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hemos marginado.

      Nuestros sueños son el primer lugar donde se manifestará nuestro yo alienado. La energía psíquica que ha sido desterrada puede asumir muchas formas en sus compulsivos intentos de volver a pertenecernos. Esta es la razón por la que siempre digo que los sueños oscuros son una confirmación, en y por sí mismos, porque significan que hay algo que está a punto de salir al plano de la conciencia. Las pesadillas solo son sueños que han aumentado de volumen, que intentan por todos los medios llamar nuestra atención hacia algo que está a punto de ser ­sanado. Pero si no les hacemos caso, esta energía rechazada puede adoptar la forma de síntomas psicológicos, como ansiedad, ataques de pánico, rabia o depresión.

      Veamos el caso de Elaine, por ejemplo, una mujer de cincuenta y pocos años, que se crio en una familia cristiana tradicional. Gracias a una serie de tomas de conciencia de sus propios valores, recurrió a la terapia de la interpretación de los sueños para hacer las paces con su anhelo de tener otro tipo de vida. Puesto que dejar la iglesia implicaba romper con su comunidad, con su forma de ganarse la vida y con su fidelidad a la familia, fue un proceso muy difícil y gradual, en medio del cual tuvo el siguiente sueño:

      Estricto y estrecho: sueño de Elaine

      Estoy con mi hermana, que es una devota cristiana, entramos a comprar en un centro comercial cerrado. El pasillo de entrada es muy estrecho y cuando estamos a mitad de camino, una aterradora figura oscura, que viene a por mí a hacerme daño, empieza a agarrarme. Me caigo hacia atrás y me quedo atrapada allí, sin poder moverme y pidiendo socorro a gritos. Entonces, aparece una figura fantasmagórica y me pone una inyección para que «me calle». Me tranquilizo, pero sigo atrapada.

      En nuestro análisis del sueño, Elaine describió el centro comercial como un lugar social, donde todo el mundo consumía bajo la presión de ser «siempre felices». Cuando dijo esas palabras, se dio cuenta de cuánto se parecía a la presión que sentía en la iglesia.

      El centro comercial estaba cerrado, sin actividad, lo cual parecía reflejar que Elaine se había cerrado a muchas de esas influencias en su vida. Sin embargo, todavía quedaban algunos vínculos profundos, como su relación con su hermana, que hacía que ella siguiera «comprando» allí. A pesar de lo «estricto y estrecho» que le parecía ese mundo a su nueva visión expandida, no estaba dispuesta a abandonarlo por completo.

      Le pregunté si recordaba la figura oscura que la agarraba, y lo único que podía recordar era que llevaba «guantes sin dedos, como los de un mendigo». ­Gracias a ese pequeño detalle empezamos a entender que esta figura, en la estrecha transición de dentro hacia fuera, era el arquetipo del marginado. Él simbolizaba el centro comercial-iglesia que estaba intentando evitar. Era un lobo solitario, rechazado por la sociedad, sin clase, dinero ni pertenencia. Y estaba agarrando a Elaine, como lo hace el peor temor de cualquier persona, con la convicción de que si no seguía esforzándose por seguir en ese mundo, podría acabar relegada de la sociedad.

      Cuando le pregunté qué había sentido al recibir la inyección tranquilizante, me respondió que tuvo un efecto paralizador. Me llamó la atención el contraste entre que estuviera pidiendo socorro desesperadamente y que, de pronto, fuera anestesiada, y le pregunté si se había sentido deprimida. «Sí –me respondió sin dudarlo–. Hace unas pocas semanas, he estado sintiendo un torbellino de emociones y he entrado en una especie de estado depresivo».

      Si considero todos los personajes de su sueño como aspectos de sí misma, podríamos pensar que el personaje del marginado es uno de sus aspectos que han sido rechazados y que vive en la no pertenencia. Por ejemplo, jamás menciona en su ámbito familiar o con sus amistades de la iglesia que está trabajando con sus sueños, a pesar de que es una de sus grandes pasiones. Pero esas partes marginadas de sí misma, en su desesperación por captar su atención, se volvieron posesivas y dañinas, como le sucedería a cualquier ser rechazado o calumniado.

      El marginado, debido a sus diferencias, es desterrado a la no pertenencia o se marcha voluntariamente, cuando ya no puede seguir soportando las condiciones de la normalidad. De cualquier modo, se convierte en un vagabundo, en busca de un lugar al que pueda llamar hogar.

      Como le sucedió a Elaine, el héroe o la heroína de las fábulas míticas ha de cruzar un umbral en el que rompe con la tradición, a fin de descubrir quién es fuera de las expectativas del reino. Pero sin la ayuda de los sueños y de los cuentos de hadas para navegar por estas huidas simbólicas, el marginado puede quedarse atrapado toda su vida identificándose con su arquetipo no redimido.

      Los seres humanos, al igual que otros cazadores en manada, están en guardia y desconfían de los que son diferentes. Tanto si has cometido un delito o eres de otro país como si posees habilidades, características u orientaciones diferentes –o incluso por ser pobre, estar enfermo o herido–, puede que acabes ­identificándote con el arquetipo del marginado: un huérfano, una oveja negra, un rebelde, un forastero, un disidente, un chivo expiatorio, un bicho raro, un sin techo, un mendigo, un inadaptado. No importa qué nombre reciba, el marginado desempeña un papel importante en la mitología y en la vida.

      En todas las familias y en muchas leyendas populares, existe la figura de la oveja negra. Este forastero carga con la proyección de la sombra de todo el grupo. En ese rechazo colectivo hacia la oveja negra, esta última actúa como fuerza de unión. Es decir, se convierte en la portadora de las piezas rechazadas, encubiertas y olvidadas de la historia familiar, y al vivir la vida a su manera, esta oveja negra suele ser la responsable de concienciar a la familia.

      Pero, por heroico que parezca, es un camino difícil y solitario. Ya sea por abandono o por voluntad propia, ser excluido de una familia o carecer de ella hace que el desarraigo se convierta en un factor fundamental de nuestra vida. El sentimiento de ser un sin techo puede suponer un estado mental crónico que influye en todo lo que hacemos.

      Imaginemos por un momento que pudiéramos depurar nuestras distintas historias de exilio hasta llegar a su esencia básica, para descubrir qué es lo que compartimos con todas las personas que han experimentado algo similar. Este conjunto de patrones y redenciones es lo que denominamos «arquetipo».

      Los arquetipos, palabra que proviene del griego archetypos, que significa ‘primer molde’, son el prototipo de nuestras experiencias innatas universales. El ­héroe, la anciana sabia y el embaucador son arquetipos habituales que se encuentran en los mitos y cuentos de hadas de todo el mundo, que, aparentemente, carecen de fronteras geográficas, son atemporales y sus patrones aparecen en nuestros sueños en las etapas de transición importantes de nuestra vida. Los arquetipos no solo nos revelan la insignificancia de nuestra vida tal como la estamos viviendo, sino que atraviesan las mismas puertas con valentía y desesperación, asombro y triunfo, como los héroes o heroínas, que hemos admirado desde nuestra infancia a través de nuestros

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