en una cocina; lo mismo le sucede a cualquiera que coma tus platos.

      –¿Y si te contara que hace dos semanas empecé a tomar clases de cocina?

      El anuncio lo sorprendió, ya que siempre había dicho que en cuanto encontrara al Señor Perfecto dejaría de ser autodidacta en la cocina y asistiría a clases de cocina. Pero, a pesar de las ideas equivocadas que giraban en su cabeza, Carey, casado o no, no era su Señor Perfecto.

      –Diría –respondió con los puños apretados para contener su creciente frustración–, que si supones que con eso me vas a convencer… te equivocas. Ahora mismo la única lección que necesitas, Stephanie, es no jugar con hombres casados. Un plato caliente no es lo único que puede quemarte los dedos.

      –Jye, por favor.

      –Lo siento, Steff, no. Si quieres fastidiar tu vida, adelante; depende de ti. Pero no esperes que te ayude.

      La dejó sola en su despacho, sabiendo que no tenía más que dos opciones para tratar el asunto. O bien podía pasar por el departamento de diseño de camino a la reunión y darle un puñetazo a Brad Carey por tontear con Steff, o bien podía comportarse de una manera racional y mantenerse al margen hasta que ella recuperara el sentido común… ¡y luego darle un puñetazo a Carey por tontear con Steff!

      Capítulo 2

      A PESAR de que los sandwiches de queso se habían quemado sólo de un lado, ese éxito en la cocina no bastó para subir el ánimo de Stephanie. Suspiró, recogió la bandeja con los sandwiches distribuidos de forma artística, dos servilletas y los llevó al salón para reunirse con su amiga Ellee, que se negó a dejarla cancelar su habitual noche de Melrose Place.

      Buenas amigas desde sus días en la exclusiva escuela secundaria de monjas, ambas habían estudiado Dirección de Hoteles en la universidad, para ponerse a trabajar en Porter Resort Corporation a las pocas semanas de graduarse. Ellee ya era ayudante de dirección del hotel de Sydney, mientras Stephanie trabajaba en administración, dirigiendo el departamento de promoción de la empresa. El hecho de que fuera la ahijada de Duncan Porter significaba que la gente tendía a pasar por alto su cualificación, pero hacía tiempo que había superado las acusaciones de nepotismo. Era buena en su trabajo, y si otras personas no percibían su dedicación o su agradecimiento por el puesto prestigioso que ostentaba, era su error. El hecho de considerar su actual carrera como algo temporal, aspirando a los papeles más duraderos de esposa y madre, no quería decir que no le gustara su trabajo; únicamente anhelaba un futuro distinto.

      No hacía falta un psicólogo para descubrir que el ansia por formar parte de una unidad familiar compacta nacía de haber perdido a sus padres a la edad de seis años, y así como quería a Duncan Porter, y siempre le estaría agradecida por ocuparse de ella y tratarla como si fuera su propia hija, en realidad no era familia.

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