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describe así: «Como los instintos son para el cuerpo, los arquetipos son para la psique». 4 Es decir, los arquetipos son reflejos innatos que se activan al propiciarse ciertas condiciones en nuestro entorno y, para bien o para mal, determinan nuestra forma de reaccionar y nuestra conducta.

      Al estudiar cómo funcionan los sueños y los cuentos de hadas, podemos seguir sus mapas arquetípicos hacia lo desconocido con mayor eficacia, porque nos ayudan a ver la dimensión significativa de nuestra experiencia personal. Nos muestran cuándo estamos atravesando un rito de paso, como una iniciación, un exilio, una muerte simbólica y un renacimiento.

      El arquetipo del Marginado/Huérfano aparece en cientos de fábulas populares, libros de ficción e incluso películas. Personajes de la literatura como Cenicienta, la cerillera, Jane Eyre, Frodo Bolsón y Harry Potter son algunos Marginados famosos. El Marginado suele ser un huérfano que vive fuera de la casta o clase social. Se lo considera diferente del resto o peligroso para las costumbres y normas sociales. Es el molesto otro, único e inconfundible en el mundo, que nos recuerda lo cerca que estamos todos de sufrir el mismo destino, de que nos retiren el apoyo. Pero desde los andrajos hasta las riquezas, también nos inspira a recordar que se pueden superar incluso las historias más trágicas de aislamiento.

      Estos arquetipos no son solo imágenes o personajes, sino patrones de desarrollo. El huérfano o la huérfana de estas historias siempre sufre algún tipo de maltrato, abuso o negligencia en su lugar de origen. Entonces, tiene que emprender una búsqueda o viaje para hallar su verdadero lugar en el mundo. Sin embargo, para ello, deberá abandonar su hogar, romper con el grupo o familia establecidos y soportar un largo periodo de exilio.

      Durante su deambular, habrá momentos en que se sentirá abrumado por las dificultades y estará a punto de tirar la toalla. Pero si consigue aunar la astucia y la virtud para defender su propia postura, los aliados mágicos vendrán en su ayuda. Al final, su triunfo consistirá en hallar un lugar en el mundo al que pertenecer, que sea intachable, no solo porque lo habrá forjado desde cero, sino porque será lo bastante grande como para albergar a otros.

      Tres

      La Madre Muerte

      Cuando tenía once años, mi abuela me regaló el anillo de bodas de mi abuelo, ya fallecido. Lo consideraba mi posesión más valiosa. Era de oro blanco, con elegantes grabados y, lo más importante de todo, tenía su nombre, Tadeusz, grabado en su cara interna. Un día, cometí el error de irme a nadar con el anillo puesto y se me salió del dedo. Estuve dos horas buceando para rastrear el fondo de la piscina, pero, todas las veces, salí agotada y con las manos vacías. Me sentía tan avergonzada que no era capaz de decírselo a nadie, pero cuando cenamos en casa de mi abuela el fin de semana siguiente, se dio cuenta de que no lo llevaba. Le dije que sentía mucho haberlo perdido. Mi madre se giró hacia mí y espetó con desprecio: «No se le puede confiar nada valioso a Toko».

      Objetivamente, este hecho se podría considerar una actuación poco afortunada de una madre que, en un momento de debilidad, intenta educar a su hija, pero visto como el último de una larga cadena de crueles acontecimientos similares, supuso la gota que colmó el vaso en mi convicción de que no era una persona normal ni digna de confianza y que no merecía un lugar en la mesa familiar.

      Si, como me ha pasado a mí, te has criado sintiéndote invisible, anulada o algo peor –con el mensaje tácito de que no eras deseada o que hubieran deseado tu muerte–, puede que seas hija de una mujer poseída por la Madre Muerte.

      Incluso antes de que se te ocurra pensar en hacer algo nuevo, utilizando tu creatividad, tu voz o dirigiéndote hacia el cambio, la Madre Muerte hará acto de presencia. Al igual que Medusa, no tiene más que levantar una sola ceja para que todo tu cuerpo quede petrificado. Es la energía paralizadora que reduce tu creatividad y te exige silencio. Se alimenta de tu vergüenza e impotencia, y cualquier muestra de emoción o autenticidad puede provocarla.

      Entonces, el hijo o hija de la Madre Muerte hace lo imposible por sobrevivir. En su intento de comportarse de una manera que pueda fortalecer su frágil lugar dentro de la pertenencia, empieza a interpretar el papel que piensa que lo congraciará con ella. Esto se puede manifestar convirtiéndose en un perfeccionista para cumplir las exigencias imposibles de la Madre, independizándose violentamente de ella o siendo su defensor y cuidador –incluso, marido suplente–; sea como fuere, el niño intenta por todos los medios ser necesario para aliviar la hostilidad de su entorno.