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Un pirata contra el capital. Steven Johnson
Читать онлайн.Название Un pirata contra el capital
Год выпуска 0
isbn 9788417866495
Автор произведения Steven Johnson
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Se desconoce cuándo fue inventada esta técnica. Muy probablemente no fue descubierta por un único tintorero de gran ingenio, sino que evolucionó a través de siglos de experimentación. En el año 327 a. C., cuando Alejandro Magno lanzó su campaña contra el Indostán, los tejidos teñidos llamaban tanto la atención que varios de sus generales les dieron un gran protagonismo en sus relatos sobre la guerra: “En la India había árboles que daban borras o puñados de lana –cuenta el historiador griego Estrabón, citando a los generales alejandrinos–. El lino que se fabrica a partir de esta lana es más fino y blanco que ningún otro. […] Este país produce colores de gran belleza”.20
Las fuerzas de Alejandro regresaban de la India con noticias sobre ese tejido milagroso, plantando así la semilla de la obsesión por el algodón indio. Esa obsesión, que acabaría extendiéndose por todo el orbe, nace por la confluencia de tres propiedades que no reunía hasta entonces ningún otro tejido: era suave, podía teñirse de colores muy vivos y el color no se desvaía con los lavados. Durante los dos milenios que separan la invasión de Alejandro y la batalla naval entre el Fancy y el barco mogol, se hicieron muchas fortunas desenterrando y comerciando con metales raros, o cultivando y vendiendo valiosos productos alimentarios como el azúcar o la pimienta. Sin embargo, ningún otro producto manufacturado u obra de arte creados en ese tiempo generaron tantos beneficios económicos como los tejidos indios teñidos.
La India fue una potencia clave en el comercio global entre los tiempos romanos y la era de los descubrimientos, pero su papel en el movimiento de sus productos a lo largo y ancho del planeta fue marginal. Estrabón afirma que cada año navegaban hasta la costa sudoccidental de la India unos ciento veinte barcos romanos, gobernados por griegos de Egipto, para intercambiar oro y plata por algodón, piedras preciosas y especias.21 Finalizado el primer milenio, esa red comercial era administrada casi exclusivamente por mercaderes musulmanes. El resultado fue un sistema geoeconómico en el que los artesanos hindúes creaban productos de valor y en el que una capa de comerciantes y marinos musulmanes, concentrados en las ciudades portuarias, hacían circular dichos productos en el mercado global.
Por qué la India nunca desarrolló sus propias redes comerciales nos conduce a uno de los grandes experimentos de especulación de la historia universal. De haber combinado las sociedades del subcontinente indio sus abundantísimos recursos naturales e ingenio técnico con el apetito por el comercio marítimo, la India muy bien podría haber seguido el camino de la industrialización y el dominio global antes de que Inglaterra diera su gran salto adelante a principios del siglo xviii. El motivo de la reticencia de los indios a comerciar a través del mar podría residir en una cuestión religiosa: el hinduismo prohíbe, en efecto, las travesías oceánicas. Según el sutra escrito por Baudhāyana, cualquiera que “haga viajes por mar” perderá su estatus en el sistema de castas, castigo que solo podía levantarse siguiendo una elaborada penitencia: “Comerá una refacción muy ligera cada cuatro comidas, se bañará a la hora de las tres libaciones (mañana, mediodía y tarde) y pasará el día de pie y la noche sentado. Después de tres años, se habrá liberado de la culpa”.22 La prohibición solo ocupaba tres líneas, pero su sombra era alargada.
Algunos historiadores han argumentado que, prohibiciones aparte, la India de los primeros siglos de nuestra era tenía más conocimientos náuticos de lo que creemos. Por alguna razón, finalizado el primer milenio después de Cristo, las flotas comerciales musulmanas dominaban completamente el flujo de bienes y mercancías que entraban y salían del subcontinente indio. En esos años el islam mostraba una extraversión comercial inversamente proporcional a la introversión de los indios. El propio Mahoma había sido comerciante y sus discípulos reconocían que vender productos codiciados era una manera especialmente eficaz de entablar una relación que podía desembocar en la conversión religiosa del cliente. (En el mapa del islam moderno aparecen casi todas las regiones del mundo en que sus comerciantes hicieron negocios hace mil años; la mayor parte de los territorios conquistados militarmente por el islam en ese periodo rechazaron la nueva religión cuando los ejércitos enemigos se marcharon). En el año 1000, de todas las religiones del mundo, el islam era de lejos la más cosmopolita, la más abierta al encuentro –a menudo gracias al comercio– con otras culturas y creencias religiosas. A los musulmanes les sorprendía mucho la cultura insular de los artesanos con quienes interactuaban en los puertos indios: “Los hindúes creen que no hay país como el suyo, que no hay nación como la suya, ni reyes como los suyos, ni religión como la suya, ni ciencia como la suya –señalaba el erudito persa Al-Biruni en el siglo xi–. Es tal su altivez que si uno hace mención de cualquier científico o erudito del Jorasán o de Persia, te tachan o bien de ignorante, o bien de embustero. Si viajasen y se mezclaran con otras naciones, no tardarían en cambiar de opinión”.23
Pese a sus diferencias, las culturas hindú y musulmana coexistieron de manera bastante armoniosa hasta los albores del segundo milenio. En efecto, las buenas relaciones no durarían para siempre. En el 1001, el sultán afgano Mahmud de Gazni lanzó un primer ataque contra el subcontinente con un doble objetivo: destruir a los infieles y saquear sus templos y palacios para financiar su creciente imperio. Esa incursión sería la primera de las dieciséis que se producirían a lo largo de los siguientes treinta años. Tres años más tarde, Mahmud había cruzado el Indo y en el 1008 tomó al asalto la ciudadela de Kangra, de la que salió con ciento ochenta kilos de oro en lingotes y dos toneladas de barras de plata.24
La codicia de Mahmud estaba a la altura de su desprecio implacable por los iconos de la fe hinduista.25 (La palabra iconoclasta, usada hoy con cierto matiz admirativo para describir al excéntrico y al diferente, se refería originalmente a quienes destruían símbolos religiosos). Cuando Mahmud murió en el 1030, sus ejércitos alcanzaron en última instancia el valle del Ganges. Dos siglos después, Mohamed de Gur fundaría el sultanato de Delhi, por el cual la mayor parte del Indostán quedaría bajo control musulmán durante cinco siglos.
La naturaleza del dominio mogol sobre la India sigue siendo, aun hoy, una cuestión muy controvertida. Para algunos trajo consigo uno de los más devastadores genocidios de la historia universal. El historiador Fernand Braudel lo describe de la siguiente manera en su A History of Civilizations [Historia de las civilizaciones]:
Los musulmanes no pudieron imponerse en el país salvo a través del terror sistematizado. La norma era la crueldad: cremaciones, ejecuciones sumarias, crucifixiones, empalamientos y otras inventivas formas de tortura. Se demolían los templos hindúes para construir mezquitas. Ocasionalmente, se daban conversiones forzadas. Si se producía algún alzamiento, este era salvajemente sofocado sin dilación: se incendiaban las casas, se arrasaban los campos, los hombres eran asesinados y las mujeres, esclavizadas.26
Otras fuentes refieren una mayor tolerancia en los mandatarios musulmanes, especialmente bajo los Grandes Mogoles, que llegaron al poder con el ascenso de Babur en 1526. En el apogeo de la dinastía mogol –asociado usualmente con el reinado de Akbar el Grande durante la segunda mitad del siglo xvi–, la India disfrutó de una economía muy dinámica y una discriminación religiosa no demasiado acusada. El propio Akbar era un erudito de la literatura universal; nombró a muchos no musulmanes para cargos civiles y eliminó un impuesto que grababa específicamente a los súbditos de fe hinduista. Hasta intentó crear una religión sincrética, conocida como Dīn-i Ilāhī o Fe Divina, que incorporaba elementos del islam y del hinduismo, aunque nunca llegó a calar.
El último líder musulmán en gobernar en la India sin encontrar una oposición relevante llegó al poder en 1658, en torno a los años en que nació Henry Every. Su título completo de emperador era Abu Muzaffar Muhiuddin Muhammad Aurangzeb Alamgir, aunque la mayor parte del orbe lo conoció por un solo nombre: Aurangzeb.
Imaginen un doble metraje contemplado en una pantalla partida por la mitad. Estamos a finales de la década de 1650. Nace un bebé en una familia cualquiera del Sudoeste de Inglaterra. A ocho mil kilómetros, el nuevo heredero de una dinastía reinante se sienta por primera vez en el Trono del Pavo Real. Es difícil imaginar dos vidas más distintas entre sí, separadas como estaban por