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a compartir su música, incluso en su fase inicial, cuando es un mero apunte. Mientras siga abandonando sus instrumentos, permanecerá en el estado de marginalidad espiritual. Para empezar a construir nuestro refugio de pertenencia en el mundo, hemos de salir de la fase potencial y pasar a la acción en el mundo real.

      Bajo esa envidia que siente en el sueño, se oculta el verdadero anhelo de sentirse incluida, de la aceptación de su «mente de principiante», que le permita jugar, equivocarse, probar creativamente hasta descubrir la magia. El único antídoto para el perfeccionismo es alejarnos de las apariencias y el glamour, y escuchar nuestra tristeza, perseguir nuestras imperfecciones y exagerar nuestras excentricidades hasta que aquello que, tiempo atrás, intentamos esconder se revele como nuestra propia grandeza.

      Todos hemos vetado atributos en nuestra vida, cosas que hemos dejado al margen de la pertenencia y que se mueren por conseguir las migajas de nuestra atención. A fin de evitar las peculiaridades que nos diferencian, construimos toda nuestra vida y nuestro personaje en torno a aquellas cualidades que, consciente o inconscientemente, entendemos que son aceptables y deseables para nuestras familias, congregaciones y cultura.

      Para los que no pudieron «encajar», si es que lo intentaron, la escuela puede ser una etapa traumática. Esos jóvenes «forasteros» que son sensibles, creativos o que poseen un conjunto de atributos y facultades diferentes suelen ser objeto de acoso, burlas y otros tipos de marginación. Los que cuentan con un sistema de apoyo que les recuerda y reafirma que son únicos son extraordinariamente afortunados. Pero hay muchas personas a las que estas influencias tempranas las conducen a buscar una falsa pertenencia o a desafiar las estrictas normas de la aceptabilidad.

      Desafiar las convenciones para seguir tu propia estrella supone un enorme riesgo, porque todos sabemos, aunque sea a nivel inconsciente, que renunciar a la falsa pertenencia significa asumir la responsabilidad del liderazgo y la independencia. No podemos subestimar esto. Como sabe cualquier emprendedor o madre soltera, un desafío implica renunciar a los sistemas de apoyo habituales, a pesar de sus defectos, y hacerlo todo tú solo, al menos, una vez.

      Como sucede cuando dejamos un puesto en una empresa y nos ponemos a trabajar por cuenta propia, hemos de hacer mucho más que ser creativos: hemos de generar toda la estructura en la que tendremos que presentar y entregar nuestra oferta, lo cual nos exigirá un buen número de habilidades, que quizás no nos resulten fáciles de adquirir. O como cuando rompemos un matrimonio en el que se había acabado el amor, pero que cubría nuestras necesidades básicas de seguridad y hogar, aunque no nos sintiéramos ni vistos ni oídos. Sacrificamos la ayuda externa para utilizar nuestros recursos internos, a pesar de que nos dé miedo hacerlo. El precio por abandonar la falsa pertenencia puede ser muy alto.

      En mi trabajo, conozco a muchas mujeres que tienen ideas magníficas, pero a quienes les aterra darlas a conocer al mundo. Este terror es una combinación de cosas, pero en esencia es miedo a la crítica. Nuestro crítico interior, el portavoz de todas las voces peyorativas de nuestro pasado y de nuestra cultura, es el primer guardián de la puerta de la verdadera pertenencia. Nos bombardea con los peros. «Pero no tienes nada original que decir». «Pero no puedes demostrarlo». «Pero quedarás en ridículo por tu aspecto o por lo que dices». «Pero no tienes tanto talento como X», etcétera. Si analizamos estas críticas con más rigor, empezaremos a darnos cuenta de que todas ellas se basan en criterios externos, que hemos asociado con el pensamiento patriarcal. El reto que nos plantea esta puerta no es el de dar la talla, sino el de utilizar un barómetro diferente.

      Después de más de una década de vida académica, Ariella, una mujer de unos cuarenta años, deseaba compartir sus escritos con el mundo. Cuando estaba en la escuela nunca tuvo problemas en escribir disertaciones o ensayos, pero escribir sus propios relatos no se le daba tan bien.

      Coche robado: sueño de Ariella

      Sueño que he de dar una clase, pero es de ocho horas, mucho más tiempo del que estoy acostumbrada. Normalmente, improvisaría, pero en este caso me he de preparar la clase para llenar el tiempo. Cuando llega el momento, no me siento preparada. Paso tanto rato con la introducción del material que no llego a darlo. Cuando vuelvo a buscar mi coche, que he aparcado delante de la casa de la hermandad, me doy cuenta de que me lo han robado. Discuto con un joven que no entiende lo que supone ser mujer en el judaísmo. Le digo que no quiero llevar kipá como los hombres, que ha de haber una forma de adoración diferente para las mujeres.

      Mientras trabajábamos con esta imagen del kipá del sueño, Ariella recordó una poderosa historia sobre su bat mitzvá, la ceremonia judía de la mayoría de edad. Tradicionalmente, el padre de la joven es el que lee la Torá, pero Ariella quería hacerlo ella misma, algo que nunca se había hecho antes en su sinagoga. Por este hecho, muchas personas de su comunidad se negaron a asistir a la ceremonia. A la tierna y vivaz edad de trece años, se inició en las pérdidas que conlleva ser fiel a una misma.

      Al analizar las imágenes del coche aparcado delante de la hermandad y, posteriormente, robado, Ariella lo asoció a su vida académica, que estaba impregnada de un estilo de escritura patriarcal, basado siempre en los hechos y en la «objetividad». Tras su doctorado, sintió que ya no había un lugar para ella dentro de ese mundo, y empezó a labrarse una profesión en el campo de la sanación energética.

      Sin embargo, en este sueño descubrimos a una Ariella que no está preparada, que nunca pasa de las introducciones. De hecho, eso era lo que sentía con sus relatos, que eran ideas que nunca llegaban a materializarse. Su reto era dar forma a esa energía espontánea para que llegara a convertirse en un contenido que se pudiera transmitir. Pero a pesar de su gran experiencia en pensamiento organizativo, simbólicamente se encontraba aparcada delante de la hermandad, el logocéntrico club de los «chicos», cuyas exigencias de objetividad le estaban robando su vehículo para moverse.

      Ariella discute con la voz que le dice que debe llevar el tradicional kipá masculino, porque en la sabiduría infinita de su yo onírico sabe que ha de haber una forma de adoración femenina. Ha de haber una manera de escribir y de participar en otras tareas creativas que no repita lo que han hecho los hombres hasta ahora, sino que beba de las fuentes de su propia autoridad erótica. La voz femenina procede del conocimiento corporal. Son los escritos del dolor, de la respiración entrecortada y de las uñas sucias de tanto escarbar para salir del infierno. Lo primario es la sonoridad de nuestras palabras, no su significado. Esta voz es el llanto desgarrador del bebé que llama a su madre, antes de aprender a hablar. No pretende ser objetiva, que es un estado donde no hay sentimiento, sino que nos hunde más en la miseria. Es la que se toma las cosas de modo personal, pero que a su vez las da de la misma manera. Cuando vives en un cuerpo no existe la imparcialidad, esa voz habla desde los ritmos de carne y hueso de esa primera pertenencia. Conoce la fisura secreta: no se puede discutir con la poesía.

      Tal como sabía Ariella a sus trece años, y se estaba dando cuenta ahora, tenía que apoyar a su voz interior durante las primeras etapas. Esta autoayuda procede de la parte positiva del aspecto masculino interior. Sin la guía moderadora de la voz femenina, lo masculino puede desviarse hacia su faceta negativa. Pero cuando actúa en concordancia con ella, nos aporta firmeza interior. Estructura nuestras ideas. Es nuestra columna vertebral, nuestra capacidad para llevar a término algo cuando tenemos dudas. Nuestro aspecto masculino es nuestra habilidad para percibir

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