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en el que habían ocurrido muchas cosas. Gabriela había vuelto de Madrid, había tenido lugar el baile de la embajada. Alex la había besado.

      ¿Qué se suponía que debía hacer después de aquello?

      EMOCIONALMENTE agotada, Yelena ni se inmutó cuando vio al chófer de su familia nada más llegar al aeropuerto de Canberra. Se metió en el coche de su padre y sentó a Bella para recorrer en silencio el trayecto hasta la residencia de los Valero, situada en el lujoso barrio de Yarralumla.

      Al llegar frente a la casa, el coche se detuvo y Yelena bajó con Bella en brazos. Observó la construcción, impresionante, pero nunca había sido su casa, sino la de sus padres.

      En el salón, sentada en el sofá estaba su madre, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y la falda tapándole las rodillas. Su padre estaba detrás, serio, con el ceño fruncido. A la izquierda, Carlos estaba apoyado en la barra, con un vaso lleno de un líquido color ámbar en la mano.

      –¿Qué es esto, una reunión? –bromeó Yelena, agarrando con fuerza a Bella.

      Una empleada entró en el salón y esperó. Yelena frunció el ceño.

      –Deja que Julie se ocupe del bebé –le ordenó su padre.

      –¿Por qué? –quiso saber ella.

      –Porque tenemos que hablar.

      –Pues habla –replicó Yelena, fulminando con la mirada a Julie, que se había ruborizado.

      –Dios –dijo Juan, suspirando y haciendo un gesto a la muchacha para que se marchase–. Vale. No hace falta que te recuerde, Yelena, que no estoy contento con tu relación con Alexander Rush.

      Yelena miró a Carlos, que también la miró mientras bebía de su vaso.

      –No solo te afecta a ti –continuó su padre–. Nos afecta a toda la familia.

      –¿Cómo?

      –La gente habla, Yelena –intervino María–. Tu padre, esta familia, tiene que mantener una reputación en esta comunidad. Los rumores y las malas lenguas pueden dañarla de manera irreparable.

      –¿Como ocurrió con los rumores relacionados con las infidelidades de William Rush?

      No fue a su madre a quien quiso atacar Yelena con el comentario, pero su cambio de expresión la dejó satisfecha. Carlos había entrecerrado los ojos un momento.

      –Sí –contestó Juan–. Cuanto más trates con los Rush, más daño nos causarás.

      Yelena suspiró y acarició a Bella. Estaba cansada de juegos.

      –Siento que opines así, papá. Bennett & Harper ha firmado un contrato…

      –Pues incúmplelo. Nadie es indispensable, seguro que puedes pasarle el trabajo a otra persona.

      Yelena se sintió insultada y notó que se ruborizaba.

      –No, papá. Aunque quisiera, mi ascenso depende de esta campaña.

      –No te he pedido que lo dejes, Yelena –le advirtió Juan.

      –Entonces, ¿tus deseos son más importantes que mi carrera, que mi vida?

      –Estamos hablando del apellido Valero –comentó Carlos–. De nuestra reputación, de…

      –¡Estoy harta de oír eso! –espetó ella–. En especial, viniendo de ti, que te aferras a la inmunidad diplomática cada vez que te ponen una multa por exceso de velocidad.

      –Yelena –la reprendió su padre.

      –Agobiaste a Gabriela durante años con el rollo de la reputación, ¿y qué conseguiste?

      –¡Yelena! –exclamaron María y Juan al unísono.

      –Está muerta. Y todavía os sentís tan avergonzados de ella que os negáis a hacerlo público. A pesar de todo lo que hizo, a pesar de que os decepcionó, yo la quería –dijo, y la voz se le quebró en ese momento.

      –Por supuesto que la querías. Todos la queríamos –dijo Carlos enseguida.

      –Pero era imposible de controlar, egoísta –añadió su madre–. Incluso cuando nos trasladamos aquí, siguió siendo una chica temeraria. Y tú lo sabes.

      –Cuando tenía dieciséis años –replicó Yelena, exasperada–. Después quiso dejar su pasado atrás, pero vosotros no se lo permitisteis.

      –¡Ya es suficiente, Yelena! –rugió su padre, sobresaltándolos a todos.

      Un segundo después, Bella empezó a lloriquear.

      Yelena se la cambió de hombro y le dio unas palmaditas en la espalda.

      –A todos os venía bien utilizarla como ejemplo, pero no se lo merecía. Era mi hermana. Y si así es como tratáis a la gente en esta familia, prefiero no formar más parte de ella.

      Todos la miraron sorprendidos durante varios segundos y Yelena sintió que había ganado.

      Se dio la vuelta, salió del salón y anduvo por el pasillo. Después abrió la puerta principal de la casa y una ráfaga de aire frío le golpeó la cara.

      «¿Qué has hecho?», se preguntó.

      Sintió pánico, tuvo dudas, pero siguió adelante. Bajó las escaleras y fue hacia el coche que seguía esperándola.

      «Lo has hecho. Eres libre». Y en vez de sentirse sola, se sintió aliviada y contenta.

      Apretó a Bella contra su pecho. Estaba sola y, sí, tenía miedo a lo desconocido, pero ya lo había superado antes. Volvería a hacerlo.

      –¡Yelena!

      Se giró y vio a Carlos, que corría hacia ella. Se detuvo justo delante y sonrió.

      –Mira, creo que te debo una disculpa.

      –¿Por qué? –le preguntó ella.

      –Por lo que ocurrió el sábado por la noche. Había tomado un par de copas y las cosas se me fueron de las manos.

      Yelena se quedó en silencio, seguía dolida con él.

      –Lo siento, ¿de acuerdo? –repitió Carlos, dedicándole una encantadora sonrisa.

      Ella, en vez de sonreírle también, se mantuvo impasible.

      –Espera, deja que te ayude –le dijo, abriéndole la puerta del coche.

      Yelena se preguntó qué querría con aquel comportamiento.

      –¿Todavía… lo estás viendo? –preguntó Carlos por fin.

      Ella dejó al bebé en la sillita del coche y respondió:

      –Es mi cliente.

      –Entonces, deberías saber que me ha llamado esta mañana y me ha amenazado.

      Yelena pensó que aquel no era el estilo de Alex, pero no se lo dijo a su hermano.

      –¿Y por qué me lo cuentas? –le preguntó en su lugar.

      –Porque necesito tu ayuda. Sé que es mucho pedir… y en otras circunstancias no lo haría…

      –Carlos…

      –Si pudieras hablar con él, convencerlo tal vez de que no…

      –No –lo interrumpió ella, poniéndose las gafas de sol–. Te lo diré solo una vez. El sábado os oí a Alex y a ti. Y aunque seas mi hermano y te quiera, no puedo confiar en ti. Has hecho daño a demasiadas personas, incluida yo, así que no puedo ayudarte.

      Yelena se giró para entrar en el coche y Carlos golpeó la ventanilla con la mano.

      –¿Así que lo prefieres a él, antes que a tu familia?

      Ella

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