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Misteriosa Argentina. Mario Markic
Читать онлайн.Название Misteriosa Argentina
Год выпуска 0
isbn 9789500210843
Автор произведения Mario Markic
Жанр Книги о Путешествиях
Издательство Bookwire
Otra de las postas, cuando ya estamos a ciento ochenta kilómetros de Córdoba capital, es Villa de María del Río Seco. Allí nació el poeta Leopoldo Lugones, en junio de 1874.
Lugones fue el primero que, con pluma de periodista, describió el valor arqueológico −y turístico, se diría− de Cerro Colorado. En efecto la zona se caracteriza por las treinta y cinco mil pinturas que los indios comechingones y sanavirones hicieron en las cavernas del cerro, representando escenas de la vida cotidiana: costumbres, rituales, escenas de guerra, la representación del conquistador español montado a caballo y signos aún no descifrados. Imperdible.
No está lejos la posta de Santa Cruz, que también fue restaurada y puesta en valor por el gobierno de Córdoba. Se me apareció blanca, blanquísima en la luz dorada de la tarde. Con un viejo carro al frente, su galería, su inmaculada soledad, su techo de tejas, el aljibe… todo está allí, casi como entonces. Y la posta, tan paisajística que parece un cuadro.
Este paraje desolado fue la vía de escape trágica para el conde de Buenos Aires y penúltimo virrey del Plata Santiago de Liniers, que, cuando ocurrieron los sucesos de mayo de 1810, tramó una contrarrevolución desde Córdoba y llegó a dar forma a un ejército con cerca de mil quinientos conjurados antes de caer detenido a la vera del Camino Real. La historia posterior es conocida: Liniers y otros cabecillas fueron fusilados por orden de la Primera Junta. Volveremos sobre esto cuando el Camino Real nos aproxime al lugar de los hechos.
Entre posta y posta la distancia es de unos veinticinco a treinta kilómetros. La cosa funcionaba rutinariamente más o menos así: cuando un viajero llegaba a una posta, lo recibían con una comida −huevos, cabrito, cordero, carne seca y en algunos casos frutas secas o de estación− mientras los peones preparaban el recambio de caballos.
Por lo general, las habitaciones para el descanso eran apenas unos ranchos con techos de paja. El cargo de maestro de postas no era para cualquiera: tenía que saber leer y escribir, porque debía firmar los pasaportes del correo.
Su obligación principal era proveer caballos y tener dispuestos permanentemente dos postillones, que harían el viaje más seguro y por la huella adecuada. El postillón era un chico que acompañaba el viaje, guiándolo entre las postas; era auxilio y apoyo.
Antes hice referencia al poeta Lugones, que describió al mundo en 1903 el tesoro de Cerro Colorado. Y esta, prefiero insistir al respecto, es una visita imperdible para el viajero de hoy, porque, entre otras cosas, es uno de los centros arqueológicos más importantes de América del Sur.
Pero, además de eso, en un rincón de esos hermosos y profundos cajones levantó su casa argentina don Atahualpa Yupanqui.
Viajar por el Camino Real me permitió encontrarme con su historia. Si hay algo que siempre quise hacer, si hay alguien a quien hubiera querido conocer, es a ese hombre, y si hay un lugar que quería pisar, era esa, su tierra. En una palabra, “sentir” a Atahualpa Yupanqui y su mundo. Don Ata, que ha perdido ya su nombre artístico y el real. Que nació como Roberto Héctor Chavero, y se convirtió en el artista más importante del folclore argentino.
Y Cerro Colorado, que aún hoy es un pueblito lindo, sosegado, mínimo. El paisaje es bucólico: arroyos con lecho de piedras, aguas cristalinas y saltarinas que bajan de las sierras. En las orillas, montes de algarrobos, piquillines, quebrachos y matos.
La casa del artista está en la base del cerro. En el patio está su tumba sencilla, y a su lado, la de su amigo “El Chúcaro” –otro cuyo nombre de bautismo quedó en el olvido−, el gran bailarín de las danzas nativas.
Chavero mamó desde chico las tareas del hombre de campo, su psicología de silencios y soledades, el rigor del trabajo, la injusticia que rodeaba su vida. Los caminos llevarían a Yupanqui en la senda de las canciones anónimas y más antiguas, las que reflejaban el sentir de los hombres y mujeres de la Argentina profunda: el verdadero rostro de su patria. Sus experiencias, a partir de entonces, se hicieron universales, en versos sencillos, en el lenguaje propio de los humildes de la tierra, pero que encerraban hondos sentimientos repletos de sabiduría.
Puna, valles, sierras, toda esa inmensidad agreste cruzada por él a lomo de mula, hacia recónditos senderos detenidos en el tiempo: Don Ata anda y anda por la geografía generosa del norte argentino, y allí rescata coplas, descubre cantos y sonoridades y encuentra los motivos que lo inspiran. Yupanqui fue un paisano trashumante, dueño de una poesía despojada con la cual hizo una obra monumental. Su casa, con su río, ese refugio llamado El Silencio, en una altura desde donde se domina toda la quebrada geografía, parece ser un santuario.
Y es así nomás: el Camino Real enhebra poblados y parajes; es imperdible como paseo histórico, porque es como meterse en el túnel del tiempo, y recordar hechos y personajes que nos enseñaron en la escuela.
En la posta Pozo del Tigre, la última dentro de territorio cordobés y muy cerca de Santiago del Estero, se redactó el parte de la detención del ex virrey Liniers. Tres semanas más tarde, fue fusilado sin miramientos, lejos de allí, en otra posta del sudeste provincial. En esas soledades se para uno para cavilar bajo la sombra de algún sauce sobre este ingrato destino: cuatro años atrás, era el héroe, admirado y querido por todos, que había reconquistado Buenos Aires de las manos invasoras y ahora, un traidor que no merecía vivir. La ejecución se realizó para que no hubiera imitadores y para enviar un mensaje categórico: la Revolución no tenía regreso.
Por eso, la noticia corrió rápido por el Camino Real, el medio más veloz y efectivo para transmitir informaciones en aquel tiempo.
En otra posta, en lo que hoy conocemos como San Francisco Viejo, unos veinte kilómetros al sur de Pozo del Tigre, cayó en combate el caudillo Francisco “Pancho” Ramírez. El audaz entrerriano andaba por estos pagos buscando apoyo para oponerse al gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos. Pero, a su vez, a Pancho Ramírez, “el Supremo”, lo perseguía el caudillo santafesino Estanislao López.
Su muerte tuvo algo de romántico, porque, después de perder una batalla contra las huestes santafesinas y mientras estaba huyendo a todo galope, se enteró de que sus opositores habían capturado a su compañera, la Delfina, que además era coronela de sus ejércitos.
Entonces, sin hesitar, volvió sobre sus pasos y presentó nuevamente batalla. Una batalla desesperada, solo fundamentada en el amor: una bala asesina terminó en su cabeza, que Estanislao López mostró como macabro trofeo dentro de una jaula durante un par de semanas, en Santa Fe.
Pero para que no se crea que todo se reduce a sables y fusiles, referiré también otros atractivos del Camino Real en el norte cordobés, zona que tiene un encanto especial y es un lugar soñado por aquellos que buscan una tranquilidad mayor y contacto directo con la naturaleza y las tradiciones: las construcciones clásicas están enmarcadas por paisajes de bosques autóctonos, espejos de agua cristalina, salinas, ríos, sierras de palmas y cerros rocosos.
Las estancias, construcciones antiguas de gran valor histórico y arquitectónico, han sido transformadas en hoteles rurales y atesoran cuentos y leyendas de los tiempos fundacionales del país, y las siempre presentes pugnas políticas, cuando no abiertas guerras civiles.
Villa del Totoral tiene un enorme portal y calles amplias y arboladas, pero las que se destacan son sus casonas señoriales. Allí, a unos setenta y siete kilómetros de Córdoba, tuvieron su residencia el pintor y poeta Octavio Pinto y el profesor Deodoro Roca, protagonista principal de la Reforma Universitaria de 1918. También, fue uno de los lugares de descanso de la familia Guevara Lynch, incluido un joven Ernesto, antes de ser el Che y de que le creciera su profusa barba. Digamos, ya que el rincón tiene sobrada historia, que fue lugar de residencia también y nada menos que del fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera.
No lejos de la casa de Octavio Pinto, estaba la residencia de verano del doctor Rodolfo Aráoz Alfaro, el padre de la pediatría en la Argentina. A su muerte la heredó su hijo Rodolfo, presidente del Partido Comunista, que dio albergue en la casona al reconocido escritor español Rafael Alberti, exiliado de la Guerra Civil Española. El premio Nobel de literatura,