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Misteriosa Argentina. Mario Markic
Читать онлайн.Название Misteriosa Argentina
Год выпуска 0
isbn 9789500210843
Автор произведения Mario Markic
Жанр Книги о Путешествиях
Издательство Bookwire
Al alba, Jesús me enseñó el panorama: “A la derecha –indicó− tenemos los volcanes, el Bonete Grande, el Bonete Chico, y se ven unas puntas del volcán Piscis, que es el volcán apagado más alto del mundo. Hacia allá nos vamos a dirigir para llegar al cráter Corona del Inca. Después vamos a ver el volcán Reclus y, más a la izquierda, el Veladero”.
Por el frío intenso di algunas vueltas alrededor de la camioneta y eso me agitó un poco. Así fue como empecé a usar el tubo de oxígeno que Pelusa me había dado para casos como este. El sol empezaba a trepar en el cielo, pero la temperatura bajaba.
Íbamos solos, absolutamente, en un escenario desolado, magnífico y desmesurado para dos camionetas. El GPS marcaba más de cuatro mil seiscientos metros cuando estábamos aún a quince kilómetros del cráter. Desde hacía horas no había nada vivo a la vista, ni vegetación ni animales. Nos faltaba todavía cruzar unos riachos congelados y parte del pedregal, donde las camionetas sufrían mucho y había que ir esquivando piedras filosas, trámite que nos retrasaba considerablemente la marcha.
Después, hubo que hacer un culto de la paciencia. Primero, un pesadísimo arenal, que solo puede atravesarse con camionetas con tracción en las cuatro ruedas, y después se nos presentaron otro interminable pedregal y un río congelado. Los miembros de la expedición debían bajarse para guiar a las camionetas. Mucha piedra filosa y traicionera, una tentación para las pinchaduras.
Finalmente, llegamos.
Me bajo de la camioneta. La imagen del cráter me sorprende. Ante mi vista tengo un gigantesco embudo que parece irreal. Camino despacio hasta el borde, y aun así estoy jadeando por la altura.
El GPS marca cuatro grados bajo cero. Con el viento que corre furioso, la sensación térmica es de once grados bajo cero. Estoy flameando como una bandera.
Estamos a cinco mil cuatrocientos metros de altura. Nunca en mi vida estuve tan alto. El grupo de volcanes y el muro de nubes que los entretapa conforman un espectáculo fantasmagórico. Todo lo que vemos da la idea de la superficie de un planeta muerto. Abajo, el viento sopla sobre la Laguna del Inca y forma una pequeña marea. La temperatura es shockeante; las nubes se mueven, amenazantes. Resulta algo así como incómodo estar en el cráter, se tiene una sensación de expulsión. Nos sacamos las fotos de rigor; no siempre uno llega a destinos semejantes.
Observo y apunto estos términos: “Visión de la Corona del Inca. Un profundo lago rodeado de glaciares, que cuelgan de las paredes que caen casi a pique. Un volcán en depresión, una gigantesca boca de fuego dormida. Allá abajo, a unos trescientos metros está la solitaria laguna”.
Bajar hasta la laguna es inconveniente por el mal clima que pronostica el baqueano. Pero no solo por eso. Uno podría llegar a bajar, pero después hay que multiplicar por cinco el tiempo que demandará subir. Y, desde luego, sería una locura caminar en estas alturas sin haber hecho una aclimatación previa.
La nuestra es la última subida autorizada del otoño, y el objetivo ha sido cumplido.
Pelusa ordena la retirada justo cuando el cielo se oscurece súbitamente, las rachas de viento helado cobran fuerza y la primera aguanieve se descuelga de las nubes bajas. Los nativos de la zona afirman que, en estas alturas, las tormentas suelen desencadenarse en menos de quince minutos.
Nos vamos, porque así empieza todo. Cómo sigue, solo Dios lo sabe.
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