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mientras juraba, pero luego se dio la vuelta y volvió a entrar en el bar.

      Yelena retrocedió. Aquello lo cambiaba todo.

      Fue a refugiarse al lugar más recogido del complejo, un pequeño estanque artificial rodeado de árboles y bloques de granito que formaban una versión en miniatura de la cascada de Diamond Bay.

      Se sentó en una hamaca y se perdió en sus pensamientos.

      ¿Desde cuándo era Carlos tan vengativo? ¿Cómo podía desear destruir una familia? Ni siquiera conocía a Pam y a Chelsea.

      Unos minutos después llegó un grupo de jóvenes al estanque. Iban riendo y gastándose bromas, y se estaban quitando la ropa. Yelena se levantó y se alejó por el camino hasta llegar al final. Desde allí, observó la última cabaña, sola y alejada de todas las demás.

      –¿Yelena?

      Ella se giró, buscando al dueño de la voz en la oscuridad, asustada. Entonces oyó un ruido y el camino se iluminó. Distinguió los hombros anchos de Alex en la puerta de la cabaña.

      –¿Estás bien?

      –No, no estoy bien –le dijo ella, avanzando en su dirección, sin saber por qué.

      Entonces él abrió los brazos y a Yelena le pareció natural abrazarse a él. Luego se puso a llorar.

      Alex la llevó dentro, cerró la puerta y la condujo hasta el sofá. Y ella se quedó abrazada a él, sintiéndose protegida. Como si Alex pudiese solucionarlo todo.

      –¿Qué te ha pasado? –le preguntó él cuando la vio más tranquila.

      –He discutido con Carlos.

      –Ya veo.

      Ella levantó la vista, pero la expresión de Alex era neutra, estaba esperando a que siguiese hablando.

      –Él… sigue culpando a Gabriela de… todo. Y me odia por Bella. Os he oído discutir.

      –¿Qué has oído?

      –Todo… Las mentiras de Carlos, sus amenazas…

      A Alex le dolió verla tan angustiada. Buscó su mano y entrelazó los dedos con los de ella.

      –Lo siento.

      –Yo también. Por no haberme dado cuenta antes de cómo era.

      –No podías saberlo –le dijo él.

      –Pero tenía que haberme dado cuenta…

      –No –dijo él, acariciándole la mejilla.

      Aquello era lo que Alex había querido, que Yelena se diese cuenta de cómo era Carlos, pero lo que no le gustaba era verla sufrir.

      Aunque estaba llorando, Alex deseó hacerla suya. Se inclinó a besarla y ella se lo permitió. La tumbó en el sofá, enredó los dedos en su pelo, la besó en la garganta y se dejó llevar por su sensual aroma.

      Ella cambio de postura para permitir que Alex se colocase entre sus piernas. Estaba excitado.

      –Vamos al suelo –le sugirió Yelena.

      Y él la tomó como si no pesase nada y la dejó sobre la moqueta.

      Yelena observó cómo se quitaba la camisa y le acarició el pecho. A él se le entrecortó la respiración y Yelena rio.

      Entonces, bajó la mano hacia su abdomen y llegó al cinturón. Lo miró y vio el deseo que había en su rostro incluso antes de bajar la palma de la mano para acariciarle la erección.

      –Dios, Yelena… –gimió Alex mientras ella le desabrochaba el cinturón y el pantalón.

      Siguió acariciándolo y él volvió a gemir. Yelena se sintió poderosa, y humilde al mismo tiempo. Se inclinó y lo tomó con la boca, saboreándolo, disfrutando de su olor, excitada.

      –Yelena…

      Alex estaba a punto de perder el control y ella siguió haciéndole el amor con la boca. Era capaz de controlar a un hombre, a aquel hombre que tanto poder tenía. Se sintió aturdida. No podía pensar, solo sentir.

      –Para –le dijo Alex de repente, apartándola–. Quiero estar dentro de ti, cariño.

      Ella se tumbó de nuevo en la moqueta y Alex luchó con la cremallera de su vestido. Ambos se echaron a reír, pero se pusieron serios en cuanto Yelena se quedó desnuda.

      Alex respiró hondo.

      –Eres preciosa –le dijo.

      –Gracias –respondió ella, sin sentirse avergonzada.

      Alex agachó la cabeza para mordisquearle un pecho, le acarició los muslos. Y ella esperó y esperó. Hasta que la penetró, con fuerza, profundamente, haciéndola gritar de placer.

      Luego la besó en el cuello y empezó a moverse con cuidado al principio, y después cada vez con más fuerza. Yelena lo ayudó moviendo las caderas hacia arriba.

      Se sentía como si fuese capaz de cualquier cosa, de ser cualquier persona en ese momento. Era uno con él, encajaban a la perfección.

      Abrió los ojos justo antes de llegar al clímax.

      Oyó a Alex gemir y notó cómo se apretaba contra su cuerpo para vaciarse en él.

      Oh, cuánto lo amaba.

      YELENA volvió a la realidad poco a poco, sonriendo, con todo el cuerpo vibrando de placer.

      Con Alex todavía encima, respiró hondo. Lo necesitaba tanto como respirar.

      –Pareces contenta.

      Ella abrió los ojos y lo miró, Alex estaba sonriendo. Lo abrazó con las piernas y respondió:

      –Lo estoy.

      Alex rodó sobre la moqueta y la hizo rodar con él, dejándola encima. Y cuando Yelena se incorporó, él le acarició los pechos.

      –Eres preciosa.

      –Y tú.

      –Entonces, está confirmado.

      Los dos se echaron a reír, eran dos amantes que acababan de compartir un momento muy íntimo. Pero, poco a poco, Yelena se fue poniendo seria.

      –Alex.

      –¿Sí? –respondió él, todavía hipnotizado con sus pechos.

      –Alex, no hemos utilizado protección.

      Él la miró a los ojos.

      –¿Estás…?

      –Estoy sana –respondió ella. «Llevo años queriéndote», pensó–. Estoy bien.

      –Yo también.

      Él levantó la cabeza y le dio un beso. No fue un beso apasionado, sino un beso tierno, cariñoso. Pero que a Yelena le aceleró el pulso más que los otros.

      Se dejó llevar por el momento, se imaginó con él, juntos, con Bella completando su familia perfecta y viviendo todos felices.

      Pero solo pudo disfrutar de su fantasía unos segundos, porque pronto la invadieron las dudas.

      –¿Alex?

      –¿Sí? –dijo él, besándola en el cuello.

      Quería contarle todos sus secretos en ese momento, quería contarle cómo se sentía, pero tuvo miedo. ¿La querría Alex cuando supiese que había estado mintiéndole desde el principio?

      –¿Tenía Carlos razón? ¿Me contrataste para llegar a él?

      –¿De verdad quieres que te conteste a eso? –le preguntó él, dejando de acariciarla.

      Ella se apartó y se apoyó en el sofá, tapándose el pecho con un cojín.

      –Sabes

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