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y vuelven a sentir que solo son media persona.

      El verdadero matrimonio es el que tiene lugar en nuestro interior. El matrimonio interior es un proceso lento, en el que primero intentamos entender las verdaderas cualidades de lo masculino y lo femenino; luego, cómo se manifiestan en nuestra vida y en nuestros sueños, y por último, iniciamos el cortejo de nuestro opuesto interior activando las cualidades que tenemos latentes en nuestro repertorio.

      Para restar carga a las palabras femenino y masculino, también podemos verlas según el concepto chino del yin y el yang. Lo primero que observamos al ver el símbolo del yin y el yang es que las dos mitades, la blanca y la negra, son partes interdependientes de la totalidad. También cada una contiene un aspecto de la otra. Y tal vez lo más fascinante es que interactúan entre ellas, como el ciclo de flujo y reflujo de una marea.

      Como experimentamos la mayoría, cuando trabajamos con los arquetipos de lo femenino y lo masculino en nuestros sueños, nunca podemos dar con una definición estable de ninguno de los dos: ambos, según el momento, adoptan roles del otro. Solo podemos aprovecharnos de la danza eterna que tiene lugar entre los opuestos en nuestro interior. Como se aprecia en el símbolo, hay una línea fluida entre el lado oscuro y el luminoso, que parece estar en constante movimiento.

      Al yin se le suele identificar con lo pasivo, negativo y oscuro, mientras que el yang es su opuesto activo, positivo y soleado. Las palabras no son denigrantes ni grandilocuentes en sí mismas; nuestra interpretación, en un sentido u otro, dependerá de la visión de nuestra cultura. Puesto que el lenguaje es tan poderoso, es importante que encontremos la manera de reformular algunos de estos viejos conceptos que enfrentan a los opuestos entre sí. Por tanto, en lugar de referirnos al yin como pasivo, podríamos utilizar la palabra receptivo. ¿Has notado cómo cambia eso el dinamismo de la palabra? Cualquiera que practique la no acción sabrá hasta qué extremo la receptividad puede ser paradójicamente activa y comprometida.

      En vez de referirnos al yin como negativo, podríamos considerarlo «magnético». Es el reino de la interiorización, de la contención, de la espera y de la invocación. En lugar de oscuro, podríamos decir «reflexivo», como la luna, o «gestacional», como la tierra. El yin es el lugar de refugio y descanso, de comedimiento y aceptación. La oscuridad es, al fin y al cabo, el útero primordial del que surgen los sueños. Es el origen de toda forma de vida, antes de que llegue a manifestarse. El yin es la fuerza interior receptiva, sentimental y compasiva. Conoce la sabiduría que conlleva rendirse y elige ceder, aunque todos los demás sigan avanzando. Para el yin, retirarse es entrar. Es donde refinamos nuestra intuición y donde hallamos un centro a través del cual nos interrelacionamos.

      El yin es lo eterno, o lo que Rumi llama «el cañaveral». Es el lugar de donde han sido arrancados todos los seres y al cual todos regresaremos algún día. El yin, igual que un ecosistema, considera esenciales a todos sus componentes. Las ideas que surgen desde este nivel de imaginación sirven para algo más que para una causa individual: sirven a la gran totalidad de la que todos somos responsables.

      El yang es nuestra dirección, centro y columna vertebral. El yang asume, con absoluta claridad, una postura y se aferra a ella. Es asertivo analítico y actúa de manera independiente. Sabe discriminar y reduce el exceso. Construye sistemas y los mantiene, cuando es necesario hacer algo. El yang es la flecha que se apresura a su meta, consiguiendo que nuestros sueños se hagan realidad.

      Pero sin la equilibradora influencia del otro, tanto el yin como el yang tienen el potencial de desviarse hacia sus aspectos negativos.

      Sin la objetividad discernidora y activa del yang, el yin puede quedarse estancado, sentirse perdido, paralizado y sobrepasado. Es entonces cuando puede que nos sintamos poseídos por nuestros temores y ansiedad, y que permitamos que nuestras emociones «saquen lo mejor de nosotros». Un desequilibrio del yin puede hacer que reaccionemos impulsivamente, nos volvamos indulgentes y seamos posesivos con los demás.

      El brillo del yang, por extensión, puede llegar a quemar si carece de la atenuante sombra del yin. Se centra tanto en su objetivo que no tiene en cuenta a quién atropella por el camino, aunque la víctima sea su propio cuerpo. Sin la visión global del yin, los puntos de vista del yang pueden tornarse fundamentalistas y exclusivistas. Vemos esto en nuestra cultura, que sigue ciegamente el yang, construyendo hacia fuera y hacia arriba, sin considerar la relación con el todo, sin pensar en las necesidades de nuestras comunidades, nuestras necesidades humanas y de cualquier otra índole.

      Tal vez, al leer estas descripciones, ya puedas sentir la tendencia yang de nuestra especie. Todos sufrimos por satisfacer las exigencias de esta cultura centrada en el yang, mientras que lo femenino ha sido denigrado, desacreditado y condenado al olvido.

      Las raíces históricas de la devaluación de lo femenino varían de una cultura a otra, pero la campaña europea y norteamericana más extendida para subyugar a las mujeres –y, por extensión, a lo femenino– fue un periodo que duró doscientos años y que comenzó en el siglo XV. Me refiero a lo que ahora llamamos la caza de brujas.

      Según algunos informes, cientos de miles de mujeres fueron apresadas, torturadas y quemadas en la hoguera, solo por meras sospechas de que practicaban la llamada brujería, que incluía una extensa gama de actividades, desde el oficio de matrona, la herboristería y la adivinación hasta las artes de sanación. La Iglesia cristiana y el estado culpabilizaron despiadadamente a las mujeres de todos y cada uno de los problemas de la sociedad, como las enfermedades de los cultivos y del ganado, las inclemencias del tiempo e incluso la muerte. Lejos de ser la «locura» de una muchedumbre ignorante, el extendido exterminio de mujeres y la erradicación de las prácticas basadas en la naturaleza fue una cruzada metódica dirigida por la elite gobernante, para introducir por la fuerza un nuevo régimen patriarcal sobre el pueblo.

      Esta red olvidada de sistemas femeninos de conocimiento y prácticas es de tal magnitud que podríamos decir que, sin ella, estamos viviendo solo media vida. Aunque este legado no reclamado cuenta con innumerables versiones, algunas de las cuales están volviendo a ser valoradas por nuestra cultura, como el oficio de comadrona y la medicina natural, en el fondo, tienen un origen común que las une: la naturaleza.

      Lo femenino conversa directamente con aquello que nos une a todos los seres vivos. Es el camino místico que nos dirige hacia nuestros sentidos y hacia el mundo vivo que nos rodea, en busca de ayuda y colaboración. No necesitamos ninguna autoridad mediadora que nos dé permiso o nos diga cómo curar o traer vida al mundo, porque hay una autoridad mayor, un impulso vital, que fluye en todo momento, a través de cada una de nosotras. Y es nuestra red, la combinación de nuestra sabiduría y experiencia, nuestra dedicación a pertenecernos las unas a las otras, lo que supone nuestra verdadera fuente de poder.

      Pero

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