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Su seductor amigo. Alison Kelly
Читать онлайн.Название Su seductor amigo
Год выпуска 0
isbn 9788413481296
Автор произведения Alison Kelly
Жанр Языкознание
Серия Bianca
Издательство Bookwire
La llamada de Brad no se había producido cuando Ellee se marchó poco después de las diez. Tampoco a medianoche, cuando una abatida Stephanie se fue a la cama, ni a las tres y cuarto de la mañana, cuando yacía despierta, con el teléfono portátil en las manos. Y tampoco al ocupar su despacho a las ocho de la mañana siguiente.
–¡Stephanie! –se sobresaltó ante la inesperada aparición de su padrino–. Esperaba que llegaras pronto –explicó con evidente satisfacción.
–¿Sí? ¿Por qué? –preguntó, obligándose a centrarse en una actitud laboral. A pesar de la relación íntima que Jye y ella mantenían con el hombre mayor y alto, la rígida disciplina de Duncan al no permitir que ésta se reflejara en la oficina los había condicionado a ambos a comportarse de la misma manera.
–Porque necesito que hagas la maleta y vayas al aeropuerto para tomar un vuelo de las once.
–Duncan –gimió–. No me hagas esto. Acabo de regresar de un viaje de cinco semanas. ¿No puedes enviar a nadie más?
–Ya lo he hecho. Jye se marchó hace dos días –y ella que había estado pensando en el éxito que tenía en esquivarlo–. Al parecer tiene un problema…
–Más de uno, si quieres conocer mi opinión.
–¿Ha hablado sobre los planes de compra de Illusions contigo? –su padrino frunció el ceño–. ¡Bien! Me ahorrará tener que contártelo.
–No, no –Stephanie sacudió la cabeza–. No he hablado de nada con él desde mi vuelta –«al menos nada de negocios», pensó–. Ni siquiera sabía que se había marchado.
–Ha ido a negociar la compra del complejo Illusion Island de sir Frank Mulligan. Creo que será una adición valiosa a nuestro grupo, pero ha encontrado un obstáculo inesperado.
–¿Qué clase de obstáculo? –esperaba que hubiera chocado de cabeza contra él.
–La conexión telefónica no era muy buena –descartó el tema con un gesto de la mano–, así que habría sido imposible hablar de ello. Además, no necesito el estrés añadido de las negociaciones. Jye es jefe de Expansión y Desarrollo, cualquiera que sea el problema lo sabrá solucionar. Confío por completo en su juicio.
–Entonces, ¿para qué quieres que vaya?
–Porque Jye dice que es crucial para que cerremos el trato.
–No sé cómo puede serlo. Mi puesto no tiene nada que ver con la adquisición de propiedades. ¿De qué querría hablar sir Frank con la ejecutiva de promoción de Porter?
–Todo el mundo sabe que Mulligan es un poco excéntrico, así que, ¿quién sabe qué querrá para que aseguremos la venta? Tal vez desea que le garanticemos que estamos comprometidos a mantener el Illusions Hotel como uno de los mejores del país.
–Duncan –Stephanie le dirigió una mirada escéptica–, sólo tiene que analizar nuestro historial para saberlo. Además, ha gastado una fortuna en competir con nosotros en los últimos años –de nuevo volvió a ganarse su gesto habitual con la mano.
–Mira, sólo estoy especulando con el motivo por el que Jye puede decir que te necesita allí, pero en lo que a mí atañe, si él cree que es vital que participes en las negociaciones, a mí me basta.
Así como Stephanie consideraba admirable la fe absoluta que Duncan depositaba en todo su personal ejecutivo, en esa ocasión estaba ansiosa por socavarla. Bajo ningún concepto tenía ganas de ayudar a Jye Fox a salir de una situación difícil.
–Eso está muy bien, Duncan –concedió–. Pero, por desgracia, en este momento lo más que puedo acordar es enviar a mi ayudante, Lewis. Llevo fuera de mi despacho más de un mes, y me quedan semanas de trabajo aquí que…
–Que puede esperar –insistió su padrino–. Aprecio tu diligencia, Stephanie, pero este trato es importante para mí. No quiero que Mulligan le venda el hotel a otro y encontrarme compitiendo con algún desconocido o, Dios lo impida, con ese desgraciado de Kingston.
Cole Kingston era un millonario hecho a sí mismo que amasó su fortuna comprando hoteles australianos con mediano éxito para venderlos a intereses extranjeros. Aunque no iba contra la ley, automáticamente lo convertía en un desgraciado y en rival encarnizado de Duncan, quien creía en mantener los negocios australianos en manos australianas.
–Y ahora, Stephanie, quiero que delegues todo lo que consideres que no puede esperar, y te vayas a casa a hacer la maleta.
–Todavía no la he deshecho desde que regresé de mi viaje –musitó.
–Bien, bien. En ese caso, quizá pueda conseguir que te cambien el billete a un vuelo que salga antes –observó el reloj antes de mirarla fijamente con sus ojos azules–. No tienes aspecto de estar durmiendo lo suficiente –observó–. Tienes ojeras.
–Las cosas han estado un poco… agitadas desde que volví, Duncan –explicó. No quería que se preocupara, pero tampoco iba a entrar en los detalles del matrimonio de Brad.
–Estás demasiado centrada en el trabajo, Stephanie. ¿Por qué no te tomas unos días libres en cuanto se cierre el trato con Mulligan? De hecho, ¿por qué no te quedas allí? –sugirió–. Illusion es un lugar maravilloso para relajarse.
Sí, maravilloso. Illusion Island estaba a treinta minutos de helicóptero de Queensland, en el continente, y carecía de teléfonos, lo que significaba que no podría contactar con Brad y le sería imposible evitar a Jye. ¿Maravilloso? ¿Libre de estrés? ¡En sus sueños!
–¡Será mejor que tengas una buena excusa, Jye Fox! –soltó cuando fue a buscarla al aeropuerto de Cairns.
–¡Dame un abrazo! –demandó él, bloqueándole el paso hacia la cinta con las maletas.
–¿Qué…? –se vio cortada cuando Jye la abrazó.
–Rodéame el cuello con los brazos.
–Me gustaría ponerte una cuerda… ¡Jye!
Le costó describir la sensación de aturdimiento que la invadió al encontrarse envuelta en una abrazo de oso con la cabeza apoyada contra su musculoso pecho. El intento de liberarse se vio impedido por pura fuerza masculina.
–Actúa como si me hubieras echado mucho de menos –instó él en un susurro–. Nos están mirando.
–¡En tu caso sin duda te vigilan los loqueros! –musitó, insistiendo en querer soltarse–. ¡Jye, déjame! ¿Estás loco?
–Maldita sea, Steff –siseó, rozándole el cuello–. Sígueme. Actúa como si me hubieras echado de menos. ¡Pon algo de convicción!
–Lo único en lo que voy a poner convicción es en mi rodilla, cuando te golpee en la entrepierna. Ahora… –la mano que tenía en la nuca le echó la cabeza hacia atrás, dejando que al menos pudiera verle la cara–. ¿Te importaría decirme…? –ni siquiera tuvo tiempo de terminar antes de que la tapara la boca con la suya.
Así como no era nada halagador para el ego de Jye que una mujer se quedara petrificada en sus brazos, se consoló pensando que sólo se trataba de Stephanie, y que al menos había dejado de retorcerse. Lo único que le quedaba era esperar que estuviera demasiado aturdida por su conducta como para empujarlo y abofetearlo en cuanto la soltara, porque eso arruinaría su historia y cualquier posibilidad de asegurarse la transacción con Mulligan.
Y pensaba soltarla… en cualquier momento.
Sólo prolongaba el instante porque sabía que Frank y Tory Mulligan, en especial Tory, los estarían observando. El futuro inmediato de Porter Resort Corporation dependía de un beso… era su responsabilidad hacer que pareciera convincente. Se comportaba así para exclusivo beneficio de su audiencia, no se trataba de nada personal, se recordó mientras sus labios saboreaban el gusto asombrosamente placentero del lápiz de labios de Steff.
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